Hechizo de amor

Mónica Manrique

El no tenía problemas en la vida. Su existencia era monótona, pero armoniosa. En realidad no era desagradable, ni mucho menos feo, inclusive, si se esforzaba podía parecer listo; sin embargo, sucedía que era, tristemente común y corriente.

Juan -conocido y perseguido desde pequeño por el sobrenombre de "Juanillo"-, trabajaba como prefecto de una secundaria, empleo que heredó de su tío el pirata (fayuquero, es decir), junto con sus últimos bienes materiales y espirituales: una casa llena de trebejos y sus dos habitantes, Patrocle, un gato arrabalero bastante flojo, y Camilo, un perico lépero que se pasaba haciéndole la vida pesada al pobre de Juanillo.

Su trabajo no generaba complicaciones. Los alumnos obedecían sus órdenes más por lastimosa piedad que por respetar su don de mando; y había logrado mantenerse soltero hasta los 35 años por una sencilla causa: nadie le prestaba ni le merecía la más mínima atención.

Así las cosas, un hecho al parecer sin importancia cambió el curso de su vida. El maestro Ernesto pidió un permiso de tres meses, y su lugar lo ocupó una enigmática e irresistible mujer: la maestra Lupita. Y el pobre Juanillo quedó perdidamente enamorado de ella desde el momento en que el director la presentó ante todo el personal. Invadió sus pensamientos y sus sentidos, y le despertó una vocación jamás antes explorada: la escritura.

Las noches se repetían en el mismo escenario: una débil luz, su inspiración poética, Patrocle durmiendo y el perico jodiendo:

-Juanillo imbécil. Juanillo imbécil. Prrrr... -a pesar de que el zapato pasaba peligrosamente cerca, Camilo se regocijaba molestando a su benefactor.

Muchas ocasiones, el enamorado muchacho le hizo llegar sus misivas a la angelical Lupita, ya sea por medio de alumnos, ya sea escondiéndolas en su casillero. Y nada, no sucedía nada.

Pero al paso del tiempo, la desesperación nubló su razón. Se sabía rechazado e ignorado, y el aguijón de la indiferencia lo orilló a tomar un camino insospechado. Y sin esperar un día más, después del trabajo enfiló sus pasos hasta el Mercado de Sonora, para encontrarse con la temible bruja apodada la "La Negra".

Y Patrocle, mientras tanto, se limitaba a sonreír y ronronear sardónicamente ante tan estúpida y vana farsa. Después de varias horas, justo cuando despunto el alba, ilusionado besó amorosamente un pequeño costalito de fieltro que contenía el placer prohibido y hasta ahora negado. Y ni tardo ni perezoso lo introdujo a las pertenencias de la bella Lupita justamente en la hora del descanso.

Los hechos se sucedieron con increíble eficacia. De miradas, pasaron al saludo cordial, una charla casual, un café...

-¡Funciona!

Y justamente un viernes, antes que regresara el maestro Ernesto de su permiso, la última cita tuvo que ser la definitiva.

Juanillo quedó de una pieza. Lentamente se puso de pie y dirigió sus pasos hacia la salida de la cafetería. Nada tenía sentido; perdió las ganas de vivir. Y con lágrimas en los ojos, abrió su casa y se sintió el ser mas desdichado del planeta al reconocerse solo, irremediablemente solo.

-Juanillo pendejo. Juanillo pendejo. Prrrrrr...

Contempló la escena y tomó las dos decisiones más importantes de su vida. La primera: abrió la jaula de Camilo, y como Patrocles no había comido en los últimos días, el complacido gato cortó la insoportable vida del sucio animal en cuestión de instantes. La segunda: tomó tres juegos de ropa interior, una muda aparte de la que traía puesta, su cepillo de dientes y 250 pesos que había ahorrado, y con la ilusión a flor de piel fue en la búsqueda del amor de su vida.

Colorín colorado.

Epílogo: los enamorados se fueron a vivir a Tijuana, Baja California, México. El muchacho se dedicó a la trata de blancas con bastante éxito, y a últimas fechas inauguró un cabaret de mediana alcurnia donde Arturo, es decir, Lupita, alias Jossy, es la estrella principal. Por cierto, en la actualidad nadie le dice Juanillo al distinguido ciudadano Juan N, de lo contrario se sabe que puede perder la vida a mano de uno de los temibles gavilleros que se ostentan como sus amigos más cercanos.

Pero no todo fue felicidad. Patrocle falleció dos días después de haber devorado al maléfico Camilo, ya que nadie le dijo que el pico y las patas no se comen.

¡Pobrecito!


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Dic/00