Tú Ordenas

Francisco Morosini

Cuando abrí los ojos tuve que esperar un momento para tratar de ubicarme y saber a ciencia cierta dónde estaba. La noche había sido cruenta. Me encontraba en mi cama, pero ignoraba cómo había llegado hasta allí. La luz del día lastimó mis ojos, me imaginé un vampiro que rechaza la luz. Me volví a esconder bajo las sábanas, para nada tenía la intención de ponerme de pie. Todo el cuerpo me dolía, la cabeza parecía que me iba a estallar, mis ojos, según yo, abandonarían sus órbitas y la boca estaba llena de un espantoso engrudo que casi me provoca vómito. En esas estaba cuando el timbre del teléfono perforó mis oídos, lo dejé sonar por un rato, pero no tuve más remedio que contestar. Se trataba de mi secretaria que me urgía para que llegara a la oficina, porque ya se encontraban ahí las personas con quienes esperaba consolidar un buen negocio. De buena gana hubiera mandado todo al demonio, pero no era correcto, así que como pude me decidí a tomar un baño, esperaba que eso ayudaría a recuperarme. Cuando me vi en el espejo no me reconocí, estaba abotagado, mi cara estaba hinchada, la piel la sentía flácida y debajo de los ojos lucía unas espantosas bolsas que casi me llegaban a las mejillas. Tomé la maquinilla para afeitarme, me puse jabón en la cara y dejé correr la navaja sobre la piel, el dolor era intenso, pero no tenía otra solución, toda vez que mi máquina eléctrica estaba descompuesta. Cuando terminé de afeitarme, mi cara tenía un tono entre rojo y morado. Abrí la regadera y dejé que el agua corriera sobre mi cuerpo, eso mitigó un tanto mis dolencias.

Cuando salí del baño, volví a tomar el teléfono para comunicarle a mi secretaria que en escasos veinte minutos estaría con los señores que me esperaban. Me vestí a toda prisa y bajé a la cocina para beber una taza de café. Sentía la boca pegajosa y sabía que mi aliento no era nada agradable en esos momentos, así que revolví uno de los cajones de la alacena para ver si encontraba unas pastillas clorets que recordaba haber dejado por allí en alguna ocasión. Tuve suerte. Tomé dos de ellas y me las llevé a la boca, eso me dio un poco de confianza, ya que seguramente tendría que hablar un buen rato con las personas que me esperaban en la oficina. El dolor de cabeza tampoco me abandonaba, por lo que después de la taza de café, preparé un par de alka-seltzer en un vaso de agua. Dios mío, pensé, ayúdame. Ya que no recordaba cómo había llegado a mi casa, traté de localizar mi portafolios y las llaves del coche, por fortuna estaban en el lugar donde habitualmente los dejo. Así que llegué solo, me dije. Pero por más esfuerzo que hacía no lograba recordar qué había pasado después de cierta hora en el restaurante donde había comido con unos amigos. Vaya borrachera y qué suerte de haber llegado a mi casa sin contratiempo, pensé. Borracho, pero no tonto, como quizá intuí que no podría meter el automóvil a la cochera, lo dejé estacionado en la calle. No hay borracho que coma lumbre, decía mi abuela.

Llegué a la oficina, mi secretaria, previsora, ya me tenía una humeante taza de café sobre el escritorio, me la tomé rapidísimo y pedí otra, al mismo tiempo que ordenaba que pasaran las personas que ya esperaban en la antesala. Dada mi condición, dejé la oficina en penumbras, yo sí podía ver perfectamente bien a mis interlocutores, pero a ellos, dada la iluminación, se les dificultaba observarme con claridad. Además, preví mi colocación, para que mi aliento no los ofendiera y no descubrieran la causa de mi retraso. Despaché el asunto lo más rápido que pude, porque ansiaba tomarme un par de cervezas y un buen coctel de camarones. Una vez terminada la reunión, llamé a mi secretaria para darle algunas instrucciones y me escabullí por la puerta de servicio, pues no quería que se detectara mi ausencia.

Ni siquiera dejé que el chofer tomara el automóvil, yo mismo conduje hasta la coctelería. El tránsito era intenso, así que cuando llegué al negocio me sentía sudoroso y cansado, ni siquiera busqué una mesa, me fui directamente a la barra. Cuando el dueño de la coctelería me detectó ya ni preguntó que tomaría, de inmediato puso entre mis manos una cerveza bien fría, mientras él se acodaba frente a mí con su respectivo trago. -Qué hay compadre, cómo van los asuntos, por ahí me enteré que hay algunos que te quieren tender una camita ¿es cierto? dicen que te ven espolones para gallo y eso no los hace felices, que les puedes echar a perder algunos de sus negocios, por lo que te quieren eliminar de la jugada. -Mira, le contesté, quizás tú estés más enterado de esos chismes, pero la verdad me tienen sin cuidado, si el jefe decide que yo ocupe alguna posición distinta a la que tengo, pues no tendré más remedio que cumplir con las ordenes, aunque haya a quienes les disguste. Sé que no soy monedita de oro, pero ni modo, hermano, qué quieres que haga, le sirvo a un patrón igual que aquellos que no me quieren, pero no me quieren porque saben que si llego al puesto que piensan, se les va a acabar la mina. Está comprobado que son una bola de rateros, pero tú sabes como son estas cosas, por eso no les han hecho nada, posiblemente ni quieren que vayan a la cárcel, quizá sólo están a la espera de que haya alguien que sea capaz de pararlos, y si a mí me mandan, pues haré mi chamba, pésele a quien le pese.

-Mira mi hermano, me contestó, tú sabes que yo puedo meterme y arreglar el asunto a mi manera. Si tú quieres nada más te das una vuelta por acá y me señalas quién es el que debe pintar su calavera y hecho estará. Te tengo una especial estimación porque jamás se te ha subido el puesto a la cabeza y siempre me has distinguido con tu amistad. Las veces que he necesitado de ti ahí has estado, nunca has negado que somos amigos y ya ves la fama que me cargo, pero tú siempre te mantienes firme, solidario con tu amigo. Por eso me da rabia que te quieran perjudicar, esos cabrones son capaces de cualquier cosa para evitar que llegues a esa nueva posición. Yo sé que ni siquiera te interesa, pero si te mandan vas a tener que ir, así que esos tipos te pueden perjudicar en serio, si no a ti a tú familia y eso no sería justo; por eso te digo una vez más, a mí no me tiembla la mano, cuando se hace necesario despachar a alguien, y más por una causa como la tuya, no hay poder que me detenga. Ya sabes, las cosas las trabajo con sigilo, absoluta seguridad y máxima discreción. Si el asunto llegara a fallar por cualquier motivo, cierro la boca y aguanto el baño. Si hay que pasar unos años a la sombra, ni modo, por pendejo me lo habré ganado, pero nadie sabrá nada más.

Mientras me decía esto, no dejaba de limpiar el mostrador con una franela, pule que pule la superficie de formica, mientras mordía el puro que apagado se mantenía en su boca. Lo sentí tenso, pero convencido de lo que me decía. Hasta parecía indignado, los músculos del cuello se le marcaban notablemente y la mano que tenía libre parecía una garra, lista para atrapar a su presa. Ya llevaba la tercer cerveza y un par de cocteles de camarón, me sentía muy bien, el malestar ya había pasado, ahora lo único que tenía que hacer era ya no beber ninguna cerveza más, pues corría el peligro de empatar la borrachera de la noche anterior y eso no era ni conveniente ni sano. Así que decidí despedirme de mi amigo. Pedí la cuenta y eché mano a mi cartera. La mano libre de mi amigo saltó como impelida por un resorte y tomó la mía, la que sostenía la cartera. -No, me dijo, aquí no debes nada, y así como en esto no me debes nada, si decides algún día utilizar mis servicios para lo otro, tampoco me deberás nada. Tú ordenas y yo cumplo.

Cuando me soltó, sus dedos quedaron impresos en mi mano. Sin que lo notara empecé a sobarme, pues me había lastimado. Me despedí de él, le di las gracias por todas sus atenciones y tomé rumbo hacia mi coche. Ya estaba en el interior de mi automóvil, cuando reflexioné: -y si limpiamos un poco de la mala hierba, no creo que a nadie le hagamos demasiado daño. Me bajé del coche, me dirigí de nueva cuenta hacia la barra, me acerqué a mi amigo, caminamos hacia la trascantina y allí hablamos por un momento. -Tú ordenas, me dijo.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 09/Ene/04