Noé
Julián Rubén Jiménez
Por entonces habían pasado ya muchos años desde que Noé construyera su arca; muchos, tantos que de no mediar su pertinaz longevidad habría muerto cuatro veces y estaría siendo agasajado su polvo por el polvo.
Hacía tanto tanto tiempo que esperaban, que estas bestias eran nietas y biznietas de aquellas que aceptaron la palabra de Noé y ya nada conocían de los motivos que impulsaron a sus antepasados a prestar su confianza a aquel venerable anciano. Pero, así las cosas, aquella era ya su casa y allí tenían su comedor; de modo que todos los animales permanecían allí instalados, recogidos a bordo, a salvo de las aguas justicieras que habrían de llegar.
Pasaban los años y pasaba Noé los días languideciendo en bitácora, espiando el cielo, aspirando al agua, esperando el momento en que un aguacero disoluto viniera a confirmar su predicción. Ajenos a tan grave responsabilidad atendían sus nietos y biznietos las contingencias de la suya, y así andaban disciplinados y afanosos en procurar la leña de los fuegos, la paja de los lechos, el agua, los cuidados, la comida ..., cada cual según su disposición y oficio, aplicados todos en mantener la nave a punto en espera del momento señalado.
Pasaban los años y pasaba Noé los días sin la bendición del agua, en bitácora, sin más sobresalto que algún nuevo latido en la alternancia monótona de alumbramientos y defunciones. Sístoles y asístoles que apenas afectaban al pasaje o a la tripulación, un pulso ordinario que en modo alguno alteraba sus planes.
Pasaban los años y uno de ellos trajo finalmente un día de sucesos importantes, transcendentes, ya casi inesperados.
Aquel día, durante la mañana, hicieron acto de presencia dos o tres nubecillas, primero, algunas más después. Mediada la tarde los corazones de la tripulación no cabían en sí de gozo: colmados nubarrones pintaban todo el cielo de un color gris milagro y un silencio estupefacto enmudecía sus labios. Un silencio cauteloso y prolongado y reverente.
Más tarde, desde bitácora, sería el propio Noé el primero en tomar la palabra:
-¡Oh, un copo!.-
-¡Y otro!, ¡otro!, ¡otro!, ¡otro!, ¡otro!, ¡otro!, .....-
repitieron luego sus nietos y biznietos apuntando a todas partes extasiados con el dedo.
Aquel siglo sólo hubo una nevada.
Cuarenta años después cesó finalmente aquella obstinación del cielo en cubrir la tierra toda de un velo blanco y frío que anunciaba la tercera glaciación. Tal vez la cuarta.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05