El dilema de los siameses

Manuel Ramos Montes

¿Quién morirá más rápido, o quiénes, si atacar al enemigo es atacarse a sí mismo, si atreverse a vulnerar el corazón, por ejemplo, a cuchilladas, ocasionará que una parte imprescindible del motor colapse, si el miembro amputado seguirá electrizando la piel con sus movimientos imprecisos, y engañará, todavía, con urticarias incurables y falsos dolores, si el amor no era un pretexto lo suficientemente duradero para vencer al duplo estorboso y sobrevivir como la única opción para la muchacha por lo demás indiferente, si es posible separar el cuerpo, deshacer el monstruo, como lo sugieren los especialistas, y encerrarse a soñar, a llorar, a masturbarse lejos del espía, si compartir sentimientos y mucosas es una experiencia única, si no hay un hemisferio más fuerte, si la rabia se nivela, si el nombre es el mismo aunque en plural disimulado, si es imposible echarse a correr sin el consentimiento ni del captor ni del perseguido, si es imposible capturarse o perseguirse, si se han tenido las mismas pesadillas, si dos cabezas piensan mejor que una, si la sangre se comparte y se derrama y se raciona por igual, si nunca se ha estado solo, si el dedo de Dios no tuvo filo, si cuatro pies se resignaron a sostener una cárcel que estuvo a punto de ser dos cárceles, si se ha visto el siempre anonadado exterior del prójimo desde perspectivas diferentes y simultáneas, si se ha sufrido al mismo tiempo, si los impulsos no llevaron a ningún lado por voluntad propia, si la vida exageró su generosidad y quiso bendecir de más, si tantas aceras se han cruzado a paso equitativo, si se tardó tanto para perfeccionar el aplauso, el salto, los trucos con naipes, si el enemigo está pegado al cuello y puede debilitarse a propósito para debilitar al vecino, si es probable arrepentirse y hacer que el otro se arrepienta, si de cualquier modo asistir al funeral del vencido es un suicidio, ya que la caja debe contenerlos a los dos así haya un sobreviviente, si en las entrañas de la tierra la armada de gusanos no distinguirá lo vivo de lo muerto, lo bondadoso de lo perverso, si el juicio final será parcial aunque las mitades difieran, si nadie recordará el motivo por el cual varios trastos cayeron al piso, en la cocina, mientras dos hermanos, carne y hueso, luchaban por arrebatarse el derecho a ser egoístas y a no tener que depender de otros dedos para voltear la hoja al escribir cartas secretas, la utópica fantasía de pasar noches enteras sin acompañamiento, en la oscuridad del parque, y maravillarse a expensas del intruso, bajo la ventana, ante la revelación de una peineta que resbala en ardiente pelirrojo, de unos brazos delicados, los de ella, la muchacha de la discordia, por qué insistir en la rotura de un espejo al que se permanece adherido, si las astillas quebradas no servirán para cortarse las venas, si de cualquier modo un fantasma, terminado el duelo, vigilará siempre, en la oscuridad de la muerte, con el rabillo del ojo?

Este texto pertenece al libro inédito Y o n k e (cuentos de nunca acabar vol. I).


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 15/Jun/06