El destello del Trueno

Lucía Scosceria de Cañellas

Mi corazón late como un gorrión enjaulado. Siempre es así cuando algo me asusta. Pero...¿debo temer algo? Mientras me hago esta pregunta las palabras en la pantalla danzan hasta tomar la forma que "Destello" quiere que ellas tengan.

-Mañana lo debo hacer de nuevo.

-¿Qué harás de nuevo?- contesto temiendo la respuesta, adivinándola.

-Eso.

Un estremecimiento involuntario me eriza los pelos de los brazos desnudos. Un frío sudor erupciona bruscamente sobre mi piel.

Sé a qué se refiere. Pero...¿dirá la verdad?. Detrás del monitor no siento timidez alguna, soy otra persona, sin inhibiciones, sin problemas. Muchas veces uso la mentira como un juego inocente para mantener curioso a mi interlocutor en internet. Pero entre todos mis "amigos" cibernéticos, "Destello" es el que más me intriga. Ejerce sobre mí una atracción fascinante, hipnótica. Pero... ¿Quiero realmente saber la verdad? No lo sé. Es curioso, pero nunca me pregunté si sería uno de mis "contactos" preferidos si hubiera sido diferente de lo que dice que es.

-¿Estás ahí, "Trueno".?

Pregunto cuándo lo hará

-Mañana.

¿Cómo saber si miente? ¡Cuántas veces lo hice yo! Recuerdo cuando nos "conectamos" por primera vez y nos dimos nuestras señas particulares. Sus 20 años no eran problema, (¿los tendría?). La respuesta a la clásica pregunta sobre sus actividades laborales fue la sorpresa. Las palabras "asesina profesional" fueron el gancho para que la colocara en mi archivo de personas interesantes.

Yo contesté con algunos datos, todos ficticios, desde luego. Le seguí la corriente. Le gusté. Nos comunicamos a menudo, contándonos cosas y sintiéndonos bien con nuestras charlas.

"Destello" es el único amigo que me sigue interesando desde que tengo Internet. Los demás me aburrieron enseguida y les di el fin que doy a todas las cosas que llegan a ese estado. El olvido. Tiene "algo" que me llega. No puedo definir qué. Tal vez sean sus comentarios inteligentes, o sus palabras tiernas y su fino sentido del humor. A veces dice cosas cómicas, que me hacen reír. También hay temas sobre los cuales no quiere hablar, entonces no insisto.

-¿Otra vez acá?

La voz áspera de mi cónyuge me sobresalta. No quiero que lea lo que tengo escrito en la pantalla, rápidamente muevo el "mouse" y evito que lo haga.

-¿Qué quieres? -respondo, tratando de disfrazar el fastidio que me produce cuando entra en lo que considero mi "salón privado", el lugar donde está mi computadora.

Sin responder se retira con un portazo dándome a entender que odia lo que estoy haciendo. Lo sé y no me importa. Mi "adicción" como la llama mi consorte, está ocupando un lugar primordial en mi vida. Ya no lucha contra ella. Se ha limitado a hablarme de la comodidad de tener dormitorios separados, "puesto que tenemos intereses tan dispares". Consentí sin problemas, para que no sepa la hora en que me acuesto y así "navegar" a mis anchas. Tal vez en el fondo prefiera que tenga esta distracción con la que me encierro en mi estudio, en vez de salir de casa, ...como antes.

Cuando tengo la seguridad de que nadie está en la habitación, vuelvo a lo mío. Hoy "Destello" quiere contarme algo. Lo adivino por sus respuestas largas, dándome lugar a interrupciones para hacer preguntas aclaratorias.

¿Cómo olvidar lo que pasó tres meses atrás?. Ella dijo que tenía un "contrato". Como siempre, le seguí la corriente nadando en mi escepticismo natural.. Sólo que una semana después, en un periódico local, en un recuadro pequeño, leí una crónica policial. La autopsia hecha a un abogado que había muerto al accidentarse con su auto, reveló que tenía en la nuca una bala de nueve milímetros. Una noticia como tantas de las que se oye en la región. A mí me sacudieron cuatro cosas de esa lectura: la fecha del accidente, la profesión del difunto, la ubicación de la bala y sus medidas. Detalles que me había dado "Destello" días antes. A pesar de que sentí la adrenalina correr impetuosa por todo el cuerpo, quise disculparla. Coincidencias, me dije. Pero me causó una impresión tan grande que no me comuniqué varios días..

Cinco. Fueron todos los que pude aguantar sin ponerme en contacto. Sin nuestras conversaciones faltaba algo. ¡Me sentía tan triste!. ¡La necesitaba! ¿Curiosidad? ¿Atracción? ¿Obsesión? ¡Qué sé yo! No le puse rótulo, pero me aferré a mi computadora esperando, rogando que ella estuviera ahí. Y estaba. ¡Qué alegría! ¡Qué euforia! ¡Y qué alivio! Todo era nuevamente bello, alegre, me sentía fuerte y con ganas de hacer de todo, olvidé mis problemas conyugales. Como no sé cantar me puse a silbar una tonada que creí olvidada.

No quise hablar sobre lo que había leído en el diario. Tal vez más adelante lo hiciera. Y me sumergí en el placer de comunicarnos. Nuestros temas se volvieron algo personales, comencé a usar un poco más la sinceridad. Total, ella no sabía dónde vivía ni cómo era yo. La siento sincera, pero ...¿quién puede asegurarlo? Nadie.

Así hablamos por días, semanas, hasta hoy.

Vuelvo morbosamente al tema del asesinato. Pregunto cuánto le pagarán. Me dice una cantidad. Pregunto qué razones le dieron. No suelen darlas. Pero que en este caso, (un clásico, según ella,) el tipo sí dio explicaciones, que nunca le interesaron, desde luego. Quería matar a su mujer para estar con su amante, el divorcio lo arruinaría todo ya que perdería el dinero, que era todo de ella.

-Así que usarás tu frase ejecutora por última vez, ¿verdad?

Me sonaba algo folletinesco lo de "¿Sabe cuándo es la hora de su muerte?" pregunta que precedía a la muerte de sus víctimas, según "Destello".

Me respondió afirmativamente y me despedí. Hasta creo que le deseé suerte (¿Cómo pude hacerlo?) Pero en el fondo no le creo nada. Y si es verdad...¿Soy cómplice?. Me obligo a no pensar más en ella y sin bañarme me arrojo a la cama vacía de la que me levanto sin haber conciliado el sueño. En la oficina la secretaria me sirve un café fuerte, como le había pedido para despabilarme. No lo consigo del todo. Cometo miles de errores en el trabajo. A las dos, me dirijo con premura al amplio estacionamiento donde se encuentra aparcado mi vehículo. Busco la llave para abrirlo. Un joven delgado me pregunta amablemente la hora, distraídamente le contesto. En vez de darme las gracias hace otra pregunta:

-¿Sabe cuándo es la hora de su muerte?

La sorpresa me impide hablar, reaccionar. Sé que palidecí bajo el maquillaje. En décimas de segundo supe que mis sospechas sobre las relaciones que mantiene mi marido con Miguela eran fundadas. Pero eso pasa ahora a segundo término. Quiero gritar que se detenga, que soy "Trueno", pero el estruendo que produce la pistola al dispararme me indica que "Destello" ha realizado con éxito su último trabajo...


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Abr/01