Valkiria del nuevo
Pablo Lores Kanto
Ayer visité el mausoleo del Führer. Ocupa una hectárea en el centro de Berlín. Está en el meridiano de un bosque de romano diseño. Para un soldado de ultramar, venido de las Américas, ver el cuerpo embalsamado del Führer es motivo de regocijo patriótico. Estando allí podemos ver los siglos con optimismo.
El Führer reposa dentro de una urna de cristal, guarnecido por una sabia temperatura que nos permite contemplar su divino rostro. Diríase que duerme, que en cualquier instante puede levantarse, echarse a andar para impartirnos órdenes que obedeceríamos ciegamente.
La sala del mausoleo es cuadrada, un cubo perfecto. El piso es de lustroso mármol negro igual que las paredes. A pesar de que caminamos en silencio, el taco de nuestras botas producen infinitos ecos en el recinto donde descansa el supremo cobijado por la eternidad.
Viste nuestro amado Führer, el antiguo uniforme verde oliva que utilizó durante las campañas guerreras del Cuarenta y de la gran ofensiva del Cincuenta. Se le ve bello, arrogante, inmortal como un dios. Una potente luz que cae del cielo raso -cual rayo olímpico- ilumina el nicho de cristal que flota sobre una laguna de pétalos. Es lo menos que se merece el patriarca de la raza. Lo demás, que es accesorio, permanece en la penumbra. Cuatro águilas de oro rodean y protegen sus restos bajo el amparo de una mayúscula bandera, en cuyo centro pende la cruz gamada cocida con hilos de oro y plata.
Pantallas de plasma de gran dimensión, adheridas a las paredes, reviven a nuestro Führer durante sus más memorables discursos. Su voz, aflautada, es inconfundible. Al mediodía y a las seis de la tarde, al son de nuestras marchas militares, el Führer aparece en la sala del mausoleo. Unos efectos virtuales de composición tridimensional realizados por nuestros ciberprogramadores, le dan vida. ¡Es emocionante!
Como comandante de la Quinta División de la Región A-2, con base en la Patagonia, siento que soy el portador de su destino. Coincidentemente, nací el día y el año en que murió nuestro amado Führer, un 14 de marzo de 1960, a los 71 años de edad, cuando ya medio mundo era nuestro.
Para los astrólogos del Tercer Reich, mi nacimiento resultó auspicioso porque coincidió con la invasión germánica a las Américas.
Pero, no nos adelantemos. Por aquel entonces, los ejércitos aliados habían sido expulsados de Europa. Londres había claudicado bajo el fuego de nuestros proyectiles y cuando nuestras tropas ocuparon la isla, los ingleses nos tributaron el cuerpo envenenado de sir Winston Churchill, aquel tipejo obeso que había pregonado a los súbditos de la corona una defensa de su graciosa majestad con sangre, sudor y lágrimas.
En el otro extremo de Europa, Moscú había sido barrida durante la tercera campaña invernal del año 1955. Stalin terminó sus días en alguna remota aldea de Siberia, organizando inútilmente focos de resistencia que sucumbirían bajo la modalidad de tierra quemada. Stalin moriría asesinado en una revuelta protagonizada por sus propios generales.
Luego de la tregua de los años 1959 y 1960, que nos dio la oportunidad de reorganizar nuestros ejércitos, nos dividimos el mundo con nuestros aliados del eje. Italia se ocuparía de doblegar África; Japón, los pueblos inferiores de Asia y nosotros, con el apoyo del generalísimo Francisco Franco, someteríamos al Nuevo Mundo y avasallaríamos las naciones islámicas del cercano y lejano Oriente. Una tenaza que se cerraría en la India, punto de encuentro de las fuerzas alemanas y japonesas.
Nuestros textos de historia enaltecen las largas batallas que entablamos con los norteamericanos. Con ellos sostuvimos la guerra más encarnizada. Sin embargo, debemos referir que la década del Cuarenta estuvo signada por la rivalidad científica. Fue una dura contienda. Una carrera escalofriante de quien de los dos haría uso primero de las mortíferas bombas atómicas.
Los dioses -o ponle el nombre que quieras- nos favorecieron de una forma que sólo se le puede tributar a los elegidos. Nuestros portaviones y escuadrillas de bombarderos partieron primero de Groenladia, anticipándose a los nefastos preparativos de nuestros enemigos que nada pudieron hacer por evitar que desencadenáramos el Apocalipsis sobre Nueva York, Washington y Filadelfia. En un tris, más de 50 millones de estadounidenses se vaporizaron bajo los hongos nucleares. El gobierno provisional que se organizó en la ciudad de San Francisco, nos permitió firmar con ellos un tratado de paz sin condiciones. Inmediatamente iniciamos la ocupación del país de Jefferson, Lincoln, Whitman y Al Capone.
Bautizamos a los EEUU con el nombre de Valkiria del Norte. Creamos un gobierno títere con los líderes del Klu Klux Klan y sus organizaciones. Estamos sorprendidos con los resultados que obtuvieron. Adoptaron el modelo nazi de gobierno y la eficiencia norteamericana hizo el resto. Su escudo sintetiza ahora esos rotundos cambios. El águila americana ha sido reemplazada por el águila germánica. Y de más está decir que en las dos Valkirias el alemán es el idioma oficial.
Ciudad Odin (San Francisco), capital de Valkiria del Norte, sede del nuevo gobierno, constituye el mejor diseño colonial ideado por los politólogos berlineses, en conjunción con el sentido práctico de los antiguos estadounidenses. Ellos están limpiando el país, utilizando un sistema novedoso que ha despertado la curiosidad de nuestros expertos. En esa tarea de aseo nada se desperdicia. Los cadáveres de judíos, negros, hispanos y otras razas menores, cuya reproducción y eliminación se realiza en forma sistemática, en las llamadas fábricas ambientales. En esos lugares son triturados, disueltos y procesados con una serie de sustancias bioquímicas, y convertidos en potentes abonos y fertilizantes que nos ha permitido recuperar para la agricultura y la ganadería, inmensas porciones de áreas desérticas de nuestras colonias africanas.
Del antiguo statu quo americano, nuestros diseñadores sociales y militares tuvieron cuidado en conservar su poderosa industria bélica -que tantos dolores de cabeza nos causó en el pasado- y preservar su magnífica maquinaria cinematográfica que ahora está al servicio de nuestro Departamento de Control y Propaganda. Hollywood se ha convertido en los estudios Marlene Dietrich.
Yo tenia cuatro años de edad cuando Pekín y Shanghai desaparecieron del mapa luego de la andanada nuclear que nuestros aliados japoneses desataron sobre el territorio del gran dragón. Nosotros les habíamos proporcionado esa mortal tecnología. Ellos, sorpresivamente, han inventado nuevas armas que tienen la virtud de liquidar todo vestigio de vida humana y animal pero sin dañar o destruir las ciudades. Por el momento, está en una fase de experimentación. También vienen ensayando con bombas genéticas, capaces de reconocer códigos específicos inherentes a cada raza y destruirlos provocando en sus cuerpos enfermedades que destruyen su sistema inmunológico.
Las bombas tradicionales, en breve, con esos descubrimientos, serán cosa del pasado. Los altos niveles de radiación y contaminación, advertido oportunamente por nuestros científicos, ha frenado nuestros ímpetus conquistadores. Variar de tácticas de destrucción masiva utilizando método antiguos, convencionales, semejantes a los aplicados en los años Cuarenta de limpieza étnica en los llamados campos de concentración y de exterminio. En Munich y en Stuttgart ha surgido movimientos ecologista que procura salvar el medio ambiente para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. ¿De qué nos sirve ser los amos de una tierra estéril y dañina que puede atentar contra nuestra superviviencia?
La Argentina, que se mantuvo neutral durante la Segunda Guerra Mundial, facilitó como país simpatizante de nuestra causa, la invasión al Nuevo Mundo. Le cambiamos de nombre a toda esta inmensa y rica región por el de Valkiria del Sur, y establecimos como sede de gobierno político y militar a la ciudad de La Paz, hoy ciudad Sigfrido, enclavada estratégicamente en los Andes, justo en el corazón de Sudamérica.
Mi padre, el coronel Klauss Shultz, fue comandante-colono de las primeras fuerzas expedicionarias germánicas en tierras del Nuevo Mundo. Bajo las órdenes del mariscal Alejandro Rommel, tuvo la responsabilidad de organizar las llamadas fábricas de aseo social que se plantaron desde la Tierra del Fuego al sur, hasta Alaska en el norte del continente. En aquellos años las plantas de incineración cubrieron de ceniza la arena de las playas del hemisferio.
La Comandancia Mayor de La Plata, bajó el asesoramiento del departamento étnico de Nuremberg, supervisó la clasificación racial -vía ADN- de los emigrantes alemanes que se establecieron desde el siglo XIX en diferentes regiones de Sudamérica, Centroamérica y el Caribe. El patrón sanguíneo estuvo determinado por vía materna, pero sujeto al severo criterio de los expertos bio-genéticos. La tarea de clasificación y de depuración resultó más intrincada -por la mezcla racial- en comparación con la ejecutada en Valkiria del Norte, donde los güetos estaban mejor definidos.
Los germanos latinoamericanos de alta pureza han sido clasificados en grupos y sub grupos que van de la A a la D. Esta tolerancia abarca a todos los europeos, no importa su antigua nacionalidad, siempre y cuando corra por su torrente sanguíneo una pizca de sangre aria.
Los grados y subgrados de sangre, de acuerdo con un estudio genético de alta pureza, ocupan cargos administrativos o de servicios primarios. Los que están fuera de esa clasificación son agrupados y reagrupados en géneros y números dentro de una tabla denominada "étnias impuras".
Estas razas inferiores sustentan nuestro sistema y se encargan de los servicios elementales o de producción primaria, secundaria o terciaria en la gran industria.
En esa clasificación hemos tenido cuidado en separar a italianos y japoneses con el objeto de no dañar nuestras alianzas militares. Ya en un futuro próximo, cuando hayamos consolidado nuestro poder, nos encargaremos de ellos. En fin, estos son los patrones que guían los reglamentos de extermino en el vasto imperio germánico, donde -tomando prestado las palabras del rey de España Felipe II- jamás se oculta el sol.
Pese a los esfuerzos emprendidos desde hace medio siglo, el extermino controlado de las razas sometidas constituye una empresa larga y costosa para el erario nacional. Pero la empresa conquistadora no ha cesado. Quedan muchos focos de resistencia en la tupida selva amazónica, en los bosques tropicales de Valkiria Central. También partidas de guerrilleros y hordas de bandoleros en las estepas siberianas, en las llanuras de China, en las cadenas montañosas de Nepal y Afganistán. Confiamos en las higiénicas bombas genéticas que ensayan los aliados nipones para acabar con esos ilusos rebeldes que sueñan con volver atrás las páginas de la historia.
De los cinco continentes, África fue el que nos dio menos complicaciones. El mariscal Ludving Holbein, al frente de las tropas germano romanas, doblegó el continente en un periodo asombrosamente corto. El apoyo incondicional del gobierno blanco de Pretoria fue fundamental. Sin embargo, el anciano mariscal se jactó hasta el día de su muerte, de aquella proeza guerrera. Pero, ¿qué tipo de resistencia podían oponer esas sociedades primitivas y tribales contra nuestra perfecta maquinaria de combate?
Pero el llamado problema africano fue un asunto controvertido, polémico. ¿Qué hacer con todos ellos? En Berlín chocaron dos corrientes antagónicas. Una favorecia su exterminio inmediato, total, y la otra, su conservación con fines recreativos y de investigación médica. Al final triunfó la segunda alternativa. En los laboratorios nos sirven como conejillos de indias y en los espectáculos públicos nos entretienen de una manera inigualable. Aunque no se consigna en los estudios, está claro que ciertas gamas de negros han resultado ser estupendos atletas, músicos y cantantes...
Pese a todo hubo resistencia. Recuerdo que durante muchos años, el Departamento de Publicidad y Propaganda tuvo que sostener una campaña de tolerancia social con el objeto de aliviar la tensión y el inconformismo de los arios fundamentalistas.. Aunque este episodio ha pasado al olvido, ha quedado como expresión popular, "Dios había creado al negro para divertir al ario".
El hombre negro forma parte de nuestra vida. Experimentamos con ellos y encima nos divierten. Sirven en nuestros hogares. Son estupendos vehículos de entretenimiento. Ahora la moda es hacerlos pelear a muerte en los coliseos con los esclavos que importamos de Mongolia, Sudamerica o del Medio Oriente. En eso, claro está, no somos nada originales. Hasta he leído, en una de esas revistas populares, que muchas damas encopetadas de nuestra aristocracia y no pocos caballeros de bravío origen, suelen compartir con ellos sus lechos. Eso está de moda. Tolerancia de estos tiempos. Solo me atemoriza la degradación de nuestra sangre. La historia nos ha enseñado que los grandes imperios sucumben cuando caen en los brazos de la concupiscencia y de la corrupción.
Entre los Ochenta y el año 2000, el mundo disfrutó de la próspera paz germánica. Fueron tres décadas de estabilidad y prosperidad global. Se fundaron ciudades inteligentes y automatizadas. Creció la industria operada por robots y el comercio experimentó un notable crecimiento entre nuestras colonias de la cuenca del Pacífico. Además, el desarrollo de las ciencias y de las artes tuvo en ese período un renacimiento comparable al europeo del siglo XV.
En la actualidad el ordenador forma parte de nuestros enseres domésticos como los teléfonos satelitales. Incluso acabo de leer en la edición digital del Die Zeit que se completó por fin el mapa del genoma humano. Pero la noticia del día está en una cueva de Westfalia, donde arqueólogos de la universidad de Rothenburg hallaron los restos humanos más antiguos del planeta. Restos óseos que superan en doscientos cincuenta mil años a los descubiertos en Etiopía. Por lo tanto, Europa, es decir, Alemania, es la cuna de la especie humana. ¿No es ésta la prueba irrefutable de nuestra elegida permanencia?
En 1992 pusimos en el espacio la tercera estación espacial que órbita alrededor de la Luna. Aquella plataforma nos permitirá colonizar nuestro satélite natural y emprender las investigaciones a los planetas cercanos, como ya ha ocurrido con Marte. Misiones conjuntas italo-germánicas o robots espaciales fabricados por los japoneses son lanzados periódicamente con el objeto de buscar vida más allá de nuestro sistema solar.
De hecho, mientras adelanto estas memorias, un vehículo espacial tripulado, el Nibelungo XII, se dirige desde hace quince meses hacia el planeta Rojo.
Este viaje a Berlín ha sido reconfortante. El modelo nazi ha cambiado la faz de la Tierra. Ha hecho de ella un mundo mejor y acaso también feliz. Reina la paz y cuando ganemos la última batalla será el fin de las guerras. Estamos convencidos de que el poder debe emanar de la divinidad de nuestra raza. El mundo debe rendirse al orden, a la disciplina, al trabajo y a la férrea autoridad de la espada que defiende el Tercer Reich. La democracia es una palabra proscrita en este régimen de cosas. Dios nos ampara. Somos el pueblo elegido por Jehova. La esvástica es nuestra cruz, Mi Lucha, nuestro libro sagrado y el Führer nuestro amado Profeta.
(Escrito en Tokio, diciembre de 1999.)
Nota.-Después de su publicación en IP, recibí varias cartas en el que se me acusó de pro nazi, de racista, de odiar a los negros, etc. La idea del cuento era producir rechazo hacia un mundo así de terrible, donde los alemanes con Hitler a la cabeza eran los amos del planeta.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 09/Ene/04