Sección catorce

Enrique Olmos de Ita

- A sección catorce, en la avenida. Dijo la mujer antes de que el conductor preguntara a dónde llevarla.

Tomaron el rumbo de los suburbios, la señal del radio se interrumpía y el conductor apagó el aparato. Quedó silencioso el taxi.

Me estoy quieta y no hago ruido, el tiempo pasa y llegaré a dormir a casa. Si veo por la ventana sin moverme tal vez piense que estoy muy pensativa y no diga nada. Tal vez piense que no tengo deseos de hablar.

Con el radio apagado él querrá preguntarme cualquier cosa, estoy segura que está a punto de hacer un comentario que tendré que responder y pensará que quiero charlar y seguirá hablando hasta que diga algo sobre cualquier tema, el clima o las últimas noticias, los gatos chamuscados afuera de los templos, los gritos.

Hace que mira por el espejo, en realidad quiere buscar una palabra con la mirada, porque la ciudad está vacía, no hay nada que ver por el espejo, la calle es oscura y la carretera desierta.

Creo que va a decir algo sobre lo peligroso que es salir a estas horas y luego querrá saber qué hacía tan lejos de sección catorce. Si me pregunta le diré algo que no pueda entender, algo ilógico con que callarle la boca. Tal vez si supiera otra lengua, si pareciera una extranjera. Aunque una extranjera es más peligroso, tal vez, no he visto extranjeros últimamente.

Se ve cansado, quizá lleva horas trabajando, manejando por la ciudad en este taxi que huele borrachos, a cigarro, a viejas vestiduras blandas. Seguro quiere hablar, si se está tocando la barbilla es porque quiere preguntar algo, lleva mucho tiempo aquí metido, sin hablar con alguien, la gente que sube a su taxi siempre viene acompañada, hablan entre sí, pero yo estoy sola y querrá hablar, la gente es curiosa y no pierden oportunidad para preguntar, quieren saber de los demás, comparar sus vidas con las otras, saber que no están solos y que también son víctimas. Casi todos han perdido un familiar o un amigo, o conocieron a alguien que agonizó en las barrancas o que se lo llevó el piélago mientras trabajaba.

Yo debería trabajar también, buscar algo, un oficio, por ejemplo podría ser enfermera. Y decirle a Naeb que de una buena vez formalicemos todo.

Aunque también podemos huir, salir por la puerta Oeste, salir corriendo al alba, como los otros, dicen que no es tan difícil, que se necesita sólo un poco de suerte.

Es viejo, y los viejos quieren hablar siempre, les gusta hablar sobre lo bonito del pasado, cuentan historias que sucedieron en los antiguos barrios o hacen chistes estúpidos y uno tiene que reírse por compromiso, para agradarlos y que no se sientan mal, como si ahora eso importara. Y como si yo tuviera motivos para reír en estos días en que solo me ha dado vueltas la cabeza. Todo es tan confuso y las noticias no cambian. Las calles siguen desoladas y desnudas, a veces sólo brilla un trozo de metal disimulado entre las ruinas.

Debe ser un viejo de los que dan consejos; si sabe algo de mí querrá decirme que la vida es muy valiosa, que soy muy joven para andar en estos lugares, que mis papás deben estar preocupados por mí, también hablará de lo que él vio cuando niño, después siendo un joven y de la última movilización. Hablará de la muerte y de la carne ungida en los muros de la ciudad, de la sangre y de los huesos envenenando el río, todos los viejos tienen nostalgia por el río.

Yo tendría que decirle que vivo con mamá, que mi padre murió hace un par de años y contar la historia de su muerte, que es la historia de todas las muertes; preguntará cosas sobre él y tendré que recordarlo: su voz tan áspera como el crujido de la tierra en las mañanas cuando despierta enfurecida. Si estuviera entre nosotros diría que me cuidara, que no salga de mi sección, que no hay que incitar el corazón de los cobardes, que es difícil, pronto acabará, hay que tener paciencia, cautela, nada de perder la calma, de abandonar la causa.

¿Qué quiere decirme ahora? Creo que ahora sí, el viejo va a decir algo. No me importa lo que diga, ni lo que pase mañana. Ya sé que todos piensan que no estoy haciendo lo correcto, que no hay que confiar en la gente, y mucho menos en los celadores, que nuestra ralea es lo último que queda de los helados polos, y que no debemos guardar la semilla de otros pueblos y menos en estos tiempos. Pero me siento bien con Naeb. A lo mejor él también se siente bien conmigo; y hasta pueda tener un hijo con él, huir por la puerta Oeste, pasar las rocas y cruzar el puente y luego quien sabe, tal vez otra vida, el sol, dicen que hay lugares del otra lado, a veces el sol calienta la tierra.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05
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