"¿Mexicanas?...¡­Qué ricas!"

Marysol Fragoso

-"Los habanos, los poemas y las mujeres son muy parecidos. El habano se degusta como las palabras de un poema y las caricias de una mujer. Los tres son momentos efímeros que permanecen en el paladar y en los labios, disfrutándose lentamente. Constituyen un rito -Es entonces cuando el hombre que habla se acerca su habano a la boca, aspira, sostiene un momento el sabor de la naturaleza y lentamente deja escapar el humo-, como les estaba diciendo -continúa el sujeto, por cierto no mal parecido, moreno y cercano a los cuarenta años de edad-, el humo, es igual a las palabras y a los besos: se retienen en la lengua por unos instantes, después se exhalan. El humo impregna el ambiente con su aroma y su sabor asciende lentamente sin que lo podamos retener. La delicia de pronunciar las palabras de un poema o de sentir los mimos de una dama, se asemeja al placer que provoca el sabor de un puro".

Transcurren algunos segundos de reflexión sin que nadie se atreva a romper la atmósfera de intimidad que el sujeto ha creado. Este, da un trago a su bebida y retoma el hilo de la conversación: "fumar, palabrear y hacer el amor son actos que requieren tranquilidad y lentitud. El buen fumador se ocupa de percibir los matices del sabor: suave, intenso, canela, terroso, madera. El buen lector atiende las formas de la palabra: suave, intensa, prosa, verso. El buen amante se interesa por el tono de las sensaciones: suave, intensa, temperamental, violenta, convencional".

"Estas acciones requieren de tiempo para disfrutarse: antes de prender un habano, leer un poema o conquistar a una mujer debe haber un coqueteo. Sí, un coqueteo que requiere de delicadeza, elegancia, sutileza, tranquilidad, impulso y entrega".

Otra pausa más, antecedida por un chupete al puro y un trago al vaso.

Es entonces cuando el experto en habanos, poemas y mujeres nos presiente, gira el rostro con lentitud y de plano nos descubre. Lanza una sonrisa complaciente. Su actitud provoca que el que resto de los hombres que estaban sentados cómodamente en el bar del hotel Habana y que lo rodeaban cercanamente para escuchar mejor la conversación, se enteren también de nuestra llegada.

Con esta era ya la quinta vez que escuchábamos esas palabras desde que habíamos aterrizado en el aeropuerto José Martí hacía apenas unas horas. El primero en decirlo fue el piloto al pie de la pista, luego el que nos checó los documentos, lo dijo de nuevo el chico que nos buscó el taxi y el tipo que nos asignó el número de habitación.

Nos instalamos en una mesa. El calor era intenso. Estabamos por llegar a ocho de la tarde e un bar a tope. A los pocos minutos el mesero nos trajo el servicio. Juan Pablo nos hizo ponernos de pie. Probamos y nuestro anfitrión preguntó ¿les gustó la bebida?. Al mismo tiempo Ana y yo dijimos: -¡Sí, que rica!

-¡Ahora entienden porqué cuando hablamos de una mexicana, decimos ¡Qué rica! o si son más ¡Qué ricas! Ustedes no se han dado cuenta que siempre contestan igual.

-Era por eso, dijo Ana un tanto decepcionada, ya me estaba empezando a sonar interesante ¿Y, cuándo hablamos de cubanos también se puede decir... qué ricos?

Un momento, grité para adentro mientras nos sentábamos de nuevo: ¡Esta no es Ana! ¿Qué no se supone que venimos hasta acá para que se reconciliara con su novio, que en otra de sus tantas discusiones la había mandado a volar, y se vino a La Habana para darle celos? El plan era otro ¿no?. Habíamos acordado que ella haría hasta lo imposible para que llegaran a México directo a casarse, y yo, en cambio, vendría a divertirme con los cubanos.

En eso estaba cuando Juan Pablo nos ofreció probar el puro, pues según dijo, un mojito no está completo sin el humo de un buen habano. Evidentemente la primera en hacerlo fue Ana. Después qué se tragó el humo y tosió por varios minutos, me lo pasó a mí. Lo manejé con corrección pues únicamente tuve el humo en la boca; no es que fuera una experta, sino qué al no saber fumar, fue lo único que se me ocurrió hacer, para no ahogarme como ella.

-Muy bien, dije por decir algo, cuando no había nada que decir.

Juan Pablo me miró y preguntó qué pensaba del mojito. Un tanto aturdida le contesté que me estaba mareando. Miró a Ana, le hizo un guiño y esperó su respuesta. Ella sólo atinó a sonreí como tonta.

-"Un mojito, un poema y una mujer son muy parecidos. El mojito se degusta como las palabras de un poema y las caricias de una mujer. Los tres son momentos efímeros que permanecen en el paladar y en los labios, disfrutándose lentamente. Constituyen un rito", dijo él, repitiendo la primera parte del discurso que escuchamos de su boca a nuestra llegada-.

Las cosas no están nada bien, pensé, éste se trae los diálogos de la película aprendidos o tiene un apuntador en la oreja. En ese momento Ana deslizó la mano desde su rodilla hasta la de Juan Pablo, siguió por su entrepierna y lo tocó donde tenía dos...buenas razones para ser tocado.

"Corrección: aquí las cosas están muy bien o muy mal, pero definitivamente no hay sitio para mí. Lo más conveniente es desaparecer y buscarme la vida por otra parte. ¡ Vaya con el mojito!".

Me levanté lo más discreta que pude y al girar hacia un lado me encontré de lleno con la mirada de "aquél" que tenía que venir por nosotras, era César, el novio de Ana, que estaba sentado en otra zona, pero que quedaba un tanto oculto por algunas plantas y por la oscuridad de esa zona del bar.

César se paró y se encaminó directo a nosotros. Quise decirles a Ana y a Juan Pablo pero estaban pegándose un besote y cogiéndose...cariño, entre otras cosas. Lo único que atiné a hacer fue levantar mi vaso y me empujé el mojito entero.

César llegó junto a mí y sonrió con dulzura. Sentí que se me acabó la fuerza de la mano izquierda -y no es cuestión de José Alfredo Jiménez, sino de anatomía, ya que soy zurda-, entonces se escuchó el golpe del vaso en el piso. Se hizo añicos, pero Ana y Juan Pablo no se dieron por aludidos. Luego, las piernas se me doblaron y César tuvo que sujetarme para evitar que me cayera y me sentó.

-"Estoy borracha. No, no es posible y con un sólo mojito", pensé, pero a él le dije, lo siento CÉÉÉÉSAR, es la impresión de verte.

Fue entonces cuando mis acompañantes se destrenzaron. La sorpresa no se hizo esperar en la cara de Ana. A Juan Pablo no necesitamos decirle nada, lo intuyó al momento y tratando de aligerar el tema. Me dijo: oye mujer de tan educada pareces colombiana ¿sabes por qué? ¿No?, pues es que las colombianas son tan educadas que cuando les dices siéntate...se acuestan.. Cuando Ana intentó abrir la boca, César le hizo una elegante seña para indicar que callara. Cargó conmigo de cualquier manera y me llevó a mi habitación.

Al otro día me desperté con unos golpes que amenazaban con tirar la puerta, pensé que era mi amiga, pues no había vuelto en toda la noche, pero al abrir me encontré a César. Entró como huracán y sin darme tiempo de nada empezó a empacar mis cosas y me dijo que nos íbamos para Varadero. Yo tenía la resaca monumental del mojito e hice lo que me dijo sin chistar. Pasamos una semana en esa playa y regresamos a México.

Cuando tenía tres meses de vivir con César, me llamó Ana que recién había vuelto de Colombia, donde estuvo cuando dejó Cuba. Quedamos de vernos.

Llegué al restaurante muy segura de que me iba a partir la madre.

Cuando estaba ya muy instalada en la mesa y escuché detrás de mí la voz de Ana que decía. "¿Mexicana?... ¡Qué rica!"... me levanté muerta de risa. Ella también reía a mares. Ya sabía todo lo de César conmigo, pero su prisa por verme era para enseñarme un artículo de una vista colombiana que empezaba así: -"El café, los poemas y las mujeres son muy parecidos. El café se degusta como las palabras de un poema y las caricias de una mujer. Los tres son momentos efímeros que permanecen en el paladar y en los labios, disfrutándose lentamente. Constituyen un rito, etcétera, etcétera ".

 

NOTA: Las palabras de Juan Pablo están basadas en un artículo sobre los habanos, escrito por Juan Pablo Godínez en la revista Matador.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Jun/01