Cuento de horror
Orlando Van Bredam
Esta misma mañana, hace unos momentos, usted encontró un cadáver en el baúl de su automóvil. Al espanto, le siguió el gesto instintivo de soltar con violencia la tapa y retroceder unos metros. Con el pulso acelerado, se acercó hasta el coche y contó hasta diez, incrédulo, antes de abrir el baúl nuevamente.
No había dudas, era un cadáver. Bastante desfigurado el rostro, con sangre todavía fresca que se deslizaba por la alfombra hacia el guardabarro izquierdo. Un muerto desconocido. Jamás había visto esa cara, ese torso pálido, esas piernas largas y velludas flexionadas con torpeza, seguramente por el homicida que colocó el cuerpo en el baúl. Un hombre semidesnudo (apenas unos calzoncillos y unas medias) de unos cuarenta años, con una herida sangrante, tal vez de un balazo, en la sien derecha, y varios hematomas y en su automóvil. En el automóvil que usted todos los días utiliza para ir a la oficina. En el automóvil que ha permanecido (como usted cree) toda la noche en el garage.
Ahora recuerda que abrió el baúl para cerciorarse de que en el lavadero no habían olvidado cargar el gato como alguna vez sucedió. Entonces piensa en el lavadero. Le entregaron el auto ayer, a última hora. ¿Y si el homicida es alguien del lavadero? ¿Y si el cadáver estuvo toda la tarde y la noche en el baúl? Sin embargo, parece sangre fresca. ¿Y cómo sabe usted si es sangre fresca?
Primero piensa que lo mejor es avisar a la policía. Después advierte que no será fácil explicar el hallazgo. Necesita un abogado. Se acuerda, entonces, de un amigo. Después de cerrar por segunda vez el baúl, abre la puerta que comunica al garage con el living. Y en el living ve, con horror, una camisa y unos pantalones que no son suyos, que levanta del piso para comprobar, también con horror, que están manchados con sangre.
A esta altura usted ve alejarse la posibilidad de llamar a la policía. Sobre todo cuando sigue las gotas de sangre hasta el dormitorio donde su mujer todavía descansa.
-¿Por qué volviste?-pregunta ella.
-Encontré un cadáver en el baúl del coche- contesta usted con fingida naturalidad.
-Ah, ¿era eso?-contesta ella- pensé que te habías olvidado del resumen de la tarjeta de crédito. Ah...y no te olvidés que hoy vence la luz y el teléfono.
Encontré un cadáver...-insinúa usted no muy convencido.
Te escuché- dice ella, inmutable- la semana pasada fue un ahorcado en el jardín, hace tres días un ovni debajo del limonero.
¿Pensás que estoy loco?- usted pierde pie, se desbarranca.
Te creo-lo consuela ella- pero sucede que hay tantas cosas urgentes que solucionar en esta casa.
Cuento publicado en el minificcionario "Las armas que carga el diablo", ediciones Río de los pájaros, l996. Reproducido con permiso del autor.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Jul/02