Fidelidad al estilo

Federico Schaffler

Salvador observó en la pantalla de su vieja PC986 las alineaciones de la última semifinal del Campeonato Mundial de Fútbol Virtual. Las escuadras de México y Alemania estaban listas para que millones de netheads accionaran sus dígitos sobre los teclados para influir en movimientos y jugadas. Horas antes, los equipos de Brasil y Estados Unidos midieron sus fuerzas, con la victoria de los sudamericanos.

Los nombres registrados en todo el ciberespacio en las pantallas, líquidas, holográficas o convencionales, resultaron de una votación amplia sobre el equipo ideal de cada país competidor. Una vez electos, fueron registrados ante la FIFA, quien proveyó a los organizadores de los archivos necesarios para que cada avatar pudiera funcionar solo con las habilidades naturales que dichos deportistas poseyeron, o aún poseían, a fin de evitar sorpresas, además de darle mayor credibilidad al encuentro. La diferencia se encontraba en el cambio permanente y sucesivo de la dirección técnica y los jugadores. El entrenador de la escuadra nacional, por enésima ocasión, era el multiaclamado y multirenegado Velibor "Bora" Milutinovic. Salvador votó sin éxito por que fuera otro el responsable del equipo. Después de todo, era válido soñar.

El joven de 14 años verificó la hora del partido y decidió que tenía tiempo suficiente para registrarse y acudir después a comprar algo para comer. Antes de salir, tecleó la clave de acceso personal que le permitiría participar en el encuentro, autorizó que le cargaran a su tarjeta de débito el importe correspondiente y puso online el audio de los cronistas electrónicos. Titubeó unos instantes ante el menú de voces sintetizadas para narrar el choque deportivo, optó por seleccionar al legendario Angel Fernández, aquél locutor que según su abuelo fue el mejor, sobre todo cuando al iniciar gritaba su ya clásico: "A todos los que viven y aman el fútbol..."

Salvador, a pesar de su corta edad, en verdad vivía y amaba el fútbol y en esta ocasión estaba seguro de que su equipo, la Selección Nacional de México, tendría muchas posibilidades de lograr por primera vez un campeonato del mundo, aunque fuera en el ciberespacio, contra la escuadra brasileña, quien por tradición era siempre finalista y multicampeón, no solo en el mundo real. Esperaba ahora un resultado histórico y ansiaba también pasaran ya los cuatro meses faltantes para el inicio del verdadero torneo mundial, para el cual ya estaba calificado el equipo mexicano. Verificó la claridad de la conexión y salió presuroso, dejando el monitor encendido.

Después de leer el comunicado que acababa de recibir, Hugo Sánchez maldijo de nuevo a los directivos de la Federación Mexicana de Fútbol y a los de la FIFA. Pasaba ya de los 50 años y a pesar de lo sucedido, tenía la energía suficiente y el ímpetu para contribuir al esfuerzo del equipo mexicano, o al de cualquier otro representativo nacional. Contra todo lo que pudiese haberse dicho en su contra en las últimas décadas, era el mejor futbolista mexicano en la historia de ese deporte, a pesar de su carácter, desplantes y bravuconadas. En los últimos años demostró ser un entrenador muy competente, incluso condujo al equipo nacional a la semifinal en el Mundial del 2006 en Japón, donde de manera lamentable, pero fiel a su estilo, volvió a perder el control y agredió al árbitro que marcó un penalti en contra. El tanto le permitió al anfitrión pasar a la gran final, donde cayó ante Brasil. Un equipo mexicano, desmoralizado por completo, sucumbió ante el representativo de Sri Lanka y terminó en la cuarta posición. El sueño de una final americana, entre México y Brasil, tendría que esperar algún tiempo más.

Los últimos cuatro años fueron los peores para Sánchez. Tras ser despedido como entrenador de la Selección Nacional, no hubo equipo de su país que deseara contratarlo después de cumplir 24 meses de castigo. Terminó dirigiendo una escuadra de la segunda división española, país donde aún le tenían cariño, al no poder olvidar su fama y sus cinco "Pichichis" como máximo goleador en los ochentas. Al efectuarse las eliminatorias para el Campeonato Mundial del 2010 en Sudáfrica, no perdió la esperanza de que algún representativo nacional lo contratara, pero no fue así. Nadie quería arriesgarse a otro colérico desplante en una competencia de esa naturaleza, y el refrendo del veto de la FMF y de la FIFA, apenas recibido por correo electrónico, le "sugería con amabilidad" ni siquiera pensar en ir en persona a Ciudad del Cabo durante el próximo torneo. "No podemos evitar su telepresencia, pero las autoridades sudafricanas fueron muy explícitas al catalogarlo como persona non grata, dados sus antecedentes rebeldes y de falta de respeto a los directivos y árbitros. Por favor evítese la pena de ser deportado", consignaba el texto, agregando una invitación para presenciar, o participar, si le apetecía, en el Campeonato de Fútbol Virtual, como uno más de los millones de telejugadores.

¡Joder! Ni a Maradona le prohiben ir, pero a mí sí. No hay justicia en este mundo, pensó de mal humor. Aventó a un lado la copia impresa del mensaje, tomó el elevador para bajar los cinco pisos desde el penthouse de su residencia y enfiló su auto deportivo para ir a comprar bocadillos en algún establecimiento lejos de su casa de verano. Esperaba que el aire tibio de Cancún despejara su mente y enfriara el coraje.

Salvador sabía que Hugo Sánchez vivía en la misma ciudad que él. Después de su castigo, durante algunas semanas los telediarios siguieron de cerca los rumiantes arrebatos de quien hasta que poco a poco dejó de ser noticia. Su fama se redujo y terminó siendo un sánchez más, aunque con un pasado excelso. Al muchacho le agradaba pensar que ambos vivían en la misma ciudad, en lo que para muchos era un lugar paradisíaco, pero para otros, como él, era tan solo el sitio donde nació y vivía con sus padres.

Incluso en una ocasión Salvador vio a su ídolo de lejos, en una playa reservada a las personas distinguidas y los turistas. Intentó evadir a los guardias de seguridad, quería por lo menos saludarlo, pero no fue lo suficientemente rápido al brincar la cerca preventiva. Dos fortachones lo alcanzaron y fue arrastrado, sin consecuencias, por la cálida arena, hasta dejarlo algo lejos, con una severa advertencia de no reincidir o de hacerlo, atenerse a las consecuencias. El futbolista ni siquiera se percató del incidente. Después, investigó dónde vivía el ídolo e incluso abordó un par de camiones para llegar frente a la casa de varios pisos, donde por el momento vivía sólo. Esperó por horas a que saliera y nunca lo hizo. En esos días viajaba por el extranjero en visita de rigor a una de sus familias y supervisando sus negocios.

Cuando Salvador vio a Hugo frente al mostrador de la tienda de la esquina, muy lejos de su casa, comprando jugos de frutas embotellados y chicharrones de cerdo, no podía creerlo. Se acercó a él, titubeante. Al llegar a su lado, el tendero, impávido ante un cliente mas, le entregaba unas cuantas monedas de cambio al ex-futbolista.

-Hugo... -alcanzó a decir, mientras lo miraba con enormes ojos de incredulidad.

Ante la notoria sorpresa del chico y su franca admiración, no pudo menos que esforzarse en hacer a un lado el enojo, aunque fuera por un momento, para adoptar su papel de ídolo profesional.

-Creo que todavía así me llamo -le dijo tendiéndole la mano-, ¿y tú eres...?"

Salvador extendió el brazo, para cerrar el saludo, olvidando que con él detenía contra su cuerpo una enorme botella plástica de refresco de cola. El envase cayó al suelo, rebotó una vez, y ante el asombro del chico, el retirado futbolista la detuvo al vuelo con el empeine, manteniéndola inmóvil con su pie unos segundos, como si fuera un balón. Un rápido movimiento la elevó por el aire, donde la capturó con la mano. Después la colocó sobre el mostrador y enseguida extendió una vez más la diestra para completar el interrumpido saludo.

Acostumbrado a las preguntas incisivas de los reporteros y a las idiotas peticiones de algunos aficionados, jamás esperó una pregunta que lo remontara a lo más profundo de sí mismo. Lo pensó unos momentos, depositó en el piso del asiento de atrás de su vehículo sus compras, abrió la portezuela de su auto y después de abordarlo contestó.

-Simplemente quise. Me lo propuse y quiero pensar que lo logré, aunque me queda la frustración de nunca haber sido Campeón del Mundo o por lo menos jugar en una final.

En ese momento, Salvador recordó el inicio de la transmisión del encuentro por la red. Consultó rápido su reloj y se maldijo en su interior que fuera justo en el momento en que conoció a Hugo, cuando tuviera que conectarse a la red. Pero por primera ocasión logró participar en el torneo y el juego estaba a punto de empezar.

Sánchez vio en los ojos de Rangel la determinación que alguna vez tuvo él mismo, la osadía que aún poseía y la ilusión de defender a su patria, en un campo de juego, como él lo hizo tantas veces. El muchacho iba a hacerlo en la red, algo que él jamás había intentado.

Arrancó el motor de su automóvil, dio una vuelta en U, para seguir al joven que corría con todas sus fuerzas rumbo a su casa y lo alcanzó, emparejando la velocidad de ambos.

-Salvador: ¿Me invitas a jugar fútbol contigo?

Esta vez, alcanzó a contener su sorpresa, afianzó la bolsa contra su cuerpo, disminuyó un poco su velocidad y se lanzó como atleta olímpico de salto de altura, para caer de espaldas en el asiento trasero del convertible, sin rozar siquiera la carrocería ni esparcir por el suelo sus compras, que abrazaba emocionado.

-Dos cuadras derecho y una a la izquierda, en la casa verde.

Ahora el sorprendido fue Sánchez, quien pisó a fondo el acelerador, mientras descubría la amplia sonrisa de Salvador y el brillo inigualable en los ojos de quien vive el inicio de un sueño que anhela completar.

-¡Agárrate bien, porque ahorita llegamos! ¡México nos necesita!

Era en verdad una novedad lo que vivía en ese momento el experimentado futbolista. Conocía y navegaba en la red desde muchos años antes, pero nunca se propuso presenciar un encuentro de fútbol de este tipo. Las reglas eran similares a las de un partido normal, aunque la operación de los jugadores era distinta. Las capacidades técnicas y de interacción de los avatares estaban basadas en los atletas reales y era controlada por una interfase especial entre los cabletas o netheads que se conectaban y participaban en el entretenimiento. Un sofisticado programa permitía que las decisiones de miles, e inclusos millones de usuarios, se compilaran en un instante y decidieran el rumbo del encuentro, el nivel de competitividad y la entrega de los futbolistas. Todos estos factores influenciaban el resultado. La novedad en este torneo era que el programa analizaba todos los movimientos y estrategias de los participantes, y como el legendario Big Blue de IBM, que venció a Kasparov muchos años antes y a cuanto gran maestro de ajedrez le pusieron enfrente desde entonces. El programa permitía deducir los movimientos siguientes y la eficacia de cada uno de ellos, proyectando estrategias definidas, que eran alimentadas al teclado y computadora del entrenador del equipo. Esta perfecta conjunción entre la dinámica del público, el frío análisis y calculador actuar de un programa y la compilación de las propuestas de quienes fungían en un momento dado como entrenador, era lo que hacía más interesante la competencia. Además, de manera aleatoria se otorgaba el control de cada jugador y del propio director técnico a un participante real. Esta variante le daba más vitalidad a la competencia y hacía más impredecible el resultado final.

Hugo y Salvador estaban conectados desde el inicio a la transmisión. Corría ya el segundo tiempo y faltaban 10 minutos para el final. El marcador estaba empatado a un gol entre México y Alemania, con goles del delantero teutón Litbarski y del recio zaguero "Kalimán" Guzmán. Sánchez decidió ver para aprender. La prudencia sugería dejar que Salvador participara sólo todo el primer tiempo y parte del segundo. Pasaron por alto la opción contratada de juego asistido, pero aún así, el futbolista gritó eufórico en los momentos de tensión y cuando México empató el marcador. Esa entrega y vehemencia era parte intrínseca de su naturaleza y contra eso no podía luchar.

Estaban recostados paralelos sobre un sillón de raída tapicería en el cuarto de Salvador. Sobre sus cabezas se encontraban colocados los dos cascos con pantalla de cristal líquido que les permitía "vivir" el juego. Acostumbrado al rugir de los estadios, admiró un instante a Rangel, a quien parecía no importarle el elevado sonido. Durante el encuentro, los millones de aficionados que intentaron ser parte del mismo y que no lograron cumplir los requisitos, tuvieron que conformarse con ser espectadores.

Sánchez concluyó que era hora de participar y dejar de ser un espectador más. Faltaban pocos minutos para el silbatazo final y lo que menos deseaba era exponer a su equipo a una serie de penaltis. La historia tendía a ser endiabladamente repetitiva.

-Dame acceso, Salvador, -pidió moviendo con la mirada el cursor del menú que estaba sobrepuesto a la imagen del estadio para comunicarse con su nuevo amigo. Rangel accedió sin perder de vista el balón o el monitoreo continuo de la barra que mostraba las estadísticas hasta el momento. La posibilidad del juego asistido permitía una participación mayor de los conectados a la red, además, los promotores del espectáculo sabían que un usuario nuevo, aunque fuera fugaz, podría después convertirse en un asiduo consumidor de su producto. La mercadotecnia conocía ya todas las variantes del comportamiento humano, así como su tendencia a las adicciones y el fútbol virtual también era adictivo.

La señal fue compartida justo en un avance de la selección nacional de México. El Hugo real percibía con claridad el lugar que ocupaba en el campo su avatar, la imagen recreada por la electrónica. Durante el transcurso de cualquier encuentro de fútbol como este, todos los participantes cambiaban de jugador cada 7.5 minutos, con el objeto de que en los 90 del tiempo reglamentario, ocuparan las once posiciones del campo, además de la dirección técnica del equipo. Para mala suerte de Hugo, ahora que estaba él conectado, cuando al fin comprendió las sutiles diferencias entre jugar en un campo real y hacerlo en uno imaginario, Salvador había ocupado ya desde el primer tiempo la posición de centro delantero y ahora jugaba como mediocampista. En ese momento se avanzaba hacia la meta contraria con el balón en control de los mexicanos. La única posición que les restaba por ocupar era la dirección técnica, misma que llegaría a sus manos en menos de dos minutos.

Por el momento, los nuevos amigos analizaron las posibilidades y cualidades de José Antonio Roca, entre ellas su preciso pase largo. Avanzaban apoyados en toques cortos con Horacio Casarín cuando a lo lejos percibieron como la imagen del primero se desmarcaba del legendario Franz Beckenbauer. Roca conectó un pase al hueco y como era de esperarse, el Hugo artificial se elevó en el aire para rematar al marco con la ahora clásica huguiña. El balón se estrelló con fuerza en el travesaño, para regresar al área chica. Para fortuna del equipo mexicano, Enrique Borja se encontraba en el lugar justo en el momento indicado, también fiel a su estilo. El remate de cabeza colocó el balón en el fondo de las redes, lejos del alcance de Sepp Meier. El pase de Hugo a Hugo sirvió para lograr una momentánea diferencia en el marcador.

La euforia del dos a uno, a favor de México, circuló el ciberespacio. Ambos gritaban de alegría. Ahora sólo restaba esperar que se les asignara la dirección del equipo durante los últimos siete minutos y medio y que pudiera conservarse la ventaja.

La final entre México y Brasil, parecía ser inminente. Sólo habría que aguantar unos minutos más los embates germanos.

Con toda seguridad, al igual que millones de otros mexicanos, esperaban que no ocurriera alguna desgracia futbolística y pudieran contenerse los elaborados y fuertes ataques de Seeler, Rummenigge, Vogts y Muller sin recibir gol en contra. Si todo seguía igual, Hugo Sánchez y Pelé al fin se verían las caras, o los avatares, en un estadio de fútbol. Era un sueño a punto de hacerse realidad.

En el momento esperado, recibieron la opción de hacer recomendaciones como director técnico del equipo. Su opinión con toda seguridad se perdería entre las miles de sugerencias de otros tantos aficionados en el mundo real, pero eso no importaba. La propuesta final del software al compilar las opciones recibidas sin duda tendería hacia la defensiva. Bajar a todos los jugadores a proteger el marco de Antonio «La Tota» Carbajal. Era la reacción lógica que podía esperarse de los mexicanos, ahora que estaba tan cerca la posibilidad de participar en una final de fútbol, aunque fuera en la telaraña mundial del Internet.

Fiel a su manera de jugar y a su vehemencia característica de luchar siempre, Hugo propuso atacar. Estaba seguro que sería una voz en el desierto, pero iba en contra de su naturaleza retraerse a defender. Estaba seguro de que había llegado el momento de utilizar la cabeza para algo más que rematar a gol. La mejor defensa, siempre se ha dicho, es el ataque. Y lo que mejor hacía él era precisamente atacar.

Extendió un brazo para palmear agradecido, y en actitud de solidaria complicidad, el hombro de Salvador. Por el momento ya no le importaba tanto el veto del Mundial de Sudáfrica. Su mente estaba fija en la esperada final contra Brasil.

Mientras los mexicanos realizaban un contragolpe mas, encabezados por su propia imagen, rezó en silencio porque el marcador terminara así y que Alemania no pudiera empatar. Brasil y Pelé lo aguardaban en el próximo partido.

A medida que se consumían los minutos, la posibilidad de llegar a los penaltis era cada vez más remota, pero el revitalizado héroe no quería pensar en eso.

Sabía muy bien que la fidelidad al estilo es difícil de vencer.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/00