El Homúnculo

Manuel Ruelas

Nunca me habría imaginado que hacer un homúnculo fuera tan sencillo. Me refiero en específico a los ingredientes necesarios para hacerlo, seguramente todo mundo los tiene en su cocina, aunque quizá no en las cantidades necesarias: frijoles, carne de algún mamífero, leche y algunas frutas cítricas entre otros. Claro que tuve algunos problemas para encontrar un atanor del tamaño adecuado (algo así como el caldero mágico que usa la madrastra de Blanca Nieves), pero preparé el caldo primario por partes en una olla y luego lo eché a la tina de baño.

Hubo un momento de duda en que todo me pareció una reverenda estupidez, pero siempre había deseado encontrar un manuscrito como ese: viejo con un código secreto y tantos dibujos con anotaciones mágicas. En ese instante de incredulidad quise llamar a mis amigos e invitarlos a probar ese "caldo a la homúnculo", pero desgraciadamente ya lo había vertido en la tina. Cuando me desnudé para meterme en la sustancia prima me sentí todavía más estúpido, pero un temor que invadió hasta mis pestañas cuando recordé el pacto sobrenatural que debía conjurar me hizo olvidar lo tonto que me sentía y recordar lo miedoso que soy. Casi me desmayo mientras sumergía mi cuerpo en el líquido viscoso debido a un extraño sobrecogimiento que me turba completamente cada vez que entro en contacto con lo místico. La última vez que había sentido algo así fue cuando entré en la capilla de un monasterio viejo, claro que entonces yo era un verdadero creyente católico.

De cualquier modo volví a analizar el pacto extraterrenal anexo al conjuro. Lo único que cedería a esas fuerzas bizarras eran mis sueños siempre inconclusos. En otras páginas del manuscrito se especificaba, de manera más clara, que se trataba de todos esos deseos que nunca habría de completar de cualquier modo en mi vida, mis proyectos perdidos desde siempre.

Lo que aún no me explico es si esos deseos van a seguir invadiéndome como antes, llenándome de insatisfacción. De cualquier forma en el peor de los casos pasaría eso, lo cual consideré sería lo mejor y me permitiría dormir a gusto en la noche, de no ser así, entonces no habría cambio alguno.

Para infundirme valor respiré profundamente y pude percibir el olor de la sustancia vital (olía como a pozole). Por fin, dije el conjuro y me sumergí hasta que se me agotó el aire de los pulmones. Mientras me salía del atanor mágico pude notar como el caldo se había vuelto altamente denso, había cuajado como si fuera una gelatina y parecía un molde con mi figura estampada. Al momento de sacar mis pies de la tina, las paredes de la forma empezaron a permear un líquido espeso y poco uniforme, con el cual se fue formando una réplica exacta de mi cuerpo: músculos, huesos, nervios y todas esas porquerías que tenemos dentro. Fue un espectáculo como el que alguna vez vi en una de esas películas de terror en las que derriten un muñeco de cera y luego proyectan la escena en reversa. Pero, en la realidad, el proceso es mucho más lento y a las dos horas decidí irme al piso de abajo, donde sólo teníamos regadera, antes de que me empezara a mosquear. En total el proceso entero de generación duró las dos primeras horas, más mi baño, más tres películas con sus respectivos comerciales los cuales yo aprovechaba para ver el avance orgánico de mi clon.

Casi al final de la tercera película escuché la regadera del cuarto del segundo piso, así que subí a ver que pasaba, sólo que estaba con llave. Cuando finalmente salió yo lo esperaba en la cama viendo la televisión y como era de esperarse comenzó nuestro diálogo... o ¿monólogo?... Lo que pasa es lo siguiente: no sé cómo relatar mi plática con él, pues su nombre es igual al mío y es imposible diferenciarnos al uno del otro. Él no tiene un solo defecto o virtud física que lo haga diferente a mí. Además, llamarlo homúnculo me resulta tan frío para alguien a quien quiero tanto y homúnculo suena tan feo... imagino que cualquier hispanohablante sabe a qué me refiero.

La mejor salida para este problema es el pronombre personal, por tanto, de aquí en adelante él es él (aunque casi sea yo) y yo soy yo. Bueno, después de todo nuestros diálogos son tan breves y vacíos que prefiero no relatarlos, y esto se debe principalmente a que él sabe lo mismo que yo, o al menos lo sabía al momento de nacer (existe cierta empatía entre nosotros, pero no somos telépatas y por lo tanto él debe saber ahora cosas que yo no sé y viceversa). De cualquier modo solamente me pidió ropa y una quinta parte de la quincena que yo ganaba como supervisor del primer turno e inmediatamente salió a la calle. Yo entonces me dispuse a limpiar la tina pero, para mi sorpresa, no quedaba rastro alguno del pozole en ella.

Algunos de ustedes se han de imaginar que nos sucedieron miles de peripecias como en las películas sobre el doble del rey Eduardo, por poner un ejemplo, pero se equivocan, no hemos tenido problema alguno a la fecha, simple y sencillamente porque no somos ningún idiota (¿para qué hacer tanta diferencia de persona si, a fin de cuentas, somos el mismo?). Cuando algún desconocido llega a saludarme por la excelentísima velada de un viernes por la noche en la disco de moda, yo le digo que cuando quiera la repetimos.

Lo mejor fue cuando me sucedió lo mismo con una hermosísima ( y no es alarde) joven morena, Elena, estaba tan buena... Yo podría jurar haberla visto en el Playboy. Era una de esas mujeres cuya belleza hace dudar sobre su existencia, más bien uno apostaría a que las crearon por computadora hasta verlas de frente a uno y... ¡Oh qué realidad más carnalmente real! La verdad yo siempre he sido tímido (y sólo me refiero a mí), fue ella la que condujo toda nuestra relación, desde el centro comercial donde nos encontramos hasta el motel (¡yo nunca me había metido a un motel, siempre me ha perecido sucio!) donde amanecimos. Claro él quedé en pagarle lo del motel después.

No quiero hacer de este escrito una de esas estúpidas narraciones eróticas sin pies ni cabeza (de haberlo querido así lo habría mandado a una de esas revistas donde la gente se anuncia como objeto sexual aunque nunca le respondan), pero tengo la imperiosa necesidad de escribir algo sobre ella. Con lo cual sé que me salgo por la tangente, pero como tangente es igual a cateto opuesto sobre cateto adyacente, sólo debemos multiplicar esa tangente por el cateto adyacente y este a su vez por dos veces la hipotenusa, lo cual nos da:

Sus senos son quizá como los de Hera, que al correr su leche crean una Vía Láctea de ensueños y deseos que brillan en la oscuridad de noches tibias y aromáticas, noches tropicales de frutas y néctares que escurren como sabía del árbol del conocimiento.

Sí, definitivamente lo primero en que me fijé (aunque suelo ser muy facial) fue en sus pechos, un amplio escote me invitaba a imaginar lo sugerido como si repentinamente la tierra se abriera en esas dos ariscas montañas para que yo cayera desde el cielo de su rostro hasta el fondo más oscuro de mi libido.

¡Perdón, me ofusqué! Pero eso no es lo único que me ha pasado, una vez fueron tres, ¡sí, tres al mismo tiempo, tres!

Como les digo, nunca hemos tenido problemas y sucesos como los anteriores no me acontecen muy seguido, esos percances son más bien, esporádicos, muy esporádicos. En realidad cada quien se dedica a lo suyo y para evitar problemas nos mudamos de la casa de mis padres, luego yo todavía me fui más lejos.

Ahora me dedico a lo de siempre: escribo, leo, estudio, voy al cine... eso sí, el trabajo lo he dejado atrás, él es quien trabaja: ha montado varias obras de teatro, de vez en cuando él salgo en la televisión y digo cosas muy coherentes, ideas que siempre he pensado, aunque lo siento un poco falso, fingido. La verdad no sé cuál es la razón de todas esas actividades, para qué trabaja tanto, si tenemos suficiente dinero para vivir a nuestro gusto. Tenemos ropa la cual nos encanta, él la mandé hacer a mi antojo con un diseñador, no me vestimos a la moda (la cual yo defino como el uniforme de los idiotas), es más bien nuestra moda, atemporal; tenemos música, coches del año, las casa de nuestros sueños (yo la mayor parte de nuestro tiempo me la pasó en una casita al norte de Veracruz, siempre deseé venirme a contemplar la naturaleza cuando fuera viejo), también tenemos muchos libros, una biblioteca enorme (acá por Tampico), de hecho me marea de lo inmensa que es. Y por último tenemos un café - bar padrísimo, de estilo gótico, frío y con clase, claro que yo casi no voy pues quien lo atiende soy él.

Por lo que pueden observar, nuestra vida mía no podría estar mejor. Si alguna vez les llegará a las manos un conjuro para crear un homúnculo se los recomiendo, excepto en el caso de que ustedes no se soporten a sí mismo en cuyo caso recomiendo la eutanasia, pero como les decía, no se van a arrepentir, estos homúnculos son muy autodependientes.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Dic/99