Las damas primero
Pablo Lores Kanto
En esa época los segundos, los minutos y las horas aún no habían sido atrapados dentro de ese ingenioso artilugio llamado reloj. Bastaba con mirar en el cielo la posición del sol para saber lo que restaba para la llegada de las tinieblas. Para Sock todavía era muy temprano. Lideraba el grupo de cazadores que buscaba un lugar donde pasar el invierno. Eran cuatro con su hermano Muck, su primo Ruck y su tío solteron llamado Rock. Rock, que era más viejo y ducho fue el que halló la cueva. Decidieron habitarla. Sin hacer ruido apilaron en la boca de la caverna ramas, troncos y arbustos secos y le prendieron fuego. Cuando el oso se asomó lo lancearon. Era enorme y fiero y ese invierno Rock, Sock, Muck y Ruck vistieron piel de oso.
Un día Sock dijo ya vuelvo y no volvió sino al cabo de tres lunas. Cargaba no un animal de cornamenta sino una hembra de grandes ubres llamada Iseck.
Muck demoró un poco más del doble de lunas que Sock. Llegó herido pero feliz. Tuvo que batirse para raptar a Eseck y luego dar un gran rodeo para despistar a sus perseguidores.
Ruck no tuvo necesidad de raptar a nadie. Cuando fue por agua al estanque halló a su presa en uno de los arroyos que alimentaba la laguna. Estaba en celo y Ruck la montó entre los matorrales. Ella dijo llamarse Umi.
La cueva era enorme y sus galerías se perdían en las profundidades de la tierra. Cada uno de ellos tomó un lugar dentro de ella. Sólo Rock, el Viejo, se quedó ocupando la cómoda gruta de la entrada.
Al siguiente invierno ya no eran siete sino diez los habitantes de la cueva. Luego, fueron doce, dieciséis y más tarde veinte. La cueva se llenó de niños. Al llegar el tercer otoño se le murió la hembra a Sock y se vio en la necesidad de buscar otra. Muck, no conforme con Eseck, raptó a las mellizas Maneck y Mineck. Pero Eseck, en un arranque de celos mató a Mineck, y Muck, ciego de ira, aplastó con su mazo el craneo de la despechada Eseck. Finalmente, Muck se quedó con Maneck y nunca más pensó en traer nuevas mujeres a la cueva.
El primo Ruck fue el primero en morir. Pisado por el mamut que había arrinconado al borde de un acantilado. Sock se quedó con Umi, la mujer del primo Ruck y con su prole, todas hembras. Con Umi, Sock tuvo un hijo que murió durante el parto.
El tío Rock que para andar ya usaba un largo palo como bastón, empezó a transmitir su sabiduría a los niños del clan. Era una manada ruidosa. Los reunía en la noche alrededor de la fogata y les enseñaba a no perder de vista un rastro, a olfatear la amenaza y a intuir el peligro en los sutiles cambios del paisaje.
En la cueva había más hembras que machos y eso garantizaba la supervivencia del clan. Sólo Socki el hijo de Sock, y Mucky, hijo mayor de Muck, habían alcanzado el tamaño, la edad y la fuerza como para recorrer largas distancias y cazar. El primogénito del difunto primo Ruck, en cambio, era todo un inútil. Había nacido con una tara que le hizo crecer el cuerpo pero no la mente.
Socki, Sock, Muck y Mucky salían a cazar pero lo que cazaban no daba para alimentar a los habitantes de la cueva. La situación se puso peor cuando Muck enfermó de unas fiebres raras. Nunca más logró levantarse. Lo enterraron al fondo, en la gruta del laberinto que solían utilizar como cementerio.
Cierta mañana ocurrió el incidente que da origen a esta historia. A la salida de la cueva, Mucky, el hijo de Muck fue sorprendido y devorado por un tigre diente de sable. Sock, Socki y el tío Rock tuvieron que bloquear la entrada y defenderse con sus lanzas para impedir que la manada de tigres dientes de sable que merodeaba por allí se diera con ellos un gran banquete. Días más tarde esos felinos carnivoros desistieron y se marcharon.
Al cabo de unos meses, cuando el desgraciado incidente parecía olvidado, el pánico volvió a cundir en la cueva. Mientras encendía el fuego, Sock pidió a Umi, la viuda de Ruck, que saliera por más leña. La leña se apilaba cerca de la entrada de la cueva. No volvió. Una gran alimaña la atacó y la devoró. Esa sangre atrajo a un número mayor de fieras.
Otra mañana, Sucki, el hijo de Sock les dijo a su prima Beth, hija de Meneck y Muck que fuera por agua al estanque. A la salida de la cueva fue despedazada por una jauría de perros salvajes.
Varias mañanas después de esa mañana, el tío Rock le dijo a su sobrina nieta Sebeet que necesitaba el mazo que había dejado en la entrada de la cueva y tampoco volvió. Un animal se la llevó mientras ella gritaba pidiendo ayuda.
Desde entonces, Sock, su hijo Sucki y el tío Rock adoptaron la costumbre de ceder el paso a las mujeres. En realidad, eso de ceder el paso era sólo eso, un decir. Las mujeres eran echadas de la cueva a viva fuerza. Si volvían significaba que no había nada que temer, pero sino, había que matar el tiempo fabricando hachas, cuchillas, mazos de piedra o dibujando en las paredes de la cueva antílopes, bisontes, mamuts y otros animales de la dieta cotidiana. Esto dio origen con el paso del tiempo a la caballerosa expresión, las damas primero.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 03/Jul/04