Punto... y algunos suspensivos
Óscar Cossío
Todo en regla. Preparar mi muerte no fue tarea fácil. Pero sí placentera. La decisión tomada hace algún tiempo, algunos años. Se fue formado, poco a poco, desde el momento en que me di cuenta que la edad, el tiempo, se me vació. Moneditas del ti-ti-tiem-po que se van gastando; se gastan bien, se gastan mal, inevitablemente. Quien gusta en comprar amarguras, ¿desperdicios? pues muy su gusto es. Otros, placeres y escapes; y así, otros, saberes y conocimientos; ¿quién puede asegurar cuál es la mejor forma de gastar? Para mi, una mezcla de eso todo. Ya me quedan pocas. Las gastaré de golpe.
Primero los parámetros. La muerte también tiene parámetros, ¡que caray! Más si es uno quien decide.
Quiero vivir mi muerte. Así, quedan descartadas las armas de fuego. Un disparo en el cerebro es, sin duda, método eficaz, pero sucio de por sí; demasiada sangre regada en el lugar, trozos de materia gris salpicando los alrededores. No me hace gracia, especialmente, no me hace gracia la idea de que, una fracción de segundo después de la entrada de la bala, toda conciencia se haya perdido. Descartado. Prefiero vivir mi muerte. Descartada también la idea de armas blancas. Ya, en alguna ocasión lo intenté, con malos resultados. Afortunadamente, según las secuelas, los frutos, la vida me deparó infinidad de experiencias enriquecedoras. Placeres a granel. Con su cuota de sufrimientos y dolores. Pero en esos lejanos entonces, era un jovenzuelo, los tontos quinceaños. Sin duda valió la pena vivir lo que siguió. Ciertamente hay una patricia tradición en el uso de afilados cuchillos para quitarse la vida. Los nobles romanos (algunos) sumergidos en una tina de agua de agua tibia se cortaban las venas para desangrar lentamente. Sin duda esto permite darse cuenta de lo que está pasando, es decir, vivir la muerte. Sin embargo, tengo la impresión de que es sucio, por lo menos para aquellos encargados de poner las cosas en orden. Descartado también el veneno. No soy conocedor en la materia, pero tengo la idea de que un veneno "limpio", no agresivo, aunque sé que existe, no es nada fácil de obtener. Además, estoy seguro de que el Doctor Kavorkian no aprobaría mis motivos. Los otros, aquellos que se encuentran en cualesquier cocina, tales como destapa caños, raticidas y demás menjurjes, son harto desagradables. De manera que el veneno queda fuera de la lista. Tampoco me gusta la idea del gas. Demasiado peligroso para los vecinos. Una chispa podría causar explosión y morir inocentes, o, por lo menos, perder parte de sus propiedades. Ellos ninguna culpa tienen. Para ellos, adelante con lo cotidiano de la vida. Claro que también queda fuera la idea de arrojarme al paso del Metro. Es una muerte demasiado rápida y violenta; causa, además, severos trastornos a una gran parte de la población. Es fácil de comprender que tampoco me atrae la idea de cuasar un accidente automovilístico. Eso tiene todos los inconvenientes de lo expuesto anteriormente. Me acaban de sugerir ahorcamiento. ¡Ahorcamiento! ¿Por qué no lo habré pensado antes? Sin duda es método rápido y efectivo. Así que lo considero. Reviso el lugar en que vivo. No tiene una sola viga o saliente del que se pueda colgar una soga. Los techos bajos y poco resistentes. Las mansiones señoriales antiguas eran muy a propósito. No así las construcciones modernas. Claro que se puede pensar en salir a un parque público, encontrar un árbol con rama resistente y apropiada. Tendría que ser cuando hay poca, mejor ninguna, asistencia. Llevar, además de la soga, un banco que permita alcanzar la rama escogida, hacer el nudo corredizo (no sé cómo), subir al banco y una vez, con la soga al cuello, darle una patada al banco. El procedimiento resulta engorroso y el espectáculo grotesco. Ahorcamiento, con razón, sin pensarlo, no lo había pensado antes. Mejor otra cosa. "El mar de los mares mar". El mar es el medio escogido. El arma escoge al guerrero; el mar ya me escogió desde hace muchos ayeres. La vida, nos dicen los científicos, y es creible, se inició en el mar. Además, la vida se alimenta de la vida. No me disgusta la idea de que mi cuerpo sea devorado y pasar a formar, así, parte del ciclo de la existencia. Ojalá encuentre una escuela de tiburones y den buena y rápida cuenta de mis restos. En el mar no hay cruces, que bueno, soy alérgico a las cruces, por su simbolismo de sufrimiento, de pagar culpas. Pues creo no tener deuda alguna.
Ya, en alguna ocasión, estuve a punto de ahogarme, en el mar. No me causó ningún miedo. La consideración principal fue: un par de minutos de desesperación. Dos minutos duran sólo dos minutos. Pueden ser muy largos, dos minutos; sin embargo serán, siempre, más cortos que los muchos (aunque sean pocos, siempre son muchos) años de senilidad. En esos dos minutos la necesidad de oxígeno crea un reflejo animal, una enorme necesidad de respirar. Para contrarrestar esto, para no permitir que venza aquello que llamamos "instinto de conservación", pienso llevar un par de pesadas piedras en el bolsillo. Eso es todo.
Así pienso vivir mi muerte.
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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Dic/00