Facundo

Mónica Manrique

-¡Señoras y Señores! ¡Niños y niñas! ¡Ha llegado el espectáculo más grande de todos los tiempos! ¡La imaginación y la fantasía en un remolino de emociones! ¡Atentos, muy atentos, los esperamos en la plaza Romana, porque la magia esta a punto de comenzar!

Facundo viajaba en la parte de atrás del convoy en una triste y destartalada carreta. Su mirada recorría el asombro y la alegría de los habitantes, que presurosos se arremolinaban al paso del Circo de las Estrellas. Desde que recordaba, siempre era lo mismo: moverse todo el tiempo, de pueblo en pueblo, y guardar su presencia que evidenciaba un severo retraso mental, escondiéndola de los ojos del ávido publico. Su labor comenzaba precisamente cuando el espectáculo concluía: dar alimento y cuidado a los animales, limpiar y proveer un poco de consuelo a esas bestias, que al igual que él, fueron arrancadas sin piedad del calor fraternal, inexistente ya en su memoria.

Dicen que su madre lo abandonó en la jaula de los monos, cuando apenas tenía un cinco años de edad:

-Caía una tormenta terrible, y si no fuera por "el Tapón", el chico seguramente habría muerto de hambre y de frío- contaba la vieja mujer barbuda, una y otra vez a cualquier pobre ingenuo que depositaba su atención a sus relatos cada día más incoherentes-. Convencimos al encargado Reyes para que lo dejar con nosotros, y hasta ahora sigue aquí; pero es muy raro, se aparta de todos y no habla con nadie, siempre está solo con ese estúpido mono, que no lo abandona ni para dormir.

Chispita era el compañero inseparable de Facundo. Un pequeño mono araña que cuidó con esmero y emoción cuando se lo arrebato a unos niños que se divertían apedreándolo. De eso ya hacia 10 años.

Desde entonces, como si fueran hermanos y cómplices inseparables, hombre y simio crearon una indestructible amistad incomprendida, fortalecida por el paso de los años.

Una terrible noche lluviosa, Facundo cayó gravemente enfermo de una extraña fiebre. El enano decía que los elefantes le habían contagiado tisis, mientras que los trapecistas opinaban que la mirada de los camellos lo convirtieron en víctimas de una maldición demoniaca.

Las conjeturas volaban, pero nadie se atrevía a acercarse, temiendo el contagio y la muerte, mientras que el joven de se revolvía en sus delirios y pesadillas de holocausto y perdición inminente. Y fue precisamente en uno de esos delirios, que entre bruma reconoció a su inseparable amigo Chispita, quien amorosamente lo observaba, y en un acto increíble, acarició su rostro perlado de sudor; entonces, de repente, una intensa luz iluminó el cuarto, y el impávido Facundo vio cómo, antes de perder la conciencia, le salieron alas de la espalda del simio.

A la mañana siguiente se encontró milagrosamente recuperado.

-¡Chispita me curó! ¡Es mi ángel de la guarda! ¡Me salvó de la muerte!

-La fiebre te dejó más idiota de lo que estas- contestó con desprecio el Domador, que siempre lo había odiado en silencio.

-¡Es verdad! ¡Dios lo mandó del Cielo! ¿Chispita, amigo, dónde estas? ¿Alguien ha visto a Chispita?

Silencio.

-¿Qué traen? Hablen, ¿dónde está mi ángel?

-Mira chico, ayer estabas muy enfermo, y entonces -musitó apenada la Mujer barbuda mientras le acariciaba la cabeza...

-Nosotros pensamos que se había contagiado- dijo el payaso Jaque.

-¡Díganle de una vez por todas! -estalló cruel el Domador- Yo lo eché a la jaula de los leones. No podíamos arriesgarnos a tener un animal enfermo. Total, el mono sarnoso ya es ahora historia y sirvió de buen alimento.

Facundo enmudeció. Las lágrimas ahogaron un profundo sollozo, y como un endemoniado, corrió hacia el monte para perderse rápidamente de vista. Los habitantes del circo no se afanaron mucho en buscarlo. Se aproximaba el aguacero, y más bien se aprestaron a encerrar a los animales y protegerse, olvidando el destino del pobre muchacho.

La tormenta fue como pocas antes recordadas en el pueblo. Los vientos amenazaban con destruir las frágiles carrozas de la horrorizada comunidad circense, y las carpas volaron hechas pedazos, como si se trataran de pañuelos de papel. Cuando el sol se puso, sin embargo, la tranquilidad inundaba el pueblo y los cirqueros salieron de sus casas, para ver toda la magnitud del desastre.

-¡Miren, vengan rápido!

-¡No puedo creerlo!

El Circo entero se quedo atónito ante la escena que atestiguaban sus ojos: afuera de la vacía jaula de los simios, se habían conjuntado todos los animales, como en señal de duelo. Sin amarres, no huían, sufrían. Y en su interior se hallaba Facundo, muerto, aferrado al cadáver inerte de Chispita, y cobijados ambos por un precioso manto de plumas blancas.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Dic/00