Alitas
Roberto Peredo
-Pásame los Alitas, -le digo.
Sus enormes ojos reaccionan... En su rostro hay, además, un par de dijes ¿cómo se llaman? de plata: uno en el extremo exterior de su ceja izquierda y uno más bajo el labio inferior.
-¿No que no fumaba?
-No fumo, se me antojó el olor, como si fuera un puro... no le voy a dar el golpe... Además... está bien que estoy viejo, pero no me hables de usted.
No me hables de usted... Lo he dicho otra veces, pero no es este un buen momento, sólo que yo pienso... ¿Quién preparó la escena entre una joven de diez y siete años y un viejo de cincuenta y siete? ¿Quién prepara nada? Uno está un día ahí y se ve a sí mismo y se pregunta: ¿Quién...?
- Diez y siete y cincuenta y siete; siete y siete -le digo, mientras desaparecen las voces y las figuras de los demás que participan de la reunión. Me hundo confortablemente.
-Y no está tan viejo... No estás...
Me pasa los Alitas. Y ella ¿es tan joven? Pienso mientras coloco cuidadosamente un cigarrito en mis labios y lo enciendo. ¿Lo enciendo yo? ¿Me lo enciende ella? Pierdo... Me sumerjo un tanto más. Está bien. Es apenas...
-¿Hace cuánto dejó de fumar?
-¿Me vas a seguir hablando de usted...? Voy a...
-No espera...
Inadvertidamente meto en el bolsillo de mi camisa el pequeño paquete de los Alitas-dejar-de-fumar-reduce-importantes-riesgos-en-la-salud-venta-prohibida-a-menores...
-En mis tiempos, a tu edad uno era menor -digo.
-¿Cuáles eran sus tiempos? ¿Ya no está vivo? -dice y exhala.
No doy respuesta. Dejé el cigarro hace más tiempo que su edad. Cada palabra que menciono apunta a mostrar los temas que duelen sobre la misma herida, si se puede decir de esa manera. Pero así lo pienso y no me quiero detener a corregir mi sintaxis; no estoy como para resolver nada, pero me gustaría quedarme, permanecer... seguir. Quizá se trata de un par de ojos oscuros y grandes (iba a decir largos, y sí, por qué no), y de un ¿cómo se llamará esa especie de adorno que se coloca abajo del labio inferior? Cristina Aguilera trae uno. Pues cada vez me importa menos que ese objeto esté ahí... Entre más le veo el rostro, menos... Por primera vez no me importa, aunque siempre me ha importado y...
-Mira, -le digo- yo no puedo traer nada sobre mí; ni anillos, ni pulseras, ni cadenas, ni...
-Pero trae lentes... -dice e inhala.
Sigue hablándome de usted, ¿por respeto a mis canas...? ¿para pasar sobre ellas? Destapo una cerveza como para ajustar algo sobre lo que no tengo razonable control. ¿Podría ocurrir que uno destapara una cerveza para lograr ese efecto? Doy un trago.
-Traigo lentes porque no veo sin ellos, pero sí, me estorban -digo.
No veo... ¿Tengo que decir algo así? El tema vuelve a doler porque -ya lo habrá deducido ella- traigo lentes porque a mi edad (no a la suya, por supuesto) casi todo mundo usa lentes. Uno empieza a perder la vista paulatinamente al principio, tan despacio que ni se da cuenta, hasta que, hasta que... Si de algo he estado orgulloso toda mi vida ha sido de mi vista y de lo que ella me ha permitido: leer. No quiero pensar en ello... ¿Dónde ...? He dicho que yo no soporto ponerme nada en mí, en cambio ella no se ha puesto más cosas porque su madre no está de acuerdo; por ahora sólo usa dos brillantes lunares de plata donde ya dije... Para donde volteo veo sus prendas y sus ojos.
-¿No te estorban...? -digo, refiriéndome a sus pendientes o como se llamen.
Me enfrasco (¡que palabra!) en la nada de la nada. Tan sólo quisiera seguir ahí, sin que surjan las palabras que dan pie a los temas a los que no quiero llegar... Sobre todo, ¿cómo impedir que surja la palabra...?
-No... yo quería ponerme uno en la lengua pero mi madre me dijo que uno no debe agujerearse la lengua, porque horada el...
¿Dice horada...? ¿Pongo palabras en su boca? Dice que su madre dice que de perforarse la lengua uno se perfora el... pero yo me voy dentro de sus ojos, y me sorprendo al escucharme decirle...
-Eres un milagro, -le digo-. Debes hacer milagros.
Esta noche no me acompaña la fortuna. ¿Cómo puedo decir eso? Eres un milagro... y luego complementarlo con un debes hacer milagros. ¡No puede deducirse tal de tal!
Ambos tenemos una cerveza en la mano. Ambos damos un trago. Ambos tiramos al piso la bacha del Alitas que hemos estado fumando. Fumando ella, porque yo nada más... Presiento que esto de los milagros me acerca al fin... A un fin que pudiera desear... O no... Me animo. Paso mi mano por detrás de su espalda y toco... toco sus omoplatos. Se me ocurre otra ocurrencia ya que ando en los milagros...
-Te están saliendo alitas, -digo.
Brillan sus ojos. Se agita. No voy tan mal después de..., pero, algo, todo, se congela, para de inmediato estallar. La escucho exclamar y preguntar y repreguntar.
-¡Los Alitas! ¿Te quedaste con los Alitas? ¿Quién tiene los Alitas?
Y en lo que ella me pregunta y pregunta a los demás (a esos que ya no estaban, y que he convocado tan brutalmente con tan sólo una palabra), y yo rebusco en mis bolsillos, la reunión da un giro, reaparecen los sonidos de otras conversaciones, nos integramos al grupo al tiempo que vuelvo repentina e inconfortablemente de... de donde estuve. Extraigo de mi bolsillo el paquete de cigarrillos y se lo extiendo...
Alitas... Tan sólo dije alitas.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 09/Ene/04