Querencias

Vem a noite e seu recado
Sua negra natureza
Talvez a lua nâo falte
Ou venha a chuva de estrelas...
José Saramago

Vem a noite e seu recado
Sua negra natureza
Talvez a lua nâo falte
Ou venha a chuva de estrelas...
José Saramago

Omar Piña

La fiesta comenzó con los retrasos de costumbre, pero finalmente hijos y nietos rodearon el sillón de terciopelo sobre el que descansaba la figura menuda de Oralia Santiesteban y tras varios ensayos quedó lista aquella foto del recuerdo.

Después de un comilón de mole acompañado con chocos, arroz, totopos, frijoles refritos y de postre las frutas cristalizadas en azúcar: higos, papaya, calabaza, coco, biznaga y chilacayotes. Más tarde el pastel, molletes y gelatinas; las tazas de la vajilla con orillas de oro para verter el café recién colado; los adustos ceniceros de cristal de Murano; las copas de vidrio jalisciense, azules y disparejas... en fin, que en otras palabras no querría expresarse más que el servicio de los días de fiesta puestos a la mesa.

Casa de Oralia Santiesteban, madre de cinco hijos y abuela de unos catorce muchachos y muchachas que esa tarde rodearon a la vieja, que la festejaron como ningún otro diez de mayo. La casa de los corredores como laberintos, de lámparas como verdaderas arañas pendiendo de los cielos rasos; el patio central (una mezcla de gusto afrancesado con la influencia mozárabe que, esta última, trajeron consigo los españoles de hace quinientos y tantos años); la huerta; las recámaras vacías cuyas tinas juraría no se habían mojado en años y el inexplicable, por imperioso, orden el desván. La casona enquistada entre dos modernos edificios, abrumada por el ruido del tráfico de las avenidas tumultuosas; esa inmensa mole salvada del pico y pala que en honor al futuro todo arrasan. Arquitectura del porfiriato con la evidente influencia versallesca. La casa que sirvió para la celebración de quince años y bodas familiares, inmortalizada ya en los catálogos de patrimonio artístico. Ese monstruo de piedra, cristal y hierro que como urna guarda de los peligros a las carnes apenas detenidos por los huesos de la nonagenaria.

Diez de mayo en casa de Oralia Santiesteban. Mañanitas como el canto de aludidas. La música de una marimba chiapaneca a la que nadie alcanza a tomar el ritmo y compás. Pero igual se canta, come, ríe, bebe. Y casi a la noche vendrá el turno para abrir los empaques de los obsequios, en presencia de todos, incluso de novios e intrusos, ajenos por toda sangre a la familia. Todos rodeando a la vieja como si de un relicario se tratara, apagando el vocerío a cada gesto de admiración suya.

-El texto es ambiguo; no me llevas por la casa. Se te escapa la vida en apurar imágenes.

-Termínalo.

-¿Ordenas o sugieres?

-Las dos cosas. Por favor, sin muecas; es un escrito "melancólico".

-Parecen borradores, apuntes de novato. Mira, por ejemplo, cuando hablas de la vieja:

"A sus setenta, la cara arrugada aún deja al descubierto sus ojos azules. Sus manos, torpes, mueven con una destreza olvidada la forma de mezclar azúcar. Como extraño, uno se acercaba a Oralia Santiesteban y en lugar de beso recibía una palmada en la mejilla. Pese a todo, la anciana se daba a querer. Y no importaban sus remilgos, sus mohines hacia la gente de piel morena, ni las ideas extravagantes de viajes insólitos..."

-Te parece un mal texto y lees arbitrariamente, donde se te ocurre.

-Pienso en tus lectores, si es que los tienes.

-Sin peleas. Dale una lectura completa.

-No mames, ¿es martirio? El editor soy yo. Mejor escríbete otro porque este te lo sacaste de la manga.

-Fue cierto.

-¿En qué borrachera?

-Yo estuve en esa fiesta. Fue un diez de mayo de 1979.

-Pues empieza por ahí, interésame. Mejor escribe: "Fui a una fiesta donde me sentí desgraciado porque la viejecita a la que honraban no me saludó con un beso" y érase que se era.

-No sufrí, los desprecios de la anciana los desquitaba con su nietecita.

-¿La segunda parte de tu cuento?

-Grecia Montes Santiesteban. Nacida en el Distrito Federal en octubre de 1959. En 1982 contrajo matrimonio con algo mejor que un prospecto de escritor. Reside actualmente en Coyoacán, calle Miguel Ángel de Quevedo... ¿De qué ríes?

-Que ya sé por qué te odiaba la vieja.

-¿Qué?

-No te hagas, fue por ser prieto y además gandaya. ¡En el 79 tendrías como treinta y la chamaca apenas veinte!

-Eso no importa. El pasado no es mi queja.

-No, sólo tu manía. Además, el texto muestra errores genealógicos en la página tres. En el primer párrafo dices que la vieja es "nonagenaria" y al final, penúltimo renglón, mencionas que "a sus setenta". Cabrón compadre, te voy a inscribir a un taller de redacción, donde van los chamacos.

-Termina de leerlo y después criticas.

-¿Qué gano?

-El último güisqui y... tres Marlboro.

La zona rosa en la ciudad de México hoy, o ayer, qué importa. Fue diez de mayo. Caminas por la calle Londres y a tu lado pasan las madres; se reconocen a la vista, pues rozan tus brazos con sus arreglos florales.

No importa casi nada si por descuido atinas con que estás frente a la casona versallesca del porfiriato. Adentro, las luces encendidas. Se te vuelca la máquina que por debajo del costillar izquierdo produce latidos. Ahora lo sabes: anhelas buscar un rincón para aguardar la salida de los invitados. Con suerte verás a Grecia, ¿será la de los años pasados o quizá una matrona de caderas anchas y senos pequeños?

Esperas casi una hora hasta que a través del biselado de los ventanales observas la figura de una anciana que ayudada por alguien sube una escalinata. Se apagan, una a una, las luces. No hay ruido ni voces de fiesta. El portón se abre para que entre una enfermera que aguardó unos minutos afuera; a la vez sale una criada que entre las manos lleva la caja de un pastel. Más tarde el portón deja que se despida un tipo con la traza de chofer, éste, con otra caja, pero que parece de bocadillos. Después silencio. Después ladran perros que deben ser guardianes.

Caminas y no culpas a tu suerte sino a la vida. Sólo en tu cabeza ronda una idea: ¿por qué carajo a Oralia Santiesteban se le ocurrió vivir tanto? Suspiras por lo que pudo ser observar a Grecia... pudo ser, pues nadie fue hoy.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Mar/05
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