Modesto hobbista
Jaime Reyes Rodríguez
Bien sabido es que muchas personas coleccionan toda clase de objetos. Hay quienes coleccionan lápices de todas marcas y colores, teteras -cuanto más antiguas, mejor-, crucifijos, armas, ropa interior, moscas, lágrimas, autógrafos, sobrecitos de té, afiches publicitarios de China, etcétera. Lo mío es más sencillo, mundano, al tiempo íntimo. Colecciono billetes de tranvía.
Voy decidido a depositarlo en la máquina para abordar el vagón y de la nada me descubro mirando el número de registro. Es algo superior a mi voluntad. Sin embargo, miro que otros viajeros lo practican con discreción. No me siento solo en mi locura. Ana, por ejemplo, tampoco puede evitarlo. Es igual a mí, aunque no pueda ser igual a mí, o yo igual a ella, es igual.
Hoy pude establecer una conversación sensata con Ana. No podemos comprender cómo fue que jamás nos percatamos de nuestra "situación" y cómo fue que los dos asistimos, por años, con el mismo sicoterapeuta sin darnos cuenta. Ahora, gracias a él, sabemos que, a pesar de todo, tenemos algo en común que nos servirá para construir una nueva vida.
Su consultorio está en la Calle de Otto 1331, el edificio tiene un raro nombre: Odumodneurtse!, el local es el número 77 y en la puerta puede leerse una inscripción: "A la duda dúdala". Vaya zafado, pensé al llegar a mi primera consulta. Su nombre es Josep Maria Garrut i Romà, de aspecto extraño, por lo que no me inspiró mucha confianza. La soledad es una enfermedad de las más raras, pensé.
Le conté lo de mi relación con los billetes de tranvía. Josep dijo que es un síndrome común de los sujetos de nuestro tiempo, y que se manifiesta, principalmente, en la colección de billetes de tranvía. Sin embargo, dijo, se supo del primer caso en Barcelona a finales del siglo antepasado. Le llaman "el mal catalán".
Seguramente, continuó, varios lo mirarán con indiferencia pero, en realidad, se guardan lo que piensan, me decía mirándome fijamente a los ojos. Si tiene usted suerte de conocer, dijo, a otro de su clase... disculpe, con su síndrome... digámosle... situación, sí, con su situación, su vida se hará menos difícil, pues entonces podrá lograrse la terapia de "el canje", es decir, intercambiar lo que a usted le sobra por repetido y al otro le falta por perdido y viceversa.
Me quedé atónito y él empezó a fumar.
No se conciba como un enfermo, dijo, los que le son iguales, a quienes se les podría llamar "los hermanitos menores del filatélico", son personas muy normales. Usted es como un modesto hobbista, tal vez el más desinteresado de todos, pues sabe que su manía jamás reportará un beneficio pecuniario, por lo que podemos clasificarle como un hobbista ciento por ciento. Un profesional.
Ahora era yo quien le miraba fijamente. Y empecé a fumar, por lo que decidí extender el número de mis consultas a todo el resto del año. Nunca hablé de ella.
Esa es la noche de la conversación sensata con Ana, bebemos champaña y cenamos crema de avellanas, carne y puré de verduras. Aún faltan un par de horas para la medianoche, así que pensamos que es buen momento para iniciar la terapia: el canje.
Entre sus billetes tiene números fabulosos como el 36363 o el 48284, incluso me mostró su más preciado tesoro: el gran 00000, mientras que yo, muchas veces, tengo que conformarme con "números lástima", que, a pesar de su pequeño inconveniente, valoro casi por igual, todo es cuestión de poner un poquito de imaginación, me digo a mí mismo. Ella no piensa igual. Debe ser lo que es, me dice con mirada obsesa.
Ana goza de mucha suerte y se refleja en los números que posee, sin embargo, yo le tengo una sorpresa que hará que vuelva a amarme. Este es nuestro tiempo y nadie podrá separarnos. Veintidós lustros pasarán para volver a estar juntos. En otras vidas.
Abrí otra botella de champaña y brindamos en las copas de oro que tienen grabada una inscripción en el interior: Odio la luz azul al oído. Estamos a punto de llegar.
Cinco. Cuatro. Tres. Dos... 12:00.
Un par de hermosas lágrimas bañan su rostro y sus ojos no dejan de mirar el monitor del televisor. Tengo miedo al ridículo. Es complicado regalar algo que no me pertenece, pero que, al tiempo, es muy mío, muy nuestro. Es extraño ofrecer algo que de cualquier forma se tendrá sin en verdad tenerlo. Son cosas de la mente y de las palabras. También de los números. Ser cabeza y cola al mismo tiempo que nada se es. Tener una especie de suspensión del tiempo y del verbo, una especie de círculo polar. Espejo.
El año 2002 ha comenzado y yo olvidé comprar las uvas.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 12/Oct/02