Mantis

Óscar Cossío

ELLA.-¡Qué bonitos están sus higos! (pausa) Ese color... ¿Son así de verdes y grandes? Disculpe. ¿Dónde los compro?

ÉL. -(sin entusiasmo) Calle de Esperanza, número 13.

ELLA. -¿Es una frutería? ¿Un mercado?

ÉL. -No. Es una huerta de higos.

ELLA. -¿Por qué están verdes?

ÉL. -Así son.

ELLA. -Seguramente que los cortan verdes y luego los dejan madurar almacenados.

ÉL.-Estos higos son así. Con ese color verde están perfectamente maduros.

ELLA. -Son muy grandes. ¿Será posible que también estén dulces? Mi madre me decía que la fruta grande no es siempre la más dulce. ¿Ha probado los duraznos? Seguramente que sí, disculpe mi torpeza, pero estará de acuerdo conmigo que los duraznos grandes, de colores sonrosados y piel aterciopelada, resultan, generalmente, una decepción. A la primera mordida nos damos cuenta que eran un engaño, un fraude, si usted me lo permite; nos entran por los ojos, de lejos, cuando aún no podemos conocer su realidad; nos engañan, son una falacia. En cambio los duraznos pequeños, proletarios, si me permite usar el término, casi insignificantes en comparación, no tan llamativos, en ocasiones de aspecto casi despreciable, resultan una agradable sorpresa por su sabor y dulzura. Espero que estará de acuerdo conmigo.

ÉL.-Sí. Tiene razón.

ELLA. -¿Verdad? Es tan agradable encontrar, así, de repente, un caballero considerado. No una de esas gentes que tratan de oponerse a todo y de abusar de las menores oportunidades que se les presentan.

ÉL. -Es verdad.

ELLA. -Luego se ve que usted no es uno de esos. Por ello me atreví a preguntarle por sus higos. ¿Se los vendieron por kilo?

ÉL. -No. Uno paga una cantidad a la entrada y, por ese precio, tiene derecho a comer todos los que pueda dentro de la huerta y a llevarse los que quepan en una cubeta como ésta.

ELLA. -¡Qué conveniente! Además de que uno compra una cubeta de higos puede pasar un agradable día de campo y disfrutar comiendo hasta saciarse, de estas maravillas de la naturaleza. A mí me gustan muchísimo. ¿Está seguro que no se encuentran aún verdes?

ÉL. -Tome uno. ( Pausa mientras ella se come, sin alegría, el higo).

ELLA. -Tenía razón. Están maduros y dulces. Antes que termine la temporada debo ir a pasar ahí un día de campo, comer muchos higos y traerme una cubeta como la suya, llena de frutas. ¿En ésta huerta tienen también otra clase de árboles frutales, como manzanas, peras, mangos, o cosa por el estilo?

ÉL. -Solamente higos.

ELLA. -Es una lástima. ¿No creé usted que sería muy considerado de su parte si también sembraran otra clase de árboles? Hasta podría ser mejor negocio, un, digamos, atractivo adicional, para que vaya más gente, más personas a gozar de los beneficios de la naturaleza. Ya me imagino a cientos, miles, de personas formadas, agradecidas, con el corazón lleno de alegría, por la oportunidad de satisfacer su hambre con frutas diversas y, al mismo tiempo, cubriendo sus necesidades, no del cuerpo, sino del espíritu con el espectáculo de todos los árboles cargados de frutos, que sería una delicia verlos. ¿No creé usted?

ÉL. -Sí.

ELLA. -¡Qué bueno! Qué bueno que está usted de acuerdo conmigo. Voy a hacer todo lo posible para entrevistarme con los dueños de la huerta, y hacerles saber que usted, sin duda distinguido cliente de su negocio apoya está moción en bien de la economía de ellos, los dueños, y de progreso y ayuda para toda la comunidad. ¿No se opondrá usted a que le mencione?

ÉL. -Preferiría que no lo haga. Pero de todas formas no tiene ninguna importancia, pues no me conocen. Sólo soy una persona, una entre muchísimas, que en alguna ocasión, rara por cierto, va a comprar higos. Para ellos soy una persona sin cara.

ELLA. -Lo que pasa es que es usted demasiado modesto. No se podría esperar otra cosa de un caballero de su educación. Sin embargo, un exceso de modestia puede ser también interpretado como...espero que no lo tome a mal, como afectación. Usted dice de sí mismo ser un hombre sin cara. Pero muchas personas, muchas más de las que pueda usted, quizá, imaginar, estarán de acuerdo con mi opinión de que su cara es distinguida y causa un agradable impacto, difícil de olvidar. Por mi parte puedo decirle ya, que no me olvidaré... No, no piense mal. Lejos de mí la idea de hacer proposiciones a una persona que acabo de conocer, por más que se trate de alguien que me impresionó profunda y favorablemente. Cuando me refiero a que tiene usted una cara difícil de olvidar, me estoy refiriendo a un hecho objetivo, desprovisto de toda implicación de coqueteo. ¡Válgame dios! Nada más lejos de mi intención que la de coquetear, y mucho menos con un completo extraño, al cual acabo de encontrar por puro y simple acaso. Usted no está para saberlo, ni yo para decírselo, pero de todas maneras permítame contarle que mi educación ha sido estrictamente moral.

ÉL. -No lo dudo.

ELLA. -¡Claro! Una persona tan educada como usted no podría poner en duda la sinceridad de una dama.

ÉL. -Por supuesto.

ELLA. -Muchas gracias por creer en mí. En estas épocas de desconfianza generalizada es un oasis de tranquilidad el saber que aún existen personas como usted. ¡Si tan sólo pudiera hacerle una observación sobre su persona!

ÉL: -Creo que nada que yo dijera lo impediría ¿verdad?

ELLA. -No. Claro que no. Sin embargo, volviendo a lo que importa... y lo que importa es su persona. Pero antes ¿podría decirme qué horas son?

ÉL. -Las ocho treinta.

ELLA.- ¿Será la hora exacta? Sí, claro. Ya se ve que usted usa un reloj muy fino, no una de esas baratijas que la gente compra en la calle por una pequeña cantidad de dinero, relojitos producidos generalmente en un pequeño y sobrepoblado país oriental. No es que yo tenga nada personalmente en contra de los orientales ¿sabe? Si he de decir la verdad, me gusta mucho el café de chinos con un delicioso bisquet calientito. No, nadie podría acusarme de racista, y para probarlo, si alguien me pidiera que firmara en contra de la discriminación racial en Sudáfrica, lo haría encantada de la vida. Pero esos relojitos de los que hablábamos son muy inseguros. Uno no puede confiar en ellos. ¿Estará usted de acuerdo?

ÉL. -Puede ser.

ELLA. -Por supuesto. En cambio se ve a primera vista que su reloj es fino y confiable. Exactamente el tipo de reloj que debe llevar una persona educada y digna de crédito como usted. ¿Es de oro?

ÉL. -No. Solamente dorado.

ELLA. -¡Claro! En nuestra época ya no los fabrican de oro. Mi padre tenía uno grande, de bolsillo, de oro, con tapa bellamente labrada, que al abrirla, para ver la hora, tocaba un lindo vals. Así era un gusto investigar la hora. Se oía tra-la-la-la-lía-la-lá y eran las tres, o las cinco, o cualquier hora con cualquier minuto. Una verdadera obra de arte. Pero no sé qué le habrá pasado, o dónde haya quedado. Probablemente se lo hayan quitado de la muñeca cuando sufrió el accidente que le costó la vida.

ÉL. -Había dicho que era un reloj de bolsillo.

ELLA.-O de bolsillo. ¿Qué más da? Lo importante es que no se debería despojar a los cadáveres de sus pertenencias. ¿No está usted de acuerdo?

ÉL. -De acuerdo.

ELLA. -¡Qué bueno! El caso es que despojaron a mi padre de su valiosísimo reloj, y, claro, es como si me lo hubieran robado a mí, pues soy su legítima heredera. Y el suyo ¿Dónde lo compró?

ÉL. -¿Qué?

ELLA. -Su reloj, claro.

ÉL. -No lo compré. Es un regalo.

ELLA. -Por supuesto. Una persona tan fina y educada como usted debe tener muchos parientes, amigos, y hasta enamoradas que se sientan inclinados a hacerle ese tipo de regalos de mucho valor. Si no es indiscreción ¿podría decirme quién?

ÉL. -¿Quién qué?

ELLA. -¡¿Quién se lo regaló?!

ÉL. -Prefiero no decirlo.

ELLA. -Entonces es claro que fue su enamorada. Usted es demasiado tímido para confesarlo. Pero no debería preocuparse. Yo soy gente de absoluta confianza. El extensible también es muy bonito. ¿Es original?

ÉL. -Sí.

ELLA. -Hace juego con el diseño general del reloj. Aunque no lo parezca, yo tengo un sexto sentido de diseñadora. Los que me conocen siempre me consultan antes de comprar cosas que requieren de gusto artístico. Por eso sé de lo que estoy hablando. Puede confiar en mí. ¿Me lo permite?

(Él se quita el reloj y lo entrega a la mujer.)

ELLA.-(Poniéndoselo con naturalidad, sin alegría) Así se hace. Volviendo a lo que estábamos hablando. Nuevamente de lo que importa, de su persona. Su cara es distinguida, puede creerme, se lo digo con objetividad, pero eso no sería suficiente por sí sólo, además tiene un gusto en el vestir que le favorece mucho. Pone de realce los aspectos más interesantes de su personalidad.

ÉL. -Exagera.

ELLA: -¡Nada de eso! Más bien siento que me quedo corta. Pongamos por caso su chamarra. ¡Es de muy buen gusto! ¿Es piel, verdad?

ÉL: -De tela.

ELLA: -¡No me diga! Es sorprendente las cosas que son capaces de fabricar hoy día con esas fibras sintéticas. Con estas tecnologías vaya usted a saber dónde terminen por llevarnos. A la luna, quizá, o a la felicidad gratuita, o, por lo menos, muy barata. A la felicidad al alcance de todos. Pero no importa que no sea de piel; puedo asegurarle que podría engañar al curtidor más avisado. Quizás sea mejor aún de tela sintética, tendrá menos dificultades para lavarla en caso de que se ensucie, ¿verdad?

ÉL: -Sí. Se lava fácilmente.

ELLA: -Me lo imaginaba. Calientita en invierno y fresca en verano. ¿No es así?

ÉL: -Más o menos.

ELLA: -Nuevamente su modestia. Con seguridad que tengo razón, pero usted se resiste a admitirlo. No lo culpo, uno debe ser cuidadoso con sus cosas, más aun si le pregunta una persona desconocida; podría despertar envidias o deseos innaturales de posesión. Pero conmigo no es necesario que esté a la defensiva, mi curiosidad es sana, sin otro motivo que el de hacerle ver algo que, es posible, haya pasado desapercibido para usted. ¿Es impermeable?

ÉL: -Se le pasa el agua.

ELLA: -Probablemente no ha sabido cuidarla. Podría apostar a que es impermeable. A que uno puede enfrentar con ella las mayores tormentas y salir sin un resfriado. Por algo la técnica moderna está tan adelantada, y se ve que su chamarra es de la mejor clase y de lo más moderno. Lo único que hace falta, con seguridad, es seguir las instrucciones de lavado. Ese es el problema con las cosas fabricadas con la nueva tecnología, hay que ser muy cuidadoso en seguir las instrucciones si no quiere echarlas a perder.

ÉL: -Esta chamarra no es impermeable, ni nadie, excepto usted, ha dicho nunca que lo sea.

ELLA: -Bien se ve, por la línea de sus ojos, que usted es testarudo. Pero no es mi intención empezar a discutir. Yo asumo, estoy segura, que es impermeable; con eso basta. Usted tiene la libertad de pensar en otra forma, no pretendo evitárselo. Por favor, no se ofenda, por el contrario, estoy alabando su chamarra, dándole cualidades, características, que aumentan su estima, y, por ende, la de su dueño.

ÉL: -Hay cosas que no hacen falta.

ELLA: -¿Qué cosas?

ÉL: -Por ejemplo, que alaben mi chamarra para aumentar mi estima.

ELLA: -Se equivoca. Perdone mi atrevimiento al señalar su ingenuidad. Pero es que usted es muy inocente. Todos necesitamos ser estimados. Vea si no a los perros y gatos. ¡Todo lo que hacen para ganarse la estimación de sus dueños!

ÉL: -Son animales.

ELLA: ¡Precisamente! Son inocentes animales, con más razón los seres humanos necesitan de la estimación, mejor, del cariño, de los otros seres humanos. Cuando se nos da un poco de cariño, de estimación, no deberíamos rechazarlo. ¡Hay tan poco cariño en el mundo! Y sobre todo, como en esta ocasión en la que yo le ofrezco sinceramente, incondicionalmente, mi estima, sin propósitos ulteriores, sin deseo de lucro o beneficios posteriores. Por el contrario, mi naturaleza es generosa, mis propósitos nobles y sanos. Nunca me atrevería a alabar su chamarra ni su persona si no fuera que estoy convencida de decir una clara verdad.

ÉL: -Está bien.

ELLA: -Eso es otra cosa que me gusta de usted. Aunque tiene carácter testarudo... no, no lo niegue. Esos aparentes defectos pueden ser también, en ocasiones, importantes cualidades, sobre todo cuando, a pesar de su testarudez, reconoce la razón que puede tener otra persona, como lo acaba de hacer ahora. Lo felicito, muy pocas personas tienen el valor, como usted, de reconocer sus errores.

ÉL: -Bien.

ELLA: -Por supuesto. Ahora desearía no fuese tan desconfiado y que me la permitiera.

(Él se quita la chamarra y la entrega. Ella se la pone)

ELLA: Eso está mejor a establecer entre nosotros una relación natural y apropiada. No ha sido fácil, se lo aseguro, que confíe en mí. Es más testarudo que la mayoría de los hombres. Ahora quisiera se quite el resto de la ropa y me la entregue.

ÉL: -Pero...

ELLA: -No hay pero que valga, hemos pasado el punto de no retorno, es como un clavadista en el aire al saltar de la plataforma, ya no podrá regresar; mucho mejor es salir gallardamente del paso. Ahora que sabemos donde vamos, es preferible no oponerse a lo inevitable.

ÉL: -No estoy de acuerdo.

ELLA: -Pero claro, claro que no está de acuerdo. Lo extraño habría sido lo contrario, lo extraño habría sido que usted aceptara la realidad de la situación. Es natural que se oponga, pero su oposición no conducirá a nada. Es mejor aprender a no oponernos, sobre todo se trata de entregarse a los brazos protectores de una persona cuidadosa y consciente como yo. No es que pretenda autoalabarme, pero le tocó en buena suerte el que yo sea su Némesis.

ÉL: -Si le entrego mi ropa quedaré desnudo.

ELLA: -Por supuesto, por supuesto que quedará desnudo, pero ello no debe espantarle; por el contrario, la desnudez es un estado de gracia. Es la pureza e inocencia. ¿Acaso cuando nacemos venimos vestidos a este mundo? Son los ropajes los que nos disfrazan. Con las ropas engañamos a los demás, pero, sobre todo, nos engañamos a nosotros mismos. Las ropas son la máscara del cuerpo. Desnudez significa pureza e inocencia. ¡Es más! Puedo asegurarle que en la desnudez se encuentra la verdadera democracia. Tome como ejemplo a las personas de la más alta sociedad, de la realeza, si quiere. Si les quitamos las ropas ¿qué queda de ellos? En su mayoría se trata sólo de personas gordas y arrugadas, achacosas y repugnantes, que no podrían distinguirse en nada de la más humilde vendedora de pollos.

ÉL: -No pertenezco a la realeza ni soy vendedor de pollos.

ELLA: -Claro que no. sólo tomo esos ejemplos para que usted se de cuenta de que una vez desnudo podrá mostrarse al mundo tal y como es verdaderamente, sin tapujos ni falsos impedimentos. Debería darse cuenta de que yo significo para usted una oportunidad, la oportunidad de que sea, verdaderamente, usted mismo, gloriosamente desnudo.

ÉL: -Las normas sociales me lo impiden.

ELLA: -Esas trabas yo le ayudaré a deshacer. En realidad , es muy sencillo. Vea, primero un botón, luego el otro y el otro. Eso es, así está bien. El primer paso nos lleva al siguiente, que nos lleva al otro. Y, poco a poco, la mariposa surge de su crisálida. Ve cómo era en realidad muy sencillo. Puede usted confiar en mí, no hay nada por qué preocuparse. También los zapatos, no olvide zapatos y calcetines. ¡Claro! Así está mucho mejor.

ÉL: -Ahora me dejará en paz.

ELLA: -Nunca ha sido mi intención la de perturbar su tranquilidad.

ÉL: -Ya no tengo nada que darle.

ELLA: -Se equivoca.

ÉL: -¿...?

ELLA: -Su sexo y su corazón.

(Se acerca amenazadora)


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Jul/01