A Color o en Blanco y Negro

"Diablo: (Ríe) Menos mal, todavía
hay alguien que se acuerda de mí."
ALEJANDRO CASONA. Otra vez el diablo.

Luis Augusto

La barda frente a nosotros era muy alta como si los muertos quisieran proteger la ciudad. Pero sería fácil subir apoyándose en los huecos de la pared. La cosa era saber quien subiría primero.

-Ya pues, pinche miedoso, voy yo- dijo antes de que el aire antes de que el aire que presagiaba lluvia le bajara los ánimos con el ruido que hacían las ramas al chocarse. Nos quedamos los dos callados, sin movernos un rato y después él empezó a trepar por los huecos, a pesar de que el frío y las ansias (ansias y miedo) nos tenían temblando. No estábamos ahí por gusto. Tengo que decir que entonces yo no creía tanto como para disfrutarlo, apenas lo suficiente para que no se arrepintiera a la mitad de la excursión y me dejara solo sin foto, sin fantasma, sin amigos y sin doscientos pesos.

-¡Ándale, pásame la cámara, córrele!- gritó con una cara que nunca le había visto y ahí se me perdió. Bueno, no ahí exactamente. Un poco después, pero así nada más. No hubo ni luz brillante, ni grito. Nada más se fue. Como un salto de cuadro en una película mal hecha.

Al otro día no pude decir nada en la escuela, aunque casi me suelto a llorar y a decir todo cuando su mamá nos estuvo preguntando. Ni siquiera les dije a los demás que me pedían la foto y me cobraban lo de la apuesta.

Esa misma noche regresé y aunque el aire movía las ramas igual, puse el pie en el primer hueco sintiéndome como japonés con la mano en el cuchillo del hara-kiri. Pero no pude pasar de ahí. Ni esa ni las demás noches. Más de un mes en el que volvía a mi casa de madrugada, alegando fiestas o cualquier otra cosa. Mi mamá decía que ya se me notaban las ojeras.

Dejé de comer, de estudiar. Porque con el tiempo ya nadie se acordaba más que yo. Una especie de maldición me obligaba a sentirme culpable cada vez que veía su lugar vacío en el salón, su mamá barriendo la calle con la cabeza abajo y la nariz roja, la barda ahora inalcanzable del panteón. Me señalaban acusándome, tal vez dictando sentencia porque cierta mañana y como si faltara nada más eso, lo tuve que ver en el espejo del baño, bien pálido. Mirándome. Todos los días a partir de ése.

Hay cosas a las que te acostumbras cuando pasa el tiempo. Algunas gentes dejan de pedir un aumento de salario, otras observan crímenes como si nada, yo dejé de fijarme tanto en él.

En los espejos ya no me helaba la sangre verlo de pronto, porque ya no era de pronto. Volví a comer bien y dejé de visitar el cementerio. Al menos ya sabía donde estaba.

Es más, era un alivio verse y encontrarlo ahí tan sereno, tan blanco. Como un secreto a mi encargo que nadie más compartía.

Nunca traté de hablarle. Hay cosas que es mejor... aunque si me daba curiosidad: ¿Cómo viviría allá? ¿Cómo era allá? lo común. Pero lo que más me llenaba de ansiedad era seguir viendo a su mamá con la mirada perdida, o escuchar una que otra frase entre los que se acordaban de pronto. Tal vez por eso fue que me decidí. Tal vez por eso creí que era justo el día que me paré frente al espejo con la cámara en la mano. Sólo espero que no se le ocurra desaparecer. Sobre todo no ahora que llegan las playeras y los encendedores, bien sabe que es lo que más se vende.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/Jun/00