La carta

A Mónica Lavín.

Alejandro Ordoñez

¡De mierda! Si, definitivamente -se dijo a si mismo-, la suya era una ciudad de mierda. Con sus semaforos descompuestos y sus interminables congestionamientos. Todos los dias, de la manana a la noche, era asaltada por un ejercito de menesterosos que lo mismo exigian dinero por no ensuciar el parabrisas o no rayar la pintura del coche; o bien, que arrojaban largas

llamaradas por la boca que terminaban a escasos centimetros de los automovilistas y de los transeuntes.

Hasta su pequeno mundo parecia un caos. A pesar de ser un condominio caro: "en la zona mas exclusiva de la ciudad" -decia la propaganda-, las paredes parecian de carton piedra; asi, resultaba casi im-

 

posible ignorar los actos amatorios del matrimonio del departamento de arriba, las telenovelas de las vecinas de al lado y los celos del marido de la

 

joven que vivia enfrente...

Por si fuera poco, no faltaba semana en la que se quedaran sin agua porque la conserje había olvidado abrir la llave de la cisterna o echar a andar la bomba o se acababa el gas o simplemente con el piso de los elevadores pegosteosos por los refrescos de los niños. ¡Un desastre! Los servicios eran un verdadero desastre, lo unico que parecia funcionar bien era el correo. ¿El correo? Se preguntó sorprendido. Si, el correo. ¿En este pais? Si, cada mier-

 

coles, sin falta, la conserje se presentaba desde temprano, lavaba los pisos del estacionamiento, trapeaba los pasillos, las escaleras y los elevadores, cor-

 

taba algunas rosas del jardin y las colocaba en la mesa de centro del vestibulo; y, lujo maximo, en una pequeña canasta de mimbre ordenaba toda la correspondencia, y la acompanaba con algunos caramelos que entregaba

a los inquilinos, con sus cartas, a cambio de alguna generosa propina.

Hoy no, se dijo. No puede, no podria ser; sin embargo un mal presagio hizo que un frio sudor empezara a correr por toda su espalda. Luego, las rosas en el jarron y la sonrisa socarrona de la conserje, al abrir la puerta de

 

cristal y poner casi debajo de su nariz la maldita canasta de las cartas, le confirmaron sus sospechas.

De todas maneras, se dijo esperanzado, no tendria porque ser, si hacia ya casi, ¿dos, tres semanas, cuantas?, que no tenia noticias. Vanamente intento seguir su camino, mas la mujer extendio implacable la canasta.

 

. Ahi estaban, en riguroso orden: maltratados tarjetones de la luz, sobrecitos del predial, estados de cuenta bancarios, publicidad de tiendas departa-

 

mentales...

Tomo las que le correspondian sin hallar nada anormal, mas cuando quiso retirarse la mujercilla aquella lo impidio y volvio, insistente, a poner casi en su nariz el desdichado canasto. El, en represalia, comenzo, con toda acuciosidad, a desordenar aquellos montecitos cuidadosamente apilados. Nada, afirmo para sus adentros, nada habia. Bendito Dios, habia sido solo un mal presentimiento. No obstante, cuando penso que al fin habia logrado

 

vencer el empecinamiento de aquella mujer no pudo disimular su contrariedad al descubrir justo debajo de una gruesa revista de sociales, el inconfundible

 

sobrecito color crema. Aquél que tras su aparente inocencia encerraba toda la maldad del mundo y que en el frente llevaba su nombre.

Victor, pronuncio asi, palabra aguda, pues para ser palabra grave, por ser terminada en erre, hacia falta el acento y este, como de costumbre no lo llevaba. Igualmente acentuo el apellido en la ultima silaba y como la eñe no llevaba tilde, dijo agudamente Nunez. Victor Nunez. Mientras viajaba por el ascensor noto como una gruesa gota de sudor escurria por su nariz y como le temblaban las manos. ¿Cuantas?, hizo memoria, cuantas cartas iguales habia recibido en los ultimos meses, ¿los ultimos anos? Al principio ocasio-

 

naron en su animo tal desasosiego que, no obstante su habitual mutismo y discrecion, no pudo evitar comentarlo con su secretaria; pues, ahora se daba

 

cuenta, no tenia amigo o pariente en quien confiar.

Ella lo tomo con absoluta seriedad y con la desenvoltura de un experto le dijo: licenciado, esta carta debio ser escrita por una persona sumamente pobre, tanto, como para que en treinta anos no haya podido sustituir su equipo. Mire, seguramente utilizo una maquina de escribir mecanica, para mayor precision debio ser una Olivetti Lettera portatil, de las que estuvieron de moda en los setentas. Yo tuve una, mi madre me la compro

 

para que cursara la materia de mecanografia en la academia, venian en un estuche de plastico y traian una correa que servia para colgarla de los

 

hombros.

Son americanas, por eso no tienen acento, ni tilde la eñe, y aunque se decian portatiles, los constantes movimientos las desajustaban, por eso vera usted que las oes y las ies se marcan con mas fuerza que el resto de las letras; es mas, le aseguro que si hubieran usado una cinta nueva esas vocales habrian aparecido como horribles manchones. Ademas, vea usted, el entrerrenglo-

 

nado es irregular, pues la quinta linea no respeta la distancia y casi se pega al renglon anterior. Claro, esta desajustada.

Cerro la puerta, se sento en la silla del escritorio y jugueteo con el abrecartas. Intento abrirla por un extremo, luego por el otro; de pronto,

 

para cerciorarse de que no estaba sonando clavo la punta del estilete en su pulgar derecho y no aflojo la presion hasta que una gruesa gota de sangre

 

mancho el sobre.

Al otro dia ninguno de los vecinos quiso hablar con los agentes del ministerio publico. Nadie vio nada. Nadie oyo nada, a pesar de que decian que todo se escuchaba en ese edificio. Solo dos personas colaboraron: Una dijo haber escuchado, pasada la media noche, gritos del senor Victor. Ecos de objetos que caian, poco mas tarde un fuerte ruido y algo parecido a un

 

gemido, despues ya nada. La mujer del celoso se limito a decir que lo extranaria, que era un hombre que no daba problemas. La unica molestia

 

que ocasionaba al vecindario ocurria los martes por la noche, cuando con gran vigor y escandalo se ponia a escribir a maquina hasta la madrugada.

Los judiciales no encontraron nada anormal en el departamento, salvo algunas cartas con amenazas, algunas de ellas muy violentas y una manchada de sangre y sin abrir. Por supuesto, en el bano, colgado de la regadera, con su propio cinturon, el cuerpo de quien fuera don Victor Nunez. Ah, una ultima

 

cosa, en la parte mas alta de la despensa, oculta entre latas de conservas, estuvo a punto de pasar desapercibida una Olivetti Lettera portatil, de esas

 

que estuvieron tan de moda en los setentas.

Post Scriptum.

Si tu, miserable, desgraciada y despreciable criatura, indigna de seguir viviendo por tus conductas degeneradas y tus depravaciones, te preguntas por

 

que razon recibiste esta carta que te envio sabe Dios quien y por que carece de acentos y de tildes en las eñes, y en el texto las ies y las oes aparecieron

 

 

como si hubieran sido remarcadas, o por que el quinto renglon de cada parrafo se unio al cuarto, simplemente te recomendaria atrancaras esta noche bien la puerta de tu casa y no olvidaras que asi escribian, que asi escriben las Olivetti Lettera portatil.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/01