Estudiar Medicina

Mauricio León Valle

El sol se metía tras la inmensidad del anillo periférico. El destartalado volkswagen en que viajaban parecía deshacerse en cada bache que cruzaba. "A este coche le suena todo menos el claxon y el radio" decía Pepe, quien malabareaba el volante y la palanca de cambios. Miguel, sentado en el asiento del copiloto, miraba extrañado los volcanes, pues ese día la atmósfera estaba libre de smog, gracias a la tormenta que había caído el día anterior, producto del huracán que había azotado las costas del Golfo, y había llegado hasta la Ciudad de México. Miraba a la mujer dormida seguir su sueño eterno, mientras Popocatépetl, el gran guerrero enamorado, velaba eternamente en su inquebrantable y onírica misión.

Como te decía -siguió Pepe - el idiota de Joaquín no tuvo los huevos para decirle que no al otro tarado, y por supuesto que quedó como una nena, pues eso no se puede hacer. Además, ¿quién puede ser tan estúpido como para hacerlo?

-Hay gente muy estúpida - contestó Miguel colocando un cigarro en los labios sin dejar de mirar la cumbre del Iztaccihuatl. - Muy, muy estúpida, Pepe.

Un auto los rebasó mientras hablaban y, en un movimiento rápido pero muy burdo, se colocó frente a ellos, casi provocando que Pepe lo golpeara. Inmediatamente reaccionó Pepe evitando el accidente, y tan pronto como pasó el peligro, éste recitó el repertorio de sus mejores y más incisivos insultos en un tiempo récord: quince segundos.

-¿Ves lo que te digo, Pepe? Hay gente estúpida realmente.

-Este es un pendejo típico, de los de abolengo - contestó metiendo cuarta con brusquedad, gracias a la adrenalina secretada -, mira que meterse así es de retrasados mentales...¡idiota! ¡Bah! No vale la pena enojarse por tipos así, ellos solitos se matarán un día de estos, lo malo es que siempre se tienen que llevar a alguien entre las patas.

Miguel giró la cabeza y miró a Pepe con cierta carga de ironía.

-Siempre.

Dio una fumada al cigarro y pensó en la proposición que les habían hecho un par de semanas antes, la que Joaquín aceptó y no pudo realizar. Lo que estaba en juego no eran sus dientes, sino su honor, y en el último momento Joaquín prefirió conservar los dientes y perder el honor. "Se necesitaría tener un temple y un sentido del honor que sólo podría tener un japonés" pensó Miguel. "Es algo comparable al harakiri, y Joaquín no tiene ni la mitad de los huevos para, vaya, siquiera aventarse de la plataforma de diez metros."

-Joaquín es un idiota -dijo Pepe.

-¿Qué? -Miguiel salió de su propia reflexión.

-Que Joaquín es un idiota, un reverendo idiota.

Miguel estaba de acuerdo, pero no tenía intenciones de hacer leña del árbol caído. Sabía también que el reto era prácticamente imposible de llevar a cabo. Después de todo, ¿quién sería capaz de romperse los dientes de manera gratuita? Joaquín cayó ante las insinuaciones de ser un marica, y sólo logró demostrar su estupidez. Se quedó con la piedra en la boca con cara de si lo voy a hacer, pero necesito tiempo, y los demás comenzaron a burlarse de él hasta que terminaron por irse, cansados de pitorrearse y hacerlo mierda. Cuando se vio solo, Joaquín se limitó a aceptar su derrota, sacarse la piedra de la boca y dejar escapar una lágrima que rodó, junto con su honor, hasta la comisura de sus labios para terminar desplomándose al suelo.

-Mira Pepe, Joaquín se fue con la finta, y solito se hizo caca. Ahora nadie cree en él; todos lo consideran un estípido con justa razón. Pero eso le pasa por atravancado. Tenía todo que perder y nada que ganar, y lo único que conservó intacto fueron sus muelas.

-Ese es el punto, Miguel, ¿Cómo se le pudo haber ocurrido que lo podía hacer? Vaya, es tonto desde el principio, como tú dices, no tenía nada que ganar, no había apuesta, no le iban a pagar nada... lo hizo por puro orgullo, por orgullo estúpido. Pero, ¡carajo! No alcanzo a comprender como le pudo haber pasado por la cabeza que alguien se puede meter una piedra en la boca y morderla con la fuerza suficiente como para romperse las muelas...¡¡ahhh!! -Pepe alzó los hombros y agitó la cabeza en una mueca de dolor imaginario- ¡carajo! nada más de pensarlo me dan escalofríos. Yo no hubiera aceptado eso ni de broma, ni dopado. Quiero decir, ¿qué demonios hubiera ganado haciéndose pedazos los dientes?

-Conservar su estúpido orgullo. El Cholo lo orilló a aceptar. Todos sabemos que Joaquín no es muy hábil para discutir, y mucho menos con el Cholo. Joaquín tuvo miedo de ser tomado por un maricón y consideró que sus muelas eran un precio razonable para conservar su imagen de hombría ante los demás, sólo que al final no encontró valor ni hombría ni amigos ni nada, solo su pinche piedrita en la boca.

-Pues que pendejo -finalizó Pepe mientras enfilaba hacia la salida para tomar Insurgentes Sur.

-Si, realmente pendejo -puntualizó a su vez Miguel, dando la última fumada a su cigarro casi en el filtro, y arrojándolo hacia el asfalto, donde reventó en un pequeñísimo espectáculo de chispas que se dispersaron y apagaron en un tiempo muy, muy corto.

El alto fue eterno, pero el Cholo era un hombre paciente. Sabía que lo peor que se puede hacer en el tráfico de la ciudad es desesperarse, así que subió el volúmen del radio donde sonaba una canción de Frank Sinatra. El Cholo comenzó a tararerla mientras observaba a su alrededor. Let's fly down to Peru, decía la canción, y el Cholo pensaba que para qué ir a Perú, si aquí en México se podían encontrar las mismas cosas, las mismas caras y el mismo subdesarrollo, inclusive más pintoresco que en el resto de América Latina. Argentina, pensó, Argentina si que es bonito. Buenos Aires es una ciudad de ensueño, aunque como todas las ciudades de ensueño, tiene sus propias pesadillas. Me dicen el matador de los cien barrios porteños, recordó la canción de los Fabulosos Cadillacs. ¿Y si me autonombrara el matador de las dieciseis delegaciones políticas? Nací chilango y chilango me pudriré, y ninguna bruja podrá cambiar mi status. Además, me gusta esta ciudad, con su mugre y su porquería, con su sueño y su pesadilla, con su gente, con su inseguridad; con su disparatada arquitectura y la variedad de edificios que se pueden descubrir, creando un difuminado de estilos que van desde el barroco del centro hasta el desconstructivismo en las afueras; me gusta la energía que me inyecta, la adrenalina que segrega todos los días, el poder vital que emana de tantos millones de personas hora tras hora... no podría vivir en ningún otro lugar. Aquí soy el Cholo, el matador; en otro lugar sería nadie, uno más de tantas caras perdidas en el caldero, un gato negro más maullando sin ser escuchado, sin ser tomado en cuenta, sin ser res...

Un estridente claxon regresó al Cholo a la realidad, para que éste se percatara del verde del semáforo, y en una reacción casi instantánea, metió primera y arrancó el auto para continuar su trayecto. Come fly with me, seguía Frank en las bocinas traseras, y el Cholo realizó el movimiento de la segunda, la tercera y la cuarta.

Comenzó a repasar los puntos del plan. Uno a uno los había memorizado, como siempre, desde los aspectos estrictamente técnicos, hasta la línea mental que tenía que dominar, una especie de actuación cerebral, para no ser descubierto, como en la primera misión que tuvo, con su maestro. El Cholo logró un perfecto dominio de sus pensamientos hasta que la mujer que iban a trabajar lo comenzó a mirar insistentemente a los ojos. Él comenzó a ponerse nervioso, ya me descubrió, pensó, ya me cachó, nos va a cargar, y desvió la mirada sin poder dejar de pensar en su error, más y más cada vez. La mujer, que aunque no era de alto rango, se percató de esto y comenzó a escarbar en la mente del Cholo hasta descubrir sus verdaderas intenciones. Ese hubiera sido su fin, si no hubiese intervenido su maestro, quien en el último instante cayó en la cuenta del descubrimiento y, aprovechando la distracción de ella, terminó con el trabajo en ese mismo instante, en contra del procedimiento normal. El Cholo vio impactado cómo la mujer se desplomaba frente a él. Te salvé el pellejo, chamaco, dijo el maestro, y por eso te toca limpiar a ti. Yo voy a ver que me encuentro en el refrigerador. Mientras realizaba el estricto proceso de limpieza, El cholo juró que nunca volvería a ser descubierto. Desde ese día se dedicó a perfeccionar sus procesos mentales. Sabiendo que no podría jamás dominar siquiera un poco de telepatía, consiguió dominar un bloqueo mental impenetrable, consistente en olvidar todo lo que pudiese ser comprometedor, y actuar normalmente en el papel que desempeñara en cada caso, lechero, policía, agente judicial, etc. El Cholo podía desempeñar cualquier personaje con la maestría del mejor actor, pues tenía un sentido del trabajo muy amplio y definido. Pero en la vida cotidiana, era un desgraciado. Cualquiera que no supiera su verdadera vocación, opinaría en principio que el Cholo no pasaría nunca de ser un vulgar hijo de la chingada. Moreno, desgarbado con bigote a lo Pancho Villa que no había recortado en los últimos qiunce meses y una forma de vestir muy poco cuidada, el Cholo era el perfecto ejemplar del anti-ciudadano, grosero e irrespetuoso. Era por esto que Pepe no entendía qué demonios iba a hacer Miguel, un hijo de familia acomodada, con un tipo como el Cholo.

-Tenemos un negocio pendiente -contestó Miguel, encendiendo su tercer cigarro.

-¿Qué clase de negocio puedes tener con ese tipo? No creo que sea nada bueno, Miguel. Estás muy flaco, y además, estás fumando mucho.

Miguel miró el pabilo de su cigarro y soltó el humo de la calada que acababa de darle.

-No importa. Además es asunto del Cholo y mío, no tienes de que preocuparte.

-No, si no me preocupo. Allá tú, ya sabrás con quién te metes. ¿Aquí a la derecha?

-Si, a la derecha.

Dieron vuelta en una calle con una pendiente pronunciada, por lo que Pepe tuvo que bajar una velocidad. Sabía que Miguel y el Cholo no iban a hacer nada bueno, pero también sabía que nunca lograría sacarle la verdad al pprimero. Éste se había limitado a pedirle un aventón para encontrarse con aquel personaje extraño que hacía proposiciones imposibles. Me voy a quedar por aquí, pensó Pepe, para ver que puedo ver. La curiosidad de Pepe era más grande que la preocupación que pudiera tener por su amigo, él se puede cuidar solo, pero más vale que le eche un ojito, no vaya a ser que haga una tontería, que es lo más seguro. Pepe volteó hacia Miguel con mirada regañona, y negó con la cabeza en actitud reprobatoria.

-Ya te dije que no hay problema, de veras, no hay bronca - dijo Miguel tratando de tranquilizar a Pepe, aunque en el fondo sabía que sí había problema. Estaba bastante nervioso, aunque lo disimulaba bastante bien, gracias a las enseñanzas que el Cholo le había dado los últimos meses. Olvídalo todo, le había dicho, piensa en otra cosa, sólo recuérdate a tí mismo, piensa en algúno de tus órganos vitales y concéntrate en él. Miguel tenía el pensamiento clavado en su páncreas, y descubrió que, en sus clases de anatomía en la prepa nunca le dijeron para qué servía esta tripa. En la última hora pensó en su forma, en el color que siempre le ponen en los esquemas del cuerpo humano: amarillo. ¿Será realmente amarillo?. Esta línea de pensamiento le venía muy bien, pues hoy, en su primer trabajo, representaría a un aspirante a estudiar medicina, pues la mujer a trabajar era doctora y tenía la cátedra de Sistema Linfático en la Universidad La Salle. Tienes que ser un auténtico egresado de la preparatoria con aspiraciones a estudiar para doctor, le había dicho el Cholo, tengo confianza en tí, y se que puedes serme de gran ayuda. Recuerda que los trabajos se tienen que realizar entre dos, y mi último colega se rajó en el último negocio.

Miguel tenía dudas acerca de este tipo de mujeres. Nunca creyó posible su existencia, pues creía que eran producto de la imaginación de algún escritor sádico de cuentos para niños. Tenía la imagen clara de la bruja de Blanca Nieves. Asi no son, le había dicho el Cholo, su maestro en la cacería, de ninguna manera son así. Al contrario, generalmente son bellísimas, capaces de conquistar al más templado de los hombres y generalmente no las puedes distinguir del resto a menos que tengas una formación para ello desde hace mucho tiempo, como yo. Miguel chupaba su cigarro con un aspecto perfectamente sereno, pero por dentro, muy dentro, se estaba quemando. Había leído infinidad de textos que hablaban de ellas, sus métodos y su filosofía, sin embargo no era ninguna garantía, le habían dicho, pues cada una era distinta. Sabía el riesgo, conocía la estrategia e imaginaba las consecuencias, sin embargo una fuerza que aún no alcanzaba a comprender de dónde provenía lo empujaba a la aventura. Tengo que lograrlo, debo conseguirlo, se dijo. Soy un aspirante a estudiar medicina, quiero estudiar... el páncreas, ¿cómo funciona?

-Llegamos -le dijo Pepe llanamente mientras estacionaba el coche junto a la banqueta. Miguel salió de su autohipnosis y se percató del automóvil parado a su izquierda y reconoció el bigote enorme.

-Aquí me quedo -le dijo a Pepe -, después del asunto, yo me regreso con el Cholo, así que no te preocupes. Nos vemos mañana en la escuela, gracias.

-De nada -respondió Pepe, nada convencido -nos vemos.

Miguel se apeó y caminó despacio hacia la ventana abierta del Cholo. Sin decirse nada, se hicieron una serie de movimientos con la cabeza y las manos, hasta que Pepe arrancó y se perdió de vista en la siguiente calle.

-Hola Gonzalo -dijo el bigotón -espero que le caigas bien a tu próxima maestra.

-No lo dudes, Juan -contestó el flaco, siguiendo el plan de bloqueo mental -, no lo dudes ni por un instante.

Juan bajó del coche y sacó una maleta deportiva del asiento trasero y se la pasó a Gonzalo. Luego abrió la guantera y tomó dos revólveres calibre 22. Alargó la mano para ofrecerle uno a su acompañante.

-Un buen médico siempre usa un buen bisturí -le dijo agitando el arma frente a Gonzalo, quien dudó un poco antes de tomarlo y guardarlo en la parte posterior de su pantalón. -. La cirugía puede ser complicada.

-Pero aún no comenzamos a estudiar -contestó lánguidamente.

-Nunca está de más un poco de práctica de campo.

Se enfilaron hacia una casa color rosa mexicano con ventanas de herrería y macetas colgadas, mientras, sin que ellos se percataran, un destartalado volkswagen se estacionaba en la esquina contraria, después de haber rodeado la cuadra.

Desde su punto de vista, Pepe observó los movimientos de las dos figuras. Platicaban desahogadamente, inclusive se reían mientras daban pasos lentos y no descubrió nada anormal, aunque se preguntaba qué era lo que había en la maleta. En su infinita ignorancia de la situación se imaginó que estaba repleta de droga que iba a ser entregada a algún anónimo y poderoso comprador. Visualizó a Miguel y al Cholo fumando hasta el olvido, o inhalando una increíble cantidad de línes de polvo blanco, y sintió una pequeña pero incómoda envidia, no por la consunción de los enervantes, sino por la falta de confianza que, según él, Miguel le estaba demostrando. Nada más alejado de la realidad.

Encendió el radio en una estación que se autonombraba radioactiva, de moda en estas fechas por su concepto escandaloso, y que volvía loco a Pepe, pues el locutor principal le había dedicado unas cuantas palabras un día que él le mandó un fax a la cabina donde explicaba el por qué de la actitud de los estudiantes revoltosos en la universidad. Lo que Pepe nunca entendió fue que las palabras del locutor fueron para hacerlo mierda muy sutilmente, mientras que él creía lo contrario. Caso muy común en Pepe.

Las dos siluetas, observó, se detuvieron frente a una casa rosa (que color tan feo, pensó), y esperaron alrededor de un minuto para que el portón de madera se abriera, y una mujer que dedujo era de la servidumbre por el uniforme que usaba, les dejó entrar. La puerta se cerró, haciendo crecer la ansiedad de Pepe. Chingao, pensó, qué haré, qué haré...

Cuando se sentaron, un gato que Gonzalo nunca supo de dónde salió, se sentó en su regazo, haciéndole dar un pequeño salto de susto.

-Es sólo un gato -dijo Juan con mirada muy seria, lanzando el mensaje de que conservara la calma.

-Bueno -contestó Gonzalo, relajándose -, quiero estudiar medicina, no veterinaria. No me gustan los gatos

-Es una lástima que no te gusten los gatos -dijo una voz femenina directamente atrás de ellos -, porque a Greta pareces agradarle.

-Greta..-dijo Juan en voz muy baja mientras acariciabab la cabeza de la gata, la cual parecía no tener intenciones de quitarse de las piernas de Gonzalo, quien volteaba para un lado y para el otro, tratando de descubrir a la mujer, al tiempo de no pensar más que en una maestra de medicina.

-Si, Greta -dijo la mujer apareciendo a la derecha de ellos, tras un muro de color amarillo que delimitaba la sala de las escaleras al segundo piso de la casa. -, como Greta Garbo, la actriz.

Después de decir esto, la mujer se sentó en un sillón directamente enfrente de sus interocutores, y cayó unos segundos, los suficientes para que los dos hombres la analizaran rápidamente. Era blanca, con el cabello increíblemente lacio y negro, recogido en un chongo casual, de los que dejas mechones sueltos junto a las orejas; las facciones finísimas dejaban ver a una mujer que no era muy joven, pero que sus mejores años no habían terminado aún. Tendría treinta y cinco o algo así, pero el discreto maquillaje y la esbelta figura les hizo dudar, podría tener menos años, aunque eso no importaba. La posición en que estaba sentada describía una seguridad en sí misma que pocas veces habían visto los dos amigos en un miembro del sexo opuesto (gracias también a su lacónica experiencia con las mujeres, uno por su corta edad y el otro por su falta de caballerosidad), la espalda erguida, las piernas cruzadas completamente quietas y los brazos echados elegantemente en los descansabrazos del sofá, así como una pequeñísima pero perceptible inclinación de la cabeza, hacia adelante y a la izquierda, posición en la cual las cejas cubrían un poco los párpados y los globos oculares subían necesariamente para mirar hacia enfrente, dejando una gran área blanca bajo los iris de un gris infinito. Gonzalo, en un peligrosísimo error táctico, recordó como Miguel las palabras del Cholo: suelen ser bellísimas...

-Así que quieren estudiar medicina -rompió la mujer el silencio y la concentración analítica de los dos, quienes ya andaban por las piernas.

-Eh...sí -respondió Juan recuperando su postura -, así es, señora Serrano... ¿o debo decir señorita?

La mujer sonrió complaciente al tiempo de acomodarse un mechón de pelo tras la oreja derecha.

-Digamos simplemente que soy feliz y no tengo quejas de la vida ni de los hombres -echó el cuerpo hacia adelante recargándose con las manos en el muslo libre, y dijo con un pequeño matiz de complicidad -Ustedes pueden llamarme Jimena.

-Muy bien... Jimena. Pues queremos estudiar medicina, pero no sabemos nada de ello -el Cholo desempeñaba su papel -. Es por eso que nos dirijimos a la señora Rueda, y ella nos recomendó con usted... contigo. Te habló, supongo.

-Claro, por eso sé de ustedes. Tu debes ser Juan -la mujer usaba su don, pues no tenía ningún antecedente para afirmar que él fuera Juan, y él lo sabía -, Juan Antonio. Y tú eres Gonzalo.

-Si. -dijo éste arqueando las cejas, mientras Jimena lo miraba profundamente. No tenía duda de que fuera Gonzalo.

-¿Y ustedes de dónde conocen a Raquel?

-Es mamá de un amigo nuestro -respondió Gonzalo. Miguel conocía, en efecto, al hijo de Raquel Rueda. Valiéndose de la amistad que tenían, y sabiendo de la relación tan estrecha que tenían las dos mujeres, Miguel le pidió a su amigo que su madre recomendara con Jimena Serrano a un primo de él y a su amigo -Juan y Gonzalo -, qiuenes querían ser doctores, pero estaban algo desorientados. La maquinaria del engaño embonó a la perfección, y el Cholo no tuvo otra opción que aplaudir el movimiento de su joven discípulo.

-Pues me parece muy bien -dijo ella convencida -. ¿Saben? La medicina es una profesión de tiempo completo. Uno se casa con ella, se encadena. Es tu esposa, tu amante, tu hija... vaya, no se puede ni se debe restarle atención. Pero antes de hablarles de los horrores de ser médico, ¿quieren algo de beber? Bebidas ligeras, por supuesto.

Los dos respondieron afirmativamente. La mujer llamó a la sirvienta y le encargó tres vasos de agua de horchata, previa aprobación de ambos. Mientras llegaba la orden, Jimena habló apasionadamente de lo que la medicina representaba en su vida, las oportunidades que había tenido de conocer a grandes eminencias de la cirujía y la quimioterapia. Los vasos con el líquido blancuzco llegaron. Continuó hablando de las bondades y desastres, de las satisfacciones y las decepciones en los pasillos de un hospital, y de la sangre fría que un doctor en medicina debe crearse para alejar de sí los sentimientos para enfocar sus sentidos a la ciencia pura. Gonzalo pensó, en un segundo error grave, que a Miguel le estaba gustando la idea de ser médico. La mujer hizo una pausa y miró directo a los ojos de Gonzalo.

-¿Tienes alguna pregunta en específico? Te siento un poco raro.

Juan volteó a ver a Gonzalo, quien abrió un poco los ojos, y recordó aquella escena de su primera misión. Gonzalo, a su vez, giró la cabeza para encontrarse con los ojos de su amigo y se estrujó las manos que empezaban a sudar.

-Si... de hecho tengo una duda desde hace algun tiempo -Gonzalo giró nuevamente la cabeza para encarar a Jimena -, nunca he sabido... de qué color es... el páncreas.

La mujer echó el cuerpo hacia atrás hasta encontrar la espalda con el respaldo del sillón, mientras esbozaba una sonrisa que se convirtió en elegante y discreta risa.

-En todos los años que tengo en esta profesión -dijo - me han hecho una infinidad de preguntas de los temas más variados, pero nunca nadie me hizo una tan sincera -Gonzalo sintió la sangre subir y enrojecer su rostro -. Me caes bien, Gonzalo, un médico nunca debe quedarse con ninguna duda, por pequeña o ridícula que esta parezca. Para la tuya tengo un libro ideal, se llama Anatomía Fotográfica. Allí debe haber una foto de un páncreas. Déjenme ir por él.

La doctora se puso en pie y se dirigió hacia la escalera para desaparecer dejando el rastro sonoro de sus pasos perdiéndose en las alturas. Juan dedicó una mirada a la vez reprobatoria y preocupada a Gonzalo, y abrió rápidamente la maleta para sacar un pequeño frasco de vidrio, el cual contenía una buena cantidad de arsénico. Lo abrió y se acercó al vaso de la mujer para vaciarle una dosis suficiente para matar a cinco personas. "No podemos fallar", pensó. Con el dedo revolvió la sustancia con el agua y velozmente cerró el frasco y lo arrojó a la maleta. Gonzalo miraba los perfectos movimientos de su amigo, mientras trataba de secar el sudor que manaba de sus manos. Juan lo miró y sonrió con expresión tranquilizadora. Con un violento movimiento recorrió el cierre de la maleta para dejarla en la misma posición en que se encontraba. "Ahora sólo falta la sirvienta", pensó, dando por hecho el éxito de su misión. "La suerte está echada".

Pepe tamborileaba con los dedos en el volante mientras seguía con la cabeza el ritmo de la canción que transmitía su estación favorita. Aún gruñía por la sensación de frustración que le invadía desde hacía rato. No sabía que hacer para inmiscuirse en todo esto. Miró a su alrededor y reparó en una cajetilla de Camel filters. "¡Eso es!". Se reprochó a sí mismo el no haber pensado eso antes. Tomó los cigarros, salió del coche y se dirigió a la fachada rosa con portón de madera, sin imaginar siquiera lo que sus acciones podrían provocar, aunque se tratase de una venta de estupefacientes.

-No me vas adejar con la duda, cabrón -se dijo, lanzando al aire la cajetilla para recuperarla con la seguridad de un gangster con mil años de felonías en su haber.

Greta ronrroneaba insistentemente mientras miraba con sus ojos verdes a Gonzalo. Éste empezaba a odiar al animal, que por más intentos que hacía Gonzalo por apartarla de sus piernas, siempre regresaba y se colocabab en la misma posición. Los pasos se comenzaron a escuchar, primero débilmente y luego con mayor sonoridad hasta que la mujer apareció de nuevo.

-Aquí está -Jimena traía el libro abierto en la página donde aparecía el órgano vital y se lo dió a Gonzalo. Él miró la fotografía y despejó la duda que le ocupó la mayor parte del día. Ahora ya no tenía en qué pensar.

Jimena regresó a su asiento y tomó el vaso. Co éste en la mano comenzó a hablar.

-Y dime, Juan, ¿no eres un poco mayor como para empezar una carrera universitaria?

-Nunca es tarde para aprender cosas nuevas -dijo, sin despegar la vista del recipiente que contenía la muerte de Jimena, sin que ésta se decidiera a dar el trago final. Ella alzó el brazo con que sostenía el vaso y se dispuso a beber, cuando se escuchó el timbre de la puerta. Jimena dio la orden a la sirvienta para que investigara quién podía ser en estas horas de la mañana, pues Jimena no esperaba a nadie más ese día. Al reparar nuevamente en Gonzalo, descubrió una gota de sudor corriéndole por la sien. Detuvo el movimiento que llevaría el vaso a sus labiosy bajó la mano para detenerla junto con la otra en sus piernas.

-¿Tienes calor, Gonzalo? Estás sudando, y no hace calor.

Gonzalo negó con la cabeza y se limpió la gota con la manga de la camisa mientras dejaba el libro junto a él en el sofá en que se encontraba. Jimena bajó la cabeza sin dejar de mirarlo. Gonzalo desvió la mirada para depositarla un instante después en los ojos de la mujer. Le pareció que se veía demasiado agresiva, y temió lo peor. Jimena bajó la vista hacia el vaso y la subió inmediatamente a los ojos de su interlocutor. Juan quizo romper la tensión diciendo algo sobre las cualidades que debía tener un médico en el caso de una operación de pácreas. Tanto Jimena como Gonzalo ignoraron por completo la alocución de Juan, y continuaron con su reto visual. Él comenzó a pensar en el color de los pulmones.

-Gonzalo -dijo ella sin cambiar el semblante, en un tono que a él se le antojó tétrico -, ¿quién eres?

La sirvienta entró en ese momento, diciendo que en la puerta había un joven que buscaba a Miguel.

-Miguel...-dijo Jimena para sí -. Dile que pase.

El Cholo supo en ese momento que estaban perdidos. El que estaba en la puerta no podía ser otro que Pepe. El idiota de Pepe...

-...el idiota de Pepe... -dijo la mujer en voz baja, ahora mirando fijamente al hombre del bigote.

Miguel y el Cholo se miraron, el primero con una angustía extraordinaria, sabiendo que había sido su culpa, y el otro haciendo trabajar su cerebro buscando una salida al tremendo dilema en el que estaban metidos. Tenía que actuar rápido, así que tomó una decisión al tiempo de sentir una gran cantidad de adrenalina recorrer sus venas. Giró el cuerpo hacia la maleta, la tomó y de un salto se puso en pie dispuesto a asestar un golpe a Jimena.

-¡Mira bruja maldita, en este instante yo te voy...!

-Tu no vas a hacer nada -interrumpió ella mirandole a los ojos con una extraña y profundísima mirada pero sin cambiar su sombrío semblante -, te vas a sentar y te vas a callar.

Miguel miró sorprendido cómo el Cholo dejaba la maleta en el piso y seguía las instrucciones de la mujer como un niño regañado, con la mirada perdida e indiscutiblemente a su merced. Greta aprovechó la confusión para perderse de la misma manera como había aparecido. Entonces, la sirvienta llegó escoltando a Pepe. Jimena lanzó una mínima mirada a Miguel, y este sintió cómo cada músculo de su cuerpo se paralizaba, quedando su cara con una expresión de serena complacencia. Aunque no lo podía demostrar, atravesó irremediablemete el umbral del pánico.

Pepe entró en la sala y saludó a la mujer que lo observaba con una amable sonrisa, que fue devuelta por él de la misma forma. "Buenas tardes" se dijeron. La mejer despachó a la sirvienta mientras Pepe miraba de soslayo al Cholo, y no pudo evitar pensar en la propuesta que había lanzado, la que hizo a Joaquín quedar mal con sus amigos. La mujer seguía mirándolo con expresión de mamá orgullosa. "Tu eres Pepe ¿cierto? Tus amigos me estaban platicando algunas cosas de tí. Buen muchacho". Pepe asntió con la cabeza, admirando la belleza de esa mujer que parecía tan inofensiva. Deshechó inmediatamente la absurda idea del trato con drogas. "Perdonen la interrupción, pero es que a Miguel se le olvidaron sus cigarros en el coche, y como se que no puede vivir sin ellos, pues decidí traérselos, ¿verdad miguel?" Éste asintió sin emoción, como guiado por una remota fuerza ajena a él. La mujer miró a los tres individuos uno a uno y luego se dirigió a Pepe:

-Pero bueno, ya que estás aquí , te vas a tomar una horchata con nosotros, ¿no?

Pepe asintió y tomó el vaso que le ofrecía la mujer. Lo llevó hasta su boca y bebió el contenido entero en tres tragos. Se lmpió la boca y no comprendió por qué le ardía tanto la garganta.

Miguel miró horrorizado, en su inmóvil situación, cómo el cuerpo de Pepe se desplomaba y convulsionaba, vomitando un líquido verde que se esparció por la alfombra, hasta que su amigo quedó inerte, después de una corta agonía, rodeado por sus propias inmundicias. Jimena se limitó a observar los acontecimientos desde una distancia prudente y sin la menor emoción. Estrelazó las manos en la espalda y volteó a ver al Cholo, quien seguía sentado en la misma posición. "Tu ya sabes qué hacer", le dijo. Sin cambiar la expresión de la cara, el Cholo abrió la maleta y retiró el frasco con el arsénico. Lentamente lo destapó y vació toda la sustancia restante dentro de su boca. La mezcló con saliva unos instantes y la tragó.

Miguel fue testigo por segunda vez en menos de tres minutos, de la muerte de otro de sus mejores amigos. Cuando el cuerpo del Cholo terminó su violento bamboleo, quedando encima del otro cadáver, la idea que le vino a la mente a Miguel le causó terror: él era el siguiente.

-El páncreas es un órgano vital del cuerpo humano, Miguel -dijo la bruja caminando entre el sillón en que estaba sentada y la mesita de centro -, pero eso ya lo sabes. Lo que no sabías era su color, y eso te llegó a salvar el pellejo durante un tiempo. Cuando resolviste la duda que te hacía inmune a mí, quedaste al descubierto. Tu amigo Pepe sólo sirvió para confirmar lo que, hasta entonces, era una sospecha, y como todas las cosas que sólo sirven una vez, había que desecharlo -miró los cuerpos tendidos en el suelo -. Tu otro amigo, el Cholo, ese no servía para nada.

Con delicados movimientos, jimena se acercó hasta una maceta en la esquina del cuarto. "Pero tú todavía tienes una consigna en este mundo", dijo agachándose para recoger una piedra de dos o tres centímetros de espesor. "Tú aún tienes que demostrar que no eres marica, como Joaquín". La mujer caminó hasta dónde se encontraba Miguel. Éste, involuntariamente levantó la cara sin dejar de mirarle a los ojos. Abrió la boca a una señal de ella, quien depositó la roca en su lengua. Miguel juntó los labios y abrió lo más que pudo la mandíbula.

-Los pulmones deben ser de color azul -pensó -... o verdes... no... rojos..."

La sirvienta de Jimena Serrano limpiaba el arroz en la cocina, cuando escuchó un ruido sordo de algo que se resquebrajaba, seguido de un gemido de dolor que se perdió casi instantáneamente. No le prestó mayor atención, y continuó con su tarea. El sol iluminó la mesa, el arroz crudo y el montón de piedritas que iba apilando en una esquina. Eran treinta y siete.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Ago/01