J.E.S.S.
Pablo Garssía
Mi nombre es Jessica y tengo 9 años. Ahorita estoy esperando a mi mamá al lado de la señora Miriam. Ella me cuida cuando a mi mamá le toca su turno. Estamos en un cuarto pequeñito. Hay sillones, sillas, espejos, ganchos para ropa, ropa y un baño chiquito. En el baño está Nancy, en una silla está la señora Miriam, en un sillón estoy yo y en los otros sillones están dos mujeres que no conozco. Ellas tampoco me conocen.
No hace frío ni calor. Hay poca luz. Los sillones son muy cómodos y, aunque ya es de noche, yo no me duermo; no me gusta dormir cuando sé que la gente me va a ver. No me importa que mi mamá o la señora Miriam me vean, pero las demás chicas sí. Y no nada más son las dos chicas que ahorita están en los sillones y la que está en el baño las que me pueden ver, sino muchas más. No las conozco a todas, pero puedo decir el nombre de algunas: Stephany, Karen, Patty, Melissa, Lily, la otra Stephany, Melanie, Pamela, Priscila, Cristine, Tiffany: esas son de las que me acuerdo.
A Cristine la recuerdo porque ella es amiga de mi mamá. Una vez fue a mi casa y cenamos pollos rostizados. Es alta y muy bonita; tiene el cabello güero y largo. Un día me regaló ocho libros para dibujar. La quiero, pero no me gusta que me vea dormida, ni tampoco que me vea ninguna de las Stephany, ni Pamela, ninguna, por eso me aguanto y no me duermo.
Cuando mi mamá y yo llegamos en la tarde, el cuarto estaba limpio. No había ni peines ni maquillajes tirados. El baño estaba seco y olía a jabón. El aire se sentía limpio, no como ahora, que la mitad de lo que alcanzo a ver es el humo de los cigarrillos. Y es que las chicas, conforme van llegando, van contribuyendo al desorden y a la contaminación; y, entre esas chicas, está mi mamá. Ella también fuma y es desordenada, como las demás; luego por eso se pelean, por desordenadas. Ya no saben de quién es ese lápiz labial o de quién ese brassier.
Mami se ha peleado varias veces. Una vez se peleó con Karen porque se había llevado un bikini de mi mamá. El día que se lo puso la tal Karen mi mamá la vio y la jaló de sus cabellos hasta el cuarto y ahí la golpeó hasta que la señora Miriam las separó amenazándolas con unas tijeras. Otra vez, mi mamá se agarró a golpes y a mordidas con otra chica que ya no trabaja aquí. La otra chica no le había robado nada a mi mamá, pero no sé por qué mami la lastimó de esa manera; hasta los policías vinieron por el relajo que se armó ese día. Creo que todo fue por causa de un hombre, uno de esos hombres que vienen a ver a las chicas.
Mi mamá trabaja aquí desde hace 2 años, pero desde hace apenas un año me trae con ella. Como mi tía se murió, ya no había nadie que me pudiera cuidar por la noche, por eso mi mamá decidió traerme a su trabajo. A mí no me agrada mucho venir, pero es mejor que quedarme en casa solita, asustada, esperando a que mi tía o mi papá se aparezcan en cualquier instante. Mi tía, a pesar de que era muy alegre y paciente conmigo, me daba miedo... y me lo sigue dando; su rostro carcomido y sus manos temblorosas me aterraron desde siempre, no así las de mi padre, las cuales no conozco y no he tocado nunca. Creo que por eso le tengo miedo a mi papá, porque no lo he visto jamás. Mamá dice que no le tiene miedo y que tampoco se siente sola, porque me tiene a mí. "Y a tus amigos del trabajo", le respondo en silencio.
Mamá asegura que no va al trabajo para divertirse, aunque así lo parezca, sino para tener dinero para que yo estudie y para que tengamos un buen lugar donde vivir. Cuando vivíamos en la casa de mi tía, mami también trabajaba aquí y yo a veces no iba a la escuela, pero la verdad es que desde que mamá comenzó a trabajar acá, nos empezó a llevar regalos a la tía y a mí muy seguido. A mí me compraba ropa y juguetes que la tía decía que eran muy caros, "de lujo". Sin embargo, cuando la tía se murió, en vez de que mis regalos aumentaran, fueron siendo más escasos, por eso yo no sé si le convenga a mi mamá seguir trabajando aquí, pero, de que se divierte, se divierte.
La señora Miriam es buena conmigo y con las chicas. A mí me consiente y a ellas, a parte de mandarlas, las trata de aconsejar. No sé si trabajó alguna vez aquí cuando era más joven, o más guapa, pero lo que sí es que sabe mucho y todas le tienen respeto. Ella se encarga de organizar a las muchachas para que se vayan preparando cada vez que les toca su turno de salir de este cuarto. A la única a la que no presiona para que se arregle y salga es a mí. Yo nunca he salido del cuarto, salvo en dos ocasiones.
Lo que hay allá afuera es diferente. No hay focos como los que hay en mi casa o como los que hay dentro del cuarto. Los focos que hay ahí tienen figuras extrañas y son de colores brillantes, intensos, aunque, en realidad, eso no los hace que iluminen más que los otros, al contrario, todo parece estar siempre medio oscuro. Hay muchas mesas y sillas. La alfombra es oscura y el color de los manteles de las mesas también. Al centro de las mesas hay tres o cuatro tubos de metal, y, desde hace dos meses, arriba de estos, casi junto al techo, están unas televisiones muy grandes. Cuando ya es de noche y ya hay gente dentro, las televisiones empiezan a funcionar, al igual que las bocinas. La música se escucha fuerte, muy fuerte, tanto, que siempre se cuela hacia nuestro cuarto. Yo sé que el muchacho que pone la música se llama Joaquín. Él está siempre solo dentro de su cuarto y, aunque también se la pasa encerrado siempre, sí puede ver todo. Ve a las chicas y a toda la gente a través de una ventana negra. Un día le dije a la señora Miriam que yo quería ir y estar un rato en el cuarto de Joaquín, pero ella me dijo que no era conveniente ni bueno que viera lo que Joaquín ve todas las noches, que era mejor que me aburriera ahí dentro con ella.
Lo que las chicas y mi mamá hacen afuera es bailar; bailan y bailan, pero no como en las fiestas de Navidad o de Año nuevo, no. Bailan ellas solas, para que los hombres las vean. A las únicas que he visto bailar, las veces que me he asomado, han sido Pamela y a Melissa. Esa vez Melissa traía unas botas negras y un abriguito de piel y se movía muy bien; me gustó mucho como bailaba. Imagino que a las personas que estaban sentadas en las mesas también, porque le gritaban a Melissa con fuerza, con mucha alegría.
Con Pamela fue más extraño. La señora Miriam había salido del cuarto y la puerta estaba entreabierta; sólo una de las chicas estaba dentro, bañándose en la regadera. Abrí la puerta despacio y caminé unos pasos. La silueta de dos meseros me estorbaba la vista, así que avancé más y ahí fue donde vi a Pamela. Estaba toda encuerada, con una mano sosteniendo su bikini azul en el aire y con la otra apretándose las tetas. Cuando vi a la señora Miriam escurrirse entre los dos meseros y a Pamela abrir sus piernas frente al público, me regresé corriendo al cuarto. Si yo le hubiera preguntado a la señora Miriam por qué Pamela estaba bailando de esa manera, desnuda, ella me hubiera explicado, pero no lo hice; no me preocupaba mucho si Pamela bailaba desnuda o no, aunque no podía quitarme de la cabeza la idea de que a mi mami se le ocurriera algún día hacer lo mismo. Por eso, desde ese día, ya no intento escabullirme del cuarto, no sea que, en una de esas...
Tengo sueño. Ninguna de las chicas está ya aquí dentro; han de estar sentadas allá afuera, "platicando con los clientes". Eso dice la señora Miriam que hacen las chicas cuando no están bailando y cuando no están aquí: "platicando con los clientes"... Pues mi mami debe tener una plática bastante interesante, porque desde hace un buen rato no viene. Mañana tenemos que ir a que me inscriba en la escuela. Los demás niños entraron a clases hace una semana y espero no retrasarme mucho. Ojalá que mañana mi mamá y yo sí nos levantemos temprano y podamos ir de una vez por todas a la escuela. Si ella no duerme hoy, al menos yo sí lo haré, de todos modos, en este momento ya no hay nadie que me pueda ver, hasta la señora Miriam se ha quedado dormida en su silla, con las manos juntas y los párpados arrugaditos.
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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Mar/00