Contrapeso

Roberto Peredo

La vida tiene sus ironías; y la muerte también.

Frascasio Cuevas mantenía su tractor John Deere del 56, como si fuera nuevo. Era, lo que se dice, su orgullo. Y no nada más porque el salario que conseguía con su trabajo servía para que su mujer Elena Pérez Lozano comprara el pollo para prepararlo en chiltepín, y el bocado de gallina para los tamales de hoja de papatla, y los pedazos de rama de saúco para evitar que se malcosieran, y también el chile de bola, que cada vez es más difícil encontrar, para comerse en taco, y el mandado para el atolito de capulín, el champurrado, los pintos de frijol, y el dulce de calabaza y de pipián.

La labor que se hacía con el John Deere daba para todo eso y más, porque de ahí debían comer los cinco vástagos de Frascasio, su mujer y, ya ve usted lo que son las malas lenguas, una que otra fichita que se le acercaba, sobre todo porque era trabajador, honrado, y tenía sus pesos en el banco. Claro, eso es lo que decían las envidiosas de siempre, porque en realidad Frascasio no era de mal ver y tenía su simpatía y seducción, y por eso lo seguían no nada más las mujeres sino hasta el Gabriel, que atendía en la peluquería de don Chucho.

Elena decía que Frascasio no tenía tiempo para andar suelto por ahí y que el tractor le servía de contrapeso porque ¿cuándo iba su marido a tener tiempo para ninguna otra cosa, con tanto trabajo por hacer? Pero eso es asunto que no nos concierne de momento.

Lo que nos trae aquí es el tractor de Frascasio. Poderoso pese a sus años y, para ser máquina, bonito con su verde y amarillo, casi del mismo tono de cuando era nuevo. El tractor era exigido día con día. Unas veces se le veía en las parcelas de Don Prescencio, aquí en este mismo municipio de Misantla, y una jornada después ya se le estaba escuchando bramar en las de Don Arnulfo en el vecino municipio de Yecuatla, en las márgenes del río Colipa.

Lo mismo labraba en temporada de caña que en la de maíz y, cuando no era exigido para preparar la tierra, se le podía ver arrastrando troncos desde el cerro de La Espaldilla, o en las huertas, arrancando de raíz las plantas de café, cuando los precios del aromático se vinieron abajo en el 75. Lo de útil que era, de veras. Cuando la inundación de la temporada de lluvias del 97 ¿no le pusieron una cuchilla para empujar el lodo allá por los linderos de Tapapulún?

Y, bueno, mucho antes, se dice que en el 68, cuando no era Frascasio todavía el dueño, con eso de que hasta aquí habían llegado las broncas de los chamacos estudiantes, lo usaron para barricar la escuela Díaz Mirón; lo que no se sabe bien a bien es a quien sirvió entonces porque al parecer les estorbó a todos y todos los bandos tuvieron que ver en su parcial desmantelamiento; estuvo frente al sagrado recinto de la enseñanza cerca de tres semanas y cuando lo retiraron hubo que comprarle llantas nuevas, nuevo carburador, el cablerío completo, y hubo también que agenciarle un distribuidor de usado porque ya no se encontró refacción original.

Fue entonces que, muy devaluado no tanto por la mala fama que el episodio le proporcionó sino por los desperfectos ya mencionados, se puso a la venta y lo adquirió el, descanse en paz, ahora finado papá de Frascasio.

No bien lo tuvo entre sus propiedades que le arregló la pintura. Quién sabe de dónde sacó un manual en el que venía su foto en colores, y con él en mano le dio instrucciones a Luisito, el hojalatero. Ya bien repintadito, eligió con cuidado el día para irle a poner diesel en la distribuidora que está a la salida de la capital municipal para Martínez de la Torre, como para que lo vieran todos. Esa vez fue la primera que se vio a Frascasio sobre los lomos del John Deere; tendría apenas unos siete años y le relucía la sonrisa del orgullo desde un cachete hasta el otro. Si la felicidad empieza en algún momento en especial, pues ese fue en el que empezó la de Frascasio Cuevas.

De ahí en adelante se puede decir que nuestro amigo creció con el tractor; bueno, junto a él. No tenemos datos de cuándo se inició en la manejada, pero no pocos afirman que fue mucho antes de que le saliera el bigotito ese que relució durante su corta existencia.

Lo cierto es que, y aquí es a donde veníamos, el tractor era a Frascasio, lo que el perro más fiel le es a su dueño. ¿No es cierto que cuando la crisis del cambio de sexenio él y su familia vivieron gracias al aparato éste? ¡Cierto! Y ¿no es cierto que cuando la yegua, que además estaba cargada, se les atascó en las riberas del Misantla, fue el John Deere el que la sacó, y con eso salvó al potrillo y, una vez más, las finanzas de Frascasio? ¡Cierto! Y así podríamos seguir hasta el infinito con el cariño aferrado del uno y la tozudez indestructible del otro, si no es que se nos atravesara el día aciago de ayer.

Ayer... Frascasio fue requerido - lo que significa que el tractor lo fue - para ir a levantar unas raíces de cafeto en las faldas de los cerros gemelos de El Algodón, en la Sierra de Chiconquiaco. Ya sabemos, el cafeto se enraíza como pocas plantas, tanto que hay quien vuelve potrero sus huertas sin arrancar los tocones.

Frascasio le puso al armatoste - ¡Dios nos libre de que nos oyera llamarlo así! - los arreos correspondientes, que se reducían a una rastra, y a un pedazo de plomo de doscientos ochenta kilos que iba al frente, amarrado al tumbaburros, para evitar el reparo cuando la máquina hacía su máximo esfuerzo.

Ayer todo iba bien hasta que el contrapeso se soltó. Lo demás fue consecuencia y nos basta con seguir la ruta. Caído el lastre y, sin nada que lo evitara, el tractor echó la trompa hacia arriba. De nada valieron las maldiciones en totonaca que Frascasio bien se sabía. Para qué decimos, si no fue cierto, que Frascasio aludió al pasado colaborador de hombre y utensilio. Cuando el conductor vio que nada impediría la calamidad, se aventó a un lado... al lado en que vino a descender el tractor, patas arriba. No hubo tiempo ni para disculpas, ni para reclamaciones. El motorista falleció en el acto.

Hoy la viuda no quiere saber nada del cacharro, y la gente que sabe de máquinas y de cosechas o no tiene dinero, o piensa que para el John Deere ya pasaron las mejores épocas. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el mismo día en que su dueño pasó a ser parte de la corte celestial, para el tractor se acabó la chamba; la vida, pues.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Dic/01