Petit Louis au Vin

Arnulfo Villa

Había sellado la carne dorándola en aceite de olivas, sazonó los jugos reduciendo un Rioja tempranillo con cebollas y romeros, adicionó alcaparras y aceitunas y probó. Con una pizca de sal lo introdujo al horno precalentado a ciento sesenta grados.

Encendió las velas y escanció el resto del vino, que desplegó aromas de frutas que se mezclaban con el del asado. Se llenó su boca de saliva. El marido llegó a las ocho, con aire de cansancio, la corbata floja y una tristeza en la mirada. "Quiere reconciliarse" pensó él.

Sentados a la mesa, mientras jugaba con la copa en las manos, decidió hablar.

-Perdóname-dijo. -Sé que me he alterado y no debí gritarte de ese modo. Discutamos el asunto.

-No te preocupes - respondió Alina. -Ya no tengo problemas-.

Ricardo observó la sonrisa de su mujer. Parecía feliz, y por un instante le recordó a la compañera que había sido inspiración, aliento y plenitud durante los dos primeros años. Algo siniestro, sin embargo, se adivinaba tras aquella forzada calma y una sombra de duda caía sobre los dos.

-Sé que Luisito es una carga muy pesada, Alina. Comprendo tu exasperación cuando llora tanto, pero ¿no estarás tratándolo, mmm, digamos, muy, mmm, (y no te culpo de nada), rudamente?-

Aline sonrió más, entreabriendo un poco los labios. Tomó la copa de vino, se apartó el cabello de la mejilla y recargándose en un codo, miró fijamente a su marido. Con voz más grave, le susurró:

-Luisito no dará más guerra, querido.

-Qué bueno. ¿Qué te hace pensar eso?-

Una risilla juguetona se escapó a pesar de la mano que tapaba gentilmente su boca. Echando la cabeza hacia atrás, metió los dedos en su cabellera rubia, coqueta.

-Ya lo verás-

Se dirigió con presteza a la cocina. Se puso los guantes aislantes del calor, y abrió el horno.

Ricardo palideció. Un incontrolable temblor le hizo resbalar al tratar de incorporarse mientras Aline reía a carcajadas. El delicioso aroma del asado se convirtió de pronto en repulsivo hedor.

-No. ¡No, no! ¡Por Dios!-

Ricardo comprendió todo. Horrorizado vio la dorada piel escurriendo grasa, el cuerpecito reventado.

-¡Asesina! ¡maldita!-

Se arrojó sobre Alina. Sus carcajadas se transformaron en estertores mientras luchaba por un aliento que le cortaban las manos de Ricardo convertidas en tenazas sobre su cuello. Abría los ojos y torcía la boca en un gesto de espanto que acrecentó el odio de Ricardo.

Se levantó asqueado, alejándose del cadáver de su esposa. Se tomó el rostro entre las manos y gritó un llanto profundo y desesperado. El horno continuaba abierto y Ricardo no podía acercarse a ver.

Del cuarto de Luisito se escucharon risitas. Como viendo un fantasma, observó que el bebé usaba pañales de otra marca. Luisito sonreía y pataleaba.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 12/Oct/02