El ejecutivo de finanzas

Mauricio León Valle

Se lo volvió a encontrar al cruzar la avenida; llevaba puesto su saco largo, a la usanza victoriana, con el chaleco bordado en oro y plata, el corbatín rojo de las otras ocasiones y la leontina con la cual accesaba a su reloj de bolsillo a cada momento. Lucas siempre se preguntó para qué quería saber la hora, si su presencia etérea e intemporal lo llevaba más allá del día y la noche, por no decir más allá del tiempo y del espacio. Caminó un rato junto a él, como antes había hecho, con un paso perfecto y orgulloso, casi ignorado que su presencia espectral inquietaba a Lucas, el ejecutivo, el hombre de negocios, el éxitoso joven empresario. "Es siempre un gran placer caminar junto a tí, Lucas" dijo sin mirarlo ", tienes un porte casi impecable, aún para un ser humano de fin de siglo. Tal vez si usaras una corbata más sedosa..."

Mi corbata es perfecta.

No soportaba que un demonio viniera a querer darle clases de elegancia, y mucho menos uno del siglo pasado. Desde el primer día que lo vio en el elevador del complejo empresarial para el que trabajaba supo que este ente no lo dejaría en paz. Había ido el día anterior a que le leyeran las cartas, no porque creyese en ello, pues siempre consideró una pérdida de tiempo, dinero e intelecto consultar a estos charlatanes, sino porque una mujer con la que salía en aquel entonces le habia prometido la mejor sesión de sexo de su vida con la condición de ir a ver al Gran Canatábrico, un síquico español que aseguraba satisfacción absoluta en lecturas referentes al mundo de lo invisible, y Lucas - quien sólo tenía dos grandes obsesiones, las finanzas y el sexo - haría casi cualquier cosa por llevarse a su departamento a cuanta mujer quisiera o no quisiera estar con él. El Gran Cantábrico le había revelado que su vida cambiaría en gran medida, pues a su mundo llegaría una persona muy especial, de otro mundo. Lucas no creyó nada, por supuesto, y esa noche arregló el que sería el único encuentro con aquella mujer para cobrarle la factura; y, para su propia sorpresa, la velada lo sumergió en el placer verdadero, sin prejuicios, más allá del amor, más allá de la carne, más allá de este mundo. Fue una noche que nunca olvidaría, pues, aunque no lo supo inmediatamente, había cruzado el umbral de las infinitas posibilidades.

A la mañana siguiente, en el elevador del edificio bullante de actividad, lo conoció. Enfundado en vestidos antiguos, le habló exclusivamente a él. Lucas se percato unos minutos después que era él el único que notaba la presencia de este hombre disfrazado, quien le habló y le habló largo tiempo, aunque el elevador viajó a velocidad normal hasta el quinto piso, el de su oficina; este ser le dictó operaciones financieras infalibles, habló de acciones, índices y cotizaciones que el mismo Lucas no se atrevería a mencionar ante sus superiores, pero que, con una agresividad inyectada a su audacia habitual, resultaron en victorias insospechadas para su carrera. Lucas se elevó en el consorcio con una rapidez nunca antes vista por los encumbrados ejecutivos financieros, lo que le valió un puesto directivo de gran prestigio, todo gracias a las constantes visitas del fantasma victoriano y sus consejos vertiginosos. Lucas no podía estar más feliz, tenía todo lo que había querido, dinero, fama, mujeres, todo era como en las películas, hasta que el ser comenzó a hacer comentarios acerca de su vestimenta; criticaba sus impecables trajes italianos, sus corbatas inglesas, sus zapatos, incluso su ropa interior, lo que llevó a Lucas a comenzar a perder la paciencia: su imagen siempre fue cuidadosamente escogida, nunca usó una combinación que no fuera perfecta, seguía la moda al pie de la letra y siempre parecía salido de revista de modas. No entendía por qué el hombre mezclaba sus consejos financieros con sermones acerca de la moda y sus implicaciones en la vida de Lucas.

"Si tu corbata es perfecta, entonces ¿por qué te ves tan mal?". Lucas no contestó y se limitó a escuchar la perorata durante el trayecto a su oficina. Al llegar indicó a la secretaria que no le pasara ninguna llamada y no recibiera a nadie, pues se dedicaría a terminar un informe urgente. Tras cerrar la puerta, Lucas se sentó en su escritorio y miró al fantasma con gran indignación, y éste le devolvió la cortesía de la misma forma. "Te he dado lo que querías" dijo con su voz vaporosa, "todo lo que has anhelado. No puedo hacer más por tí". El ejecutivo sintió un repentino alivio seguido de una extraña nostalgia. "Ahora es tiempo de que me vaya" declaró el ser y alargó su traslúcida mano hacia Lucas. Éste dudó un instante para luego tomarla; sintió la presión del saludo, pero no el tacto, y una peculiar sensación le comenzó a recorrer el cuerpo. "Me voy, no sin antes cobrar mi comisión" dijo con una sonrisa, "adiós, Lucas".

Lo encontraron tres horas después, tras forzar la puerta de la oficina, sentado en su sillón de piel, con la corbata desanudada, una paleta de piña en la boca, un hilo de baba que colgaba hasta el pecho y la mirada perdida en los rascacielos del centro de la ciudad; no dijo nada, no hizo nada, no pensó nada. En el informe, a medio garabatear, había una frase ininteligible escrita con letra de niño y un dibujo que parecía ser un hombre con saco largo, y junto a él, una suma escrita con gran dificultad: 2+2=3.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/01