Letras en la madrugada

Patricia Severín

Estoy ahogada.

Cambio de un estado de ánimo a otro en menos de un segundo. Es como probarme vestidos: me saco la solera, me calzo el estampado, me mido el rojo. No sé qué hacer conmigo.

Dentro de unas horas vamos a encontrarnos y tengo miedo ( Le escribe Paloma a Federico en la madrugada de invierno) Ha pasado mucha letra en la pantalla. Desde hace ocho meses. Pero la letra y la pantalla son inasibles y además, buenos filtros. Hay verdad detrás de las palabras, pero también hay poca realidad. Será quizá por eso (Escribe Paloma a Federico Meiner) que necesito tomar el papel y garabatear esta carta: para que algo no desaparezca con el delete. Necesito escribir y leer para saber con certeza que en unas pocas horas más abriré la puerta del bar y allí te encontraré -camisa azul-pantalón oscuro- y no te disolverás en la penumbra.

Y sobre todo, necesito afirmarme en estas hojas para dejar de temblar. Te corporizarás en vos y tu sonrisa de pantalla y vidrio será de piel y labios; tus manos perderán su condición de estatua para arremolinarse en el gesto del saludo. Quizá, el sonido de tu voz no sea de campanas sino de cello. Y tus ojos tengan una aureola de cielo alrededor del iris. Muchas veces, durante estos meses, me he preguntado si hago bien en seguir adelante (Piensa Paloma y le escribe a Federico). Todas me han respondido que no, y sin embargo aquí estamos. Yo, que necesito diez horas de sueño, estoy devastada por el insomnio y la incertidumbre. He adelgazado esos kilos tenaces que el desgano y la edad te imponen. No hay nada más agónico que dar curso a una ilusión. Tampoco nada más bello. Son los contrarios los que excitan la mente y agigantan el alma. En la borrasca de este océano oscuro y transparente, es que me entrego al encuentro. Todo es caótico en mí. Voraz.

Soy este volcán en ebullición. Tacho cada una de las fantasías que diagramo para volverlas a pensar. ¿Nos gustaremos? ¿Habrá piel? ¿Podremos abarcarnos? Estamos aislados detrás del ordenador, sentados en el cobijo del escritorio, protegidos por la soledad. De pronto algo se ilumina, se prende un pábilo, una señal. Hay otro igual que uno en la inmensidad de todos los posibles, de ese incierto mar de afuera que entra por la línea del teléfono y se instala en el outlook. Y una quiere descartarlo porque esta cansada de virus y basura, pero un tenue signo rojo te detiene. Allí comienza el vértigo: cuando la palabra clikea sobre el corazón.

Te he dicho que era feliz y sin embargo duraba. Has dicho que estuviste enamorado pero me desespero por descubrir tus ojos. Me conocías apenas. Te acordás de la infancia, de los lugares comunes. Lo que sabés: me fui del pueblo después del accidente de mamá y papá. Hice una cruz y me olvidé de todos. Tapar el dolor nos ayuda a continuar el camino. Lo que no sabés: el rencor que me mantuvo viva. Del colectivo desbarrancándose en la noche. Del silencio de la ciudad que protegió a los culpables. Llegaste a remover mi cajita de cenizas. Te dejé hacer. También tengo mis costados oscuros: odio, envidio, acuso.

Tuve marido, tuve amante, tuve compañero. Pero una inquietud irrefrenable me arrastró siempre hacia la pérdida. Como un cóctel mal habido, mi alma que nunca pudo terminar de ligarse. Me quedé con los hijos y la sensación de que en la vida, nada he podido completar Ahora, ya grande, te apareces para un revival.

Las mujeres nos enamoramos de pequeñas cosas: una flor y la mano que la extiende; una palabra al oído en el momento justo; una mirada enloquecida detrás de una apariencia de calma; un secreto minúsculo Federico (Apunta Paloma y el papel se puebla de pequeños signos) Algo debió ser dicho entre nosotros que pulsó las cuerdas de este violín inseguro. No se nada de vos excepto lo que me has contado: que te casaste grande, que tus hijos son pequeños, que sos buena gente contador y deportista, y que necesitas imperiosamente volver a enamorarte.

Nos metemos en arenas movedizas ¿lo sabés? lo sé. Nada se puede construir sobre el dolor ajeno ¿Y nuestro propio dolor? preguntaste. Estamos en la franja de la zambullida, no de la largada. Palabra tras palabra se ha ido poblando el alma. Dos personas que han escrito ¿por qué te extraño si nunca te tuve? ¿por qué te quiero si jamás te he visto? están prendidas por hilos invisibles aunque aún no comprendan su significado.

Amanece.

Los años que vienen se juegan en unas horas.

Necesitaba escribirte una carta de verdad (Le dice esta mujer Paloma a este hombre Federico) un registro indeleble que tenga olor, tacto, profundidad y que solo el delete de tu mano -si lo desea- pueda estrujar.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Ago/03