Musa Dormida

Rodolfo J. M.

Eran las tres de la tarde y caminaba por Eje Central, fastidiado, sintiendo como la tinta del arrugado Aviso oportuno se volvía entre mis manos una oscura mancha. Los aparadores de zapaterías y tiendas de electrodomésticos lucían como tristes y empolvadas prostitutas, en algunas había letreros de cartulina donde se solicitaba personal, siempre con la promesa de contratación inmediata pintada en rojas letras. ¡Al diablo! Pensé casi en voz alta. Ya sabía muy bien la clase de empleo que ahí se prodigaba: un ridículo traje color naranja con corbata de moño y tirantes, listo para revolotear como moscardón anaranjado alrededor de posibles clientes, igual de fastidiados y sin dinero que yo.

Eso o hacer encuestas telefónicas.

Y en cualquiera de los dos casos la paga era menos que una miseria.

Se trataba del único tipo de empleos que se podían conseguir con relativa facilidad, sólo existían dos requisitos.

Uno: Presentar documentación completa, por triplicado, incluyendo comprobante de estudios y tres cartas de recomendación de anteriores trabajos.

Dos: Someterse a unos cuantos tests psicológicos que determinan el nivel latente de criminalidad. O como se llame.

Ya se lo había explicado a Pilar: quieren acabar con nosotros, eso es lo que quieren, tenernos bajo sus garras para despedazarnos a su gusto. Esto es parte de su estrategia, dejarnos sin opción de empleo. Pero ella siempre contestaba lo mismo, furiosa, acusándome de inventar pretextos para no trabajar y evadir mis responsabilidades. En las últimas semanas habíamos discutido bastante, siempre por motivos menores, cualquier cosa, pero en el fondo se trataba de lo mismo, que ya dejara de jugar al genio incomprendido, que ya era momento de madurar; mira que a nada van a llevarte esos dibujitos pendejos. Bien sabes que podrías conseguir trabajo como diseñador gráfico, o en alguna compañía de publicidad. No puedo quedarme tan tranquila mientras veo como te hundes en la mierda. ¡Mírate! -gritó señalando mis viejos tenis de lona- Estoy segura que son los únicos zapatos que tienes. ¡Quiérete un poco!

Siempre era así, una vez agarrando vuelo no había manera de pararla, se volvía cada vez más hiriente, más determinante. Y no le importaban mis explicaciones sobre la naturaleza del arte, sobre lo absorbente del proceso creativo, sobre la degradación de los ideales y la prostitución de la belleza.

Te amo. Solía decirle cuando me quedaba sin recursos para continuar mi defensa.

¿Amor? Respondía furiosa. Y quieres decirme cómo carájos pretendes amar a alguien cuando por ti no tienes el más mínimo respeto. ¡Consíguete un trabajo! Yo no puedo vivir con un pseudo artista muerto de hambre.

Así es, cómo a todas las mujeres, sólo le preocupaba su inversión. Nosotros. Sí, nosotros somos sus inversiones, llegan a ti pensando qué tanto les convienes, desde el primer momento lo hacen; una especie de tratantes de ganado calculando cuantos kilos de carne y esperma puede ofrecerles un buey u otro.

Y sin embargo era tan bella. Se me había metido en la sangre como una droga altamente adictiva. Nos conocimos en ese taller de pintura que impartí el verano pasado en el Centro Social; recuerdo sus ojos llenos de luz que no se despegaban ni un momento de mí en las clases, a veces me hacía retratos a lápiz que adornaba con sus versos preferidos, y al termino de la clase los dejaba en mi mesa junto con una sonrisa. Era una niña adorable, vestida siempre de negro, y si me hacía el indiferente a sus coqueteos era porque no me parecía prudente ser recíproco, no porque no lo fuera. Pero llegó la última sesión del taller, el verano terminaba y había que regresar a clases, y esa tarde, luego de contarles la historia de Vincent Van Gogh, la muy perversa se acercó para invitarme a comer, entonces mis precauciones se fueron al carajo, y acepté con sumo placer; durante la comida platicamos sobre pintura, Van Gogh, pero sobretodo de ella, quería estudiar teología; y un par de horas más tarde, luego de litros de café y repentinas confesiones, le devolví la invitación llevándola a ver una película sobre Camille Claudel, la amante del escultor francés Auguste Rodin. Huelga decir que terminamos en mi departamento, haciendo el amor en el sofá. A partir de allí comenzamos a vernos cada semana, yo era su pecadillo secreto del que nadie sabía nada, y todo marchaba sobre ruedas; pero el pecadillo fue volviéndose cosa seria, no podía pasar un solo día sin la savia de su cuerpo, necesitaba con violencia de sus labios adolescentes, de sus ojos marineros y su cabello dorado.

Le propuse que viviéramos juntos.

Y ella, loca de emoción, aceptó. Sólo viviríamos juntos, nada de casarnos por el momento, además teníamos que considerar a su familia, también a punto de enloquecer, y no precisamente de emoción, cuando supieran que su pequeña princesa, todavía estudiando la preparatoria, decidía irse de casa para vivir con alguien como yo. Al principio fue terrible, por su familia, llovieron amenazas contra mi, chantajes para ella; pero luego de dos meses empezaron a calmarse un poco, Pilar me amaba y contra eso no podían hacer nada, más les valía aceptar la relación, que de todas maneras hubiéramos continuado. Sin embargo fue entonces cuando Pilar comenzó a exigir, presionaba argumentando lo necesario que era mostrarle a su familia lo equivocados que estaban. Yo no era un inútil jípi, ella lo sabía muy bien, me repetía entre besos, pero debía demostrarlo.

¿Qué podía hacer? Simplemente no podía estar sin ella, ¿de que manera hubiese podido dejarla ir? Se trataba de mi musa, del motivo de mis obras y arte, es decir de mi vida. Definitivamente no podía dejarla ir. Entonces comencé a buscar empleo, compré el Aviso oportuno, y con mi documentación por triplicado resguardada en un folder manila, salí a recorrer las coladeras de la ciudad, las oficinas donde tristes mujeres mastica-chicles se dedicaban a mirar con infinito desinterés tus documentos, para luego enviarte a una sala donde decenas de incautos como uno escuchaban a un presentador de concursos provinciano invitarles a invertir dinero en una empresa que los volvería millonarios en poco tiempo.

En esos negros días no dejé de repetirme, buscando consuelo: eres un ARTISTA, ¡tú no necesitas trabajar!

Y era verdad, ahí estaban mis diarios y cuentos para demostrarlo, ahí estaban las doce canciones que había escrito; también estaban allí mis quince carpetas con dibujos y los seis lienzos surrealistas. No tenía por qué rebajarme a trabajar, además contaba con el departamento y el puntual cheque de mamá para sacarme de apuros cada mes.

Pero decirle eso a Pilar fue dejar caer una bomba -ya me esperaba que no entendiese mis razones, mujer después de todo-, y de nueva cuenta comenzó el castigo: frases hirientes y crueles, escenitas de llanto, amenazas de abandonarme si no cambiaba todo. Y entonces su ausencia, la familia ganaba el primer round, no volvería a verme hasta que no tuviera un trabajo.

Estaba destrozado. Comenzaron noches interminables, llenas de impotencia y llanto. Sin poder pintar, escribiendo amargos poemas y mirando mi cama vacía, sin calor, sin ella. Decidí volver a la calle y buscar un empleo. Valía la pena el sacrificio. Ya no valían mis pretextos sobre que si trabajaba no tendría tiempo de pintar ni pensar en la pintura; porque si no lo hacía entonces tampoco tendría a Pilar, y tampoco podría pintar, y mi vida sería entonces un fracaso vacío. Tenía que retenerla como fuera..

Pilar insistía en que trabajase en alguna agencia de publicidad o diseño, a veces insinuaba que tal vez su tío, el arquitecto, podría aceptarme como asistente; y yo no entendía por qué su empeño. En todo caso también había que tomar en cuenta mis otras habilidades, muy bien podría ser cantante de rock, periodista, escultor, bailarín conchero, o incluso actor de cine. Lo que pasaba era que ella no conocía todavía la vastedad de mi obra, sólo conocía de mí al artista plástico. Así que decidí mostrarle las demás facetas de mi personalidad. Quería que entendiese mejor mi búsqueda y dejara de angustiarse por detallitos como mis treinta y seis años, mi falta de empleo, los cheques de mamá, o mi ropa vieja. Pero sobretodo esperaba que me conociese mejor, completamente, y una vez sondeada mi alma, entendiera todo lo que ella representaba para mí, y que separarnos sería un tremendo error.

La cité entonces para comer, le dije que no había encontrado trabajo aún pero que estaba buscando, además le entregué mi libreta, la misma conservada con tanto amor desde hace quince años, la misma poseedora mi filosofía artística y vital, así como cuatro cuentos cortos de lo mejor que se haya escrito jamás. No fue todo, también le di un casete donde estaban grabadas doce canciones escritas e interpretadas por mí, cierto, no tenían música, sólo voz, pero era suficiente para comprender que se estaba ante una obra maestra. Le pedí se tomara unos días para pensar las cosas, y le remarqué la importancia de que leyera la libreta y escuchara el casete.

Sin embargo, como era de esperarse -¡mujeres insensatas!-, su respuesta fue todo lo contrario a mis expectativas.

Apareció al día siguiente, a la puerta del departamento, con mi libreta y mi casete, furiosa y lista para arrojármelos a la cara. Lloraba sin dejar de manotear y llamarme mentiroso miserable. ¿Con qué artista, no? ¿Con qué pintor, no? Y yo pensando que habías estudiado diseño, ¡pero estas loco! ¿Me oyes? ¡Loco! Así que tu filosofía... méndigo huevón hijo de la gran.../

Pero hubiera sido ingenuo de mi parte no haber previsto algo así. Por eso disolví seis pastillas Diazepam en una jarra con jugo que la seca garganta de Pilar después de tantos gritos, bebió sin chistar.

A los quince minutos estaba pálida y no podía mantenerse en pie. Tuvo que recostarse en el sofá donde tantas veces hicimos el amor.

-¿Qué me hiciste hijo de puta? ¿Me drogaste, verdad? Estás loco, ¿sabes?, eres un pinche loco. ¡Auxilio! -intentó gritar, esperando que allá afuera alguien la escuchara-. Ya verás cuando me recupere, te voy a hundir en la cárcel, maldito degenerado...

Hasta que se desvaneció.

Con unas cuantas vendas de algodón me encargué de atar sus brazos y piernas a la cama, no quería lastimar su delicada piel. Con un pañuelo perfumado la amordacé para evitar posibles gritos cuando despertara. También acerqué la jarra de jugo con Diazepam, por si acaso le daba sed.

Me incliné sobre su rostro y dejé un beso sobre sus labios. Con unas tijeras me encargué de su ropa. Y me hundí en ella.

Eso fue el día de ayer.

Hoy por la mañana, luego de hacerla beber unos traguitos más de jugo y revisar que las ataduras no hubiesen perdido su fuerza, me preparé con alegría para salir y enfrentar el mundo. Sabía muy bien que las cosas seguirían siendo difíciles, pero ya mejorará todo, Pilar comprenderá tarde o temprano, y entonces sabrá que hice bien. Comprenderá que no puedo dejarla ir.

Un artista no puede crear sin su musa, sus actos carecerían de sentido.

Por ahora es mejor regresar a casa, hay que darle de comer a Pilar y hacerla beber un poco más de jugo.

Luce tan bella dormida.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 11/Jul/01