Ordinaria

Rodolfo J. M.

-¿Sabes? Yo podría arrojarme desde esta ventana.

Se lo dije sin presunción, lo más seriamente que pude, sin que por un sólo instante dejaran mis ojos de calcular la distancia entre el pavimento y nuestra habitación en el quinto piso del hotel Reencuentro.

-Estas borracho.

Respondió la mujer desnuda y de voz nasal que jugaba sobre la cama con el control remoto del televisor.

-Tienes razón -reconocí sin amedrentarme-, pero eso no sería ningún impedimento para mí, puedo beber aún más y seguir siendo capaz de hacer un par de cosas que te dejarían muda, mujer, no conoces a los de mi tipo.

Para demostrárselo me impulsé con ambas manos en el marco de la ventana, y de un brinco me encontré en cuclillas sobre él, mirando hacia la calle.

-¿¡Lo ves!?

-Estás desnudo.

Me pareció inconcebible que pudiese ser tan ordinaria y prestar atención a detalles tan vulgares como la embriaguez o la falta de prendas, como si alguna de esas pequeñeces pudiera comparase con la infinita grandeza de una ventana y el increíble hecho de que allí donde hay una, hay también la posibilidad de mirar, saltar, arrojarse desde ella hacia el mundo, comunicarse con lo que está allá afuera. ¡Por supuesto que estaba desnudo! Pero tampoco eso era un obstáculo para mí, por el contrario, se ajustaba a mi idea y preferencias personales (ya se sabe, siempre el amor a las metáforas) de arrojarme al mundo. Si tenía que hacerlo, me repetía una y otra vez, debía ser en cueros, de ninguna otra manera. Así que comuniqué mi opinión a esa mujer, sentándome con las piernas colgando hacia afuera, dejando que el viento acariciase en mil prometedoras sensaciones mi piel.

-¿Qué piensas ahora de esto?

Pregunté retador, sin embargo sólo me llegaron como respuesta las simplonas risas de la mujer, mal silenciadas por el ruido deforme del televisor.

Fue demasiado, soportar una insolencia más hubiera sido degradante, y sin dudarlo, como había prometido, me arrojé desde la ventana.

Mis alas se desentumieron al instante, recuperando su color original.

Supongo que no hace falta añadir que desde entonces, desilusionado, sin importar que tan fuerte sea la tentación, no he vuelto a relacionarme con seres humanos, es obvio que no tenemos mucho en común.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Jul/01