Perros de la Malurbe

César Benítez

Sacar a pasear al perro es una de las actividades más ingratas, pero necesarias, a que se puede enfrentar cualquier habitante de la ciudad de México. Habría que hacer, en principio, una diferenciación entre las clases de canes que pululan por nuestras calles: los hay callejeros, hijos de quien sabe quien que nacen en solares baldíos, se amamantan dos días y salen a vagar por los alrededores en donde puede pasar una de varias situaciones: que los atropelle un microbús, que los adopte una viejita zafada o que sobrevivan entre la basura y los rincones comiendo ratas o lo que pueden hasta que la roña los vence o una enfermedad los deja tirados a mitad del arroyo vehícular. Este tipo de perros rara vez llegan a tener nombre y cuando los bautiza un chalán de obra, un pocholín de ostionería, un tlaconete de taller mecánico, les pone títulos rimbombantes como: Mechas, Cuajamáis, Nelson o Fachitas (total, el perro no puede defenderse). A estos animales no hace falta sacarlos a pasear, ya están hechos a la mala vida.

Otro tipo de perro chilango es el semifijo, ambulante, como quien dice: de medio tiempo. Estas mascotas son adoptadas por una o varias familias que le acercan un plato con mejunjes en las mañanas o en las tardes, o por el carnicero que le da los pellejos del día. A cambio de eso el perro tiene que hacer como que está en la tienda o en el quicio de la vivienda pero no está; les hace gracias a los dueños y eventualmente se ausenta en busca de nuevas bazofias o persiguiendo el olor de una hembra en brama. Tienen dos o más nombres, según sus medios dueños: les dicen Solovino, Patalarga, Calacas, Calcetín, Medialuz, Pulques, Chinguiña, Tripas o de plano Tribilín (qué culpa tiene el pobre can) y hacen sus necesidades -como los callejeros- en la vía pública. A éstos tampoco hay que molestarse sacándolos a pasear, de vez en cuando los llevan de paseo en tartanas o camionetas destartaladas algunas familias que gustan de hacer días de campo insólitos en parajes cercanos al DF, y a las que les encanta llevarse al perro para que dirima sus esperanzas entre los árboles aunque, en muchas ocasiones, el canijo perro ya no regresa jamás o se autoemplea como auxiliar de velador del bosque o como ayudante (o ayunante) de guía de turistas perdidos.

Finalmente están los perros de casa, las auténticas mascotas, los que habitan nuestros departamentos, nuestras casas, nuestros patios o azoteas. Sus orígenes son tan variados como sus propietarios: los hay que se adquieren en ferias caninas o veterinarias o criaderos más o menos serios. Son perros con pedigrí (ahora se les dice: Perros con papeles) y sus razas y precios varían enormemente: los hay de 50, 100, 200 pesos los criollitos o cruzas de perros finos con delacalle, que venden en tianguis y mercados en condiciones insalubres. Hay algunos que valen miles de dólares y otros que se pueden adquirir por cuatro o cinco mil pesos (son un buen negocio). Las razas se dividen en tres: chicas, medianas y grandes según el tamaño; peludas, pelo corta y pelonas, y negras, blancas y combinadas. Cada raza tiene su temperamento, su carácter, sus manías, sus características. ¡Ah, pero eso sí! Todas defecan que da gusto.

A los perros de casa sí hay necesidad de sacarlos a pasear, además de bañarlos, desparasitarlos, adiestrarlos, vacunarlos, alimentarlos, cobijarlos, llevarlos de viaje, cruzarlos, acompañarlos en sus soledades, darles terapia canina, sobarles el pescuezo, el lomo y la cabeza; comprarles su chalequito si son propensos al frío, su collar, su correa, su cadena de castigo, su casa impermeable, su plato de aluminio, su bebedero, su hueso de carnaza, sus juguetes, sus moños, su perrera, su jaula de viaje, su champú, su loción antipulgas, sus gotas para los ojos, su carda para peinarlos, sus cortauñas, su botiquín y su pelota de goma, entre otras cosas. Reciben nombres de personajes de la historia (Truman, Napoleón, Churchill, Pancho Villa...), de la nobleza (Duque, Príncipe, Archiduque...), de dioses del Olimpo y otros lares ridículos (Zeus, Júpiter, Tritón...), copiados de otros perros famosos (Lassie, Rintintín, Firuláis, Dino, Laika...) o de perdis algo chistoso (Chirris, Sincalzones, Lewinska). Pobrecitos.

Lo cierto es que el perro ha bien servido al mexicano desde que llegó a este alto valle metafísico y perrero (¿cómo pueden sobrevivir a estas alturas del mar y bajo esta contaminación?). Ha sido su guía y su alimento, su defensor y su solapador, justifica sus animadversiones y sirve para que algunos liberen sus complejos de poder (que son muchos) y ahora, justamente, ahora pueden ser su perdición.

La delegación Cuauhtémoc del DF ha determinado sancionar con más de 100 pesos a quien no levante el excremento de su perro cuando lo saque a pasear. ¿Quién va a hacer semejante porquería? En Estados Unidos los dueños llevan sus bolsitas y sus guantes higiénicos para ese fin, pero allá sí hay botes de basura y parques exclusivos para perros donde no molestan escuincles ni señoras histéricas, donde puede uno ir a ligar con la señora del perrito o la señorita que trae un labrador español. Yo estoy de acuerdo con la delegación pero una cosa por otra: que se abran parques y que pongan botes de basura.

Por lo pronto ya le dije yo a mi perro (Káiser se llama, ni modo) que no ose zurrarse en vía pública y, en todo caso, que lo haga en lo oscurito y que jamás, jamás vaya a tener chorrillo porque entonces sí, pasaremos a chirona los dos al grito de "¡Agárrenlo, agarren al zurrón!"


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Dic/99