Diario de Plenilunio

Socorro Venegas

28 de septiembre

La luna se levantó como todos los días del mundo, llegó puntual. Hubiera querido que tú también la vieras: roja, anticipaba malas nuevas. Después sólo era una llama delgada, muriéndose. Yo pensaba en ti, porque ahora todo, hasta tu ausencia, es tan extraño, tan aparente. Tuve frío. Una ráfaga livianísima se coló entre mis manos, que se estrujaban mientras los demás veían el cielo.

El gran espectáculo termina. El último eclipse del siglo. Eclipse de luna.

Makamé nació de nuevo, pero a mí no me pareció la misma. No es ella, aunque se digan todos sus nombre no hay rincón en todo el planeta donde se sepa quién es la que llora su luz sobre nuestras cabezas.

Si, Uh, Metztli, Selene. Con ella se abre el sexto sello, no hay nada oculto.

30 de septiembre

En todos los lugares han ocurrido desgracias, es verdad, pero no en todos nace la belleza. Hoy eso es lo que anuncian los diarios. Nacen criaturas con alas blancas, vaporosas. Quiero un hijo así, André, también quiero uno. ¿En dónde estarán guardadas nuestras alas? ¿Y por qué nuestros hijos son como dioses?

En China los hospitales son objeto de culto. En Grecia, dicen, nació la primera, una niña. Los padres están vueltos locos (le echan la culpa a la luna), no saben qué hacer, no saben si se lastima cuando duerme, si le duelen las plumas, si hay que lavárselas, peinárselas o qué, cómo.

André, te extraño tanto. Es una miseria no tenerte conmigo. Cuando te fuiste, vi en tus manos que no volveríamos a vernos. Se movían lentas, retrasadas, y decían adiós. En la manera en que me sonreíste al subir al avión, lo confirmé. Ya era otra nuestra historia, la de dos amantes que se pierden y no saben volver. Odio decirte esto, quisiera solamente preguntarte cómo estás, qué haces cuando no caminas en tu montaña, cómo se ve el cielo desde allá arriba. Estás lejos, y más lejos te vas. Siempre te imagino alejándote, buscando no sé qué cosa en la cúspide. En verdad, André, ¿para qué esa necedad de andar en las montañas? Me pregunto cuánto has avanzado y si acaso sabes lo que pasa aquí. Allá arriba no tienes manera de enterarte. Pero en lo más profundo de mi corazón sé algo: tú también has visto el cielo, ya sabes que la luna ha cambiado precisamente porque no ha cambiado: es plenilunio desde el eclipse, y las estrellas abandonan sus lugares, se desplazan hacia otros cielos porque ya no tienen quehacer con nosotros. ¿Hacia dónde va nuestro destino sin brújulas que lo guíen?

Se hace de noche en la noche.

10 de octubre

Nadie sabe exactamente quiénes o qué son los niños con alas. Sólo lo visible: son hermosos y hay de todas las razas. Como si fuera una aberración genética mundial (no sé de qué otra forma llamarlo), ya ningún niño nace sin sus bultos de plumas en la espalda. Los llaman ángeles, pero no lo son. Son nuevos humanos, extraordinarios: crecen como los animales, ¡en unas semanas ya caminan! Ángeles, no.

Hoy estuve todo el día en la cocina. ¿Sabes qué hice? Una gelatina blanca, de anís, con forma de ángel. Y la miré un rato largo, reviviendo nuestra historia, la tuya y la mía. Nuestra soledad que llamamos independencia. No pudimos estar juntos, siempre nos impusimos viajes y tareas inaplazables. Creo, André, que debimos tener un bebé.

Tú debes estar dormido, en los Alpes no es hora de pensar en gelatinas o bebés que no existen. Seguramente afuera escuchas el aire de la tormenta, la furia blanca. Ojalá estés dormido, soñando.

30 de octubre

Nadie merece morir triste.

1 de noviembre

La vela se desprende de su vida y la une a la mía. Hoy no salió el sol. Hoy no amaneció, el día nunca llegó. ¡Ya no hay día y noche!

He tenido sueños raros. Anoche un delfín me hablaba, sacudiéndose en el agua. Decía que sólo si me convertía en delfín podría salvarme. Entonces yo me tiraba al agua y listo, era un delfín. No sé cómo, pero yo sabía y sentía que lo era.

Afuera es como si el tiempo no transcurriese más: sólo la luna se ha quedado. Invento las horas, los minutos, para no perder las fechas de mi diario.

2 de noviembre

¿Qué está sucediendo? Lo que sucede, André, es el fin. El sol también se fue, con las estrellas. Los niños alados parecen no necesitar luz, ven en la oscuridad y ésta les habla, les dice lo que tienen que hacer. Ayer comenzaron a matar. Anuncian la muerte con una sonrisa ingenua. Imagínalo: están frente a ti, tienen la sonrisa que hubieras querido ver en un hijo, pálidos como la viuda que los mira desde el cielo, y no resistes el deseo de apretarlos contra tu pecho porque sientes que se te rompe el corazón, que ya no dirás una sola palabra, amas su fragilidad y deseas protegerlos. También ellos te abrazan, dura un instante. Entonces los niños con alas te hacen un dibujo en la frente, como si te apartaran el cabello para verte bien los ojos, quizá escriben una palabra, y ya. La gente muere inmensamente triste.

3 de noviembre

Encendí el viejo radio de baterías. Pronto iba a ser navidad. Ahora ya nadie sabe nada. La oscuridad es el mundo, las tinieblas son el caos, la locura, la destrucción. Como dijo el locutor, hastiado y a punto de dejar la transmisión, paradójicamente la destrucción ha venido sin odio, se han disparado misiles y han explotado bombas en todos lados, pero es obra del azar, de errores de las mismas máquinas que se han quedado sin control: nadie está interesado en salir a la calle, en cumplir con deberes que el día nos ha perdonado al hacerse inexistente. Y los niños continúan su peregrinación. Me tocará a mí también, André.

5 de noviembre

Sobrevivo. Ya no como nada. Tengo miedo, es verdad, pero ahora puede más la curiosidad. ¿Cómo será mi niño, el que venga por mí?

Nada es como podrías imaginar. Aunque todo está destruido, no hay histeria. Cada persona sabe que ellos vienen, que avanzan. Hay días completos (¿noches?) en que los niños duermen, sus padres cuidan su sueño, saben que pronto despertarán y tal vez sea el momento de invertir los papeles, para que los padres duerman. Nadie les teme, son hermosos y en sus ojos hay esperanza. Por eso moriremos.

6 de noviembre

En la radio, el mismo locutor somnoliento (él habla, yo escribo) dice que la Tierra entera está paralizada. Que la gente no hace nada. Esto es, André, nada de nada. Nuestros vecinos, Ana y Marcus, están todo el día acostados en la cama. No se miran, o se miran un poco con la luz de la luna que entra por la ventana. Y tampoco comen. Es como estar muy deprimido, como estuviste el año pasado cuando se murió tu amigo, aquel alpinista. Así de mal. André, aquí todo es negro. ¿Qué verás entre tanta nieve?

Subí a la azotea, la única luz es la del fuego.

8 de noviembre

Ayer se miraron. Ana y Marcus se adivinaron el brillo en los ojos. Lloraban. Se palpaban el cuerpo hasta llegar a la garganta, ahí estallaba un grito. Mientras las tinieblas se hacían más espesas en la casa, sus cuerpos tenían luz. Brillaron un instante. Después, de nuevo la noche implacable. Volvieron a fijar la vista en un techo invisible, borrado ya por esa nada que se adueñó de sus vidas.

Desde luego, no lo sé, André. Sólo quiero pensar que así fue.

9 de noviembre

Me siento abatida por un cansancio muy poderoso. Duermo, duermo, y despierto para ver la ciudad en llamas, las cenizas cayendo. Un silencio puro, que deja escapar los lamentos de las cosas.

André, es la última vez que escribo.

Antes pensaba en el día de mi muerte como algo que, después de todo, no me ocurriría a mí, sino a alguien ya cansado, satisfecho con lo vivido. Quería morir vieja... suena tan ridículo. Y resulta que sí me ocurre a mí, a la persona que no deja de recordarte, tú, allá en la montaña, sepultado por la nieve, un olvido blanco, una niebla que te cierra los ojos, te clausura las salidas, te vence en un sueño largo, ¿hasta cuándo? Doncellas de Jerusalén... ¿Nos despertarán las doncellas? ¿Cuánto vivirá esta desolación? Y yo, hasta cuándo yo misma. Ana y Marcus ya están muertos. Yo escondo la vergüenza de haberle negado la entrada a mi niño, al que viene por mí y espera afuera, pacientísimo. Quería escribirte una despedida, un último día en este cuaderno. Pues entonces... Doncellas de Jerusalén... ¿así decía el Cantar? No despierten al amor, hasta que Él quiera...


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 12/Oct/02