Rosaflorida

José Luis Alonso Viñegla

¿Aljubarrota?.

¿Dónde había oído antes ese nombre?. Era un enigma. Un reto. La grafía había aparecido ante mis ojos, ya menguado la mitad del manuscrito. Así que sabiendo que aquel libro mágico, herencia de mis tatarabuelos era todo un compendio de sabiduría, un decálogo de invocaciones consentidas, un reducto de la historia no escrita, decidí aventurarme entre aquellos pliegos cuarteados, sumergirme en los latines que se desparramaban escrupulosamente e inicié la traducción.

Al pronto vino a mi ojos un vocablo que sin saber porqué me cortó la respiración, aumentó la presión sanguínea de mi cuerpo y una agitación extraña invadió todo mi ser:... Rocafrida... mil trescientos ochenta y cinco. ¿Qué significaba?.

Un nuevo modismo emergió desde el fondo de los tiempos, el título parecía nobilario, aunque también podría ser una graduación militar; encontré varias fórmulas: Comes, Condestable, y Conde, y a continuación un apellido que no por dejar de ser sonoro y arrogante tenía de por sí un poso romántico y enigmático: Flores.

Hasta aquí todo había ido cobrando forma; sin duda aquel latín del siglo XIV narraba los hechos singulares de un caballero medieval, de un hombre de armas. Las aventuras, o desventuras del Conde Flores.

Conforme desgajo las oraciones, busco los verbos y sus complementos, diferentes terminologías apuran la rampa vital de la crónica que me enaltece, aportando nuevas pistas a este entramado etimológico: Leiria.

Y nuevos marmotretos para estudio y comprobación. El polvo los cubre como si fuera de barniz de almas dormidas, que al crujir rechinan como si la vida anduviera perdida entre genitivos y dativos, queriendo conjugar modos incomprensibles para la gramática humana, que tan solo en un idioma de ensoñación se traslucen a los oídos prestos de este interlocutor, válido para el destino y útil para la información.

Y poco a poco los hechos se me revelan:

Un caballero avanza fatigoso a lomos de un pobre jumento que apenas si se sostiene sobre las cuatro patas.

El yelmo abollado, la espada hecha una sierra de tanto golpear al enemigo, la cota de malla desgajada, descompuesta merced a las flechas evitadas, la lóriga desvaída, la lanza rota y hecha astillas, el almofar desgarrado sobre su cuello, la capillina hundida bajo el casco, y el rojo del penacho sufrido como la enfermedad y la muerte.

Está inconsciente. El caballo trota trabajosamente a la deriva, sin derrota ni rumbo. El soldado se cimbrea tirado sobre las crines del animal, su montura de cuero repujado es una isla que lo mantiene asido al jamelgo. Las botas de piel vuelta de carnero duermen junto a los estribos liberados. Todo él es sudor y sangre coagulada que le embadurna el rostro y los brazos. Es fatiga.

Cansancio extremo. Dolor silencioso. Extenuación-

¿Es un fugitivo?

El Conde Flores es el perdedor de una gran batalla; de una lucha sin igual que dos grandes reinos de la península Ibérica contendieron: las tropas de Don Pedro de Avis, Rey de Portugal, y Don Juan I, Soberano de Castilla y León.

Los castellanos se jugaban la supremacía de la casa de Trastámara, y los portugueses la independencia de su territorio.

Nunca hubo intereses más encontrados ni desafectos tan grandes, pues Juan I de Castilla, hijo de Enrique "el de las mercedes", deseaba a toda costa la pacificación de sus reinos para así poder dedicar toda su energía a combatir a los nazaritas de Granada.

El padre del monarca había obtenido el triunfo sobre la nobleza díscola que se empeñaba en seguir manejando sus mesnadas como baluarte absoluto del poder local, actuando como auténticos taifas.

En realidad, el de las mercedes, consideraba estos hechos como un episodio mas de las consecuencias de la Guerra de los Cien años que sostuvieron ingleses y franceses que dejaron traslucir ventaja a los aliados de los francos.

Los Duques de Lancaster y de York, pretendieron la corona de Castilla, por haber contraído matrimonio con las hijas de Pedro I y de María de Padilla.

El de Lancaster deseaba proclamarse rey de los castellanos, y Fernando I también, y por tal circunstancia invadió Galicia.

Enrique reorganizó su ejército y prodigó privilegios y prebendas entre los nobles, y marchó contra el portugués, recuperando Santiago de Compostela, asedió las plazas de Braga y Braganza, y consiguió que el lusitano firmara la paz de Alcaudín, en el Algarbe, año de Mil trescientos setenta y uno.

Al mismo tiempo, la marina inglesa, al mando del Conde de Membroque, fue derrotado por la marina de Castilla en el combate naval de La Rochelle, al año siguiente, mil trescientas setenta y dos, dejando varapalados a los aliados británicos y portugueses.

Pero el monarca luso no cumplió lo tratado y Enrique se vio abocado a invadir Portugal, cercando Lisboa y tomándola por asalto, y de nuevo los portugueses se vinieron a firmar la paz, que se dio en Santarem en el año mil trescientos setenta y tres.

El camino quedaba expedito para un futuro reino unido y cristiano, pues se firmó con Aragón en al año mil trescientas setenta y cinco la tregua de Almazán debido al pacto de Castilla con Granada con el objeto de intervenir en la Guerra de los Cien años, en los Países Bajos, en Europa, y consolidar el armisticio de Brujas , que firmaron Francia e Inglaterra.

Navarra se alió con Castilla, pero fueron demasiados frentes de combate para Don Enrique, y tantas mercedes dio que no pudo darse a si mismo la salud. Murió en el mismo lugar donde hubo jurado el protocolo , dejando el reino en paz y el tesoro sin fondos.

¿Porqué el texto me explica tan profusamente estos hechos históricos?. Deduzco que nuestro Conde Flores está íntimamente ligado con estos tiempos trágicos y que su historia por fuerza ha de encajar entre las versiones oficiales, colándose por algún agujero del tiempo, y por ello, la narración no quiere que se nos escape la fórmula para su entendimiento. Debo continuar con la lectura.

"Y aconteció que el hijo de Don Enrique, el de las gracias y las benevolencias, habíase casado desde el año de los cristianos y los romanos de mil trescientos setenta y cinco, con Beatriz de Portugal, hija del monarca portugués Fernando I (al que había derrotado D. Enrique y hecho vasallo) y heredera de aquel reino de morir su padre sin sucesión de varón.

Ha de saber quien lea estos versículos que Juan quiso hacer valer sus derechos y unir para siempre Portugal a la Corona de Castilla. Pero la traición frustró el intento. La nación portuguesa se resistió con todas sus fuerzas agrupándose alrededor de Don Juan, Maestre de la Orden de Avis, hijo bastardo de Fernando I,. hermano de la pretenciosa, y que fue coronado en olor de multitud como rey y señor independiente de toda la nación portuguesa "

(Hasta aquí el relato conocido por historiadores y cronicones de cortes, bibliotecas, santuarios

y abadías, reductos donde la cultura guardaba tiempo y espacio para las generaciones venideras.)

¿Por dónde marcha sin sentido a lomos de caballo el Conde Flores?. Estamos en el municipio de Leiria, al pie de la "Serra dos Candieros". En sus proximidades se libró la batalla de nunca jamás: la batalla de Aljubarrota. Pero sigamos con la narración.

"Es la tarde, la noche casi del catorce de Agosto de mil trescientos ochenta y cinco. Las sombras se ciernen sobre los aledaños del campo de exterminio, y es la hora de la tristeza y el lamento para unos, y de venganza y júbilo para otros. El animal vaguea por los campos que empiezan a oler a descomposición, a cadáveres pisoteados, a huesos machacados, a sangre aún caliente sobre la verde hierva, que supura humedad y calor asfixiante y vaporoso.

Armas abandonadas tras los ribazos, pertrechos que nunca servirán para tales amos, ojos yermos mirando a las estrellas, adargas hiriendo la tierra que se estremece, y silencio, silencio fantasmagórico, silencio inerte que envuelve las hojas de los árboles que aún lloran.

Y como por ensalmo o por instinto natural el noble bruto se encuentra a las puertas del castillo de Rocafrida."

(Deben permitirme que me sumerja hasta el fondo en los entresijos de esta apasionante historia, y puesto que los acontecimientos van a ser narrados por medio de testigos presenciales, bueno es que les deje con ellos. Esta es la transcripción.)

Soy Pedro de Ayala, Cronista de Castilla que combatió en la batalla más sangrienta que pudieron ver los cristianos de estos pagos. El Conde Flores cabalgaba al frente de sus huestes.Mandaba la caballería de Castilla; la vanguardia , Don Pedro de Aragón, hijo de un poderoso magnate de la Corte : Juan Pacheco, Marqués de Villena y Comendador de la Orden de Calatrava.

El ala izquierda obedecía las órdenes del caballero Pedro Alvarez Pereira, !ironías del destino! y es que Don Pedro era hermano del Alferez Mayor que mandaba la vanguardia del ejército enemigo.

Las batallas entre hermanos son lujuriosas y advenedizas por lo crueles, sanguinarias y turbias. Cientos de portugueses cabalgaban con los castellanos: no estaban de acuerdo con las ínfulas del Maestre de Avis. Quien me lea debe saber lo siguiente: Aljubarrota fue un conflicto internacional: franceses con un Juan, el nacido en Epila y casado en Alcalá de Henares, y los ingleses con el hijo bastardo del padre del rey más oriental.

Cumeira de Aljubarrota, Lisboa al norte. Los parías de la península, los débiles por tradición, el vecino pequeño que siempre teme al poderoso gigantón al este del Duero, se aprestó a defender sus principios, fueros y libertades.

Un bravo caballero, Nuño Alvarez Pereira, al frente de los cuatro cuerpos de ejército. Hábilmente el de Avis figuraba en retaguardia; su integridad física es muy valiosa para desmerecerla en una avalancha de golpes locos. ¿Quieren saber vuesas mercedes, quien formaba la flor y nata de su nobleza leal?: una fogosa muchachada frisando los veinte años que respondía a un sugestivo nombre de esperanza, que junto con su pendón rojo y verde respondía a los ideales de la caballería de una época sugestiva y valiente, donde los valores profundos del hombre tienen su más alto exponente: bizarría, honor, gallardía, valor, lealtad ; Así eran los "Enamorados ", trescientos hombres de bien que presagiaban el renacer de su pueblo.

Coronaban las crestas de las lomas de Aljubarrota setecientos arqueros británicos armados con el arco galés, el arma más letal del siglo XII. Los galeses atravesaron con sus flechas la puerta de la torre del homenaje del castillo de Vendeiros, en las proximidades del campamento castellano.

En la refriega una flecha atravesó el muslo y la armadura del ayudante de campo del Conde Flores, el Maestre de la Orden de Santiago de Montizón, Fernan Vizcaíno, que quedó fijo por la saeta al caballo muriendo entrambos al mismo tiempo.

Me es muy penoso confesar la derrota de los mios que son los castellanos. Quizás tuvo que ser así. Nunca lo sabré. Entonces es cuando al Conde Flores sucedierónle las cosas más extraordinarias que jamás escriba, cronista, vate, juglar, bardo o trovador pueda imaginar. Se que por extraña puede parecer no creíble. En verdad sucedió que el alazán del Conde Flores lo llevó hasta las mismísimas puertas del Alcázar de Rocafrida.

¿Que donde se encuentra?; eso quisiera saber yo en mi modesto entender: a fe de mis mayores que he rastreado los pasos de este guerrero singular y no he hallado vestigio alguno de construcción o fortaleza.

Cuentan los labriegos que en las noches de luna llena, en la madrugada mágica de San Juan, entre la boria y la niebla del amanecer, entre las brumas de la alborada y el vaho caliente de las aguas de las arroyadas, se vislumbran formas que se asemejan a una ciudadela y torres puntiagudas con luces rojas en su interior que se desvanecen en la nada cuando los primeros rayos del sol irrumpen en la mañana.

Un pastor, Diego de Acevedo, me relató los sucesos de esta forma:

Se perdieron mis ovejas y a pesar del miedo que despertaban en mi alma las brumas osé penetrar en ellas y vi al Conde Flores. El puente levadizo bajó misteriosamente entre un chirriar de cadenas y el caballero penetró en el patio de armas. Seguí las huellas de la cabalgadura, pues aunque tenía más miedo que vergüenza, perdí la priesa poseído seguramente por el duende de la curiosidad, y me aposté en un cerro cercano desde donde se divisaba todo el castillo, y entonces fui preso de algún encantamiento y pude ver en mi cabeza todo aquello que le era negado a mis ojos :

Vino a recibir al viajero una hermosa mujer llamada Rosaflorida: podeís y debéis creerme, señor de Ayala, Rosaflorida que así la llamaban sus servidores, salió al rectángulo que formaba la bienvenida de la construcción, rodeada de sus esclavas, tan bellas y majestuosas como las reinas de las cortes más ricas de los países de las sedas. Ordenó a sus escuderos que descabalgaran al Conde y que lo condujeran a una estancia primorosamente ataviada.

En este lugar lo despojaron de sus armas, y trajeronle un bello jubón carmesí y otras prendas valiosas, y después de bañarlo con agua caliente, lo vistieron como correspondía a su calidad de Conde y le sirvieron una espléndida y copiosa comida regada con buen vino y aderezada con dulces y confites.

Acabado el yantar, ya repuesto, reposado y tranquilo, siguió a un esbirro moro a través de corredores y galerías hasta una torre principal que sus paredes eran de plata fina, y entre almena y almena brillaban zafiros que relumbraban de día y de noche. En lo alto del torreón existía una planta con ventanas abiertas a los cuatro vientos. La mañana era ya esplendorosa, y la luz suave que entraba por los ventanales, velada por cortinas transparentes de rosa color, resaltaba la belleza de Rosaflorida, que sentada en un alto sitial, vestida de un blanco sugestivo a la desnudez y una hermosísima cabellera rubia que a bucles le caía por la espalda hasta la cintura, aparecía como la diosa maestra de los placeres prohibidos.

Una cohorte de hermosas doncellas de todas las razas, con los pies desnudos y diminutos, y de rostros delicados, atendían sus menores deseos.

Al entrar el guerrero, la anfitriona le indicó un escabel para que se sentara frente a ella, y con voz armoniosa le preguntó:

-¿Cómo te encuentras, buen Conde?

A lo que respondió el caballero:

-Los recuerdos se me hacen cuesta arriba: la mayoría de los veteranos prefirieron no pelear pues las condiciones eran adversas, pero los más jóvenes se lanzaron en desordenada avanzadilla sin nuestra conformidad. Deseaban atacar a toda costa pues despreciaron a los portugueses. Yo le dije al Rey: "mi Rey Juan: el día está muy bajo y ni vos ni vuestras gentes han comido ni bebido hoy, hace mucho calor y todavía no han llegado nuestros peones, ballesteros y lanceros que vienen con las carretas." Y Mosen de Riá, caballero franco que ejercía de mercenario con nosotros desaconsejó también el enfrentamiento, y aquesto le dijo: "Mi Señor, debemos mantenernos en nuestros puestos hasta que los enemigos abandonen la ventaja que nos tienen tomada, pues de otro modo, las dos alas de la caballería cuando rompan al ataque toparán con los valles que forman los arroyos, y no podrán llegar a los enemigos ni auxiliar a la retaguardia.

Rosaflorida le preguntó:

-¿El rey no hizo caso de los consejos?

Flores esbozó una mueca amarga:

-Don Juan menospreció el genio estratega de Alvarez Pereira y ordenó el ataque. El suelo se abrió bajo nosotros y la caballería hispana se amontonó en cuajarones de sangre hundiéndose en aquellas tumbas colectivas que nos tragaron para no volver. Desde lo alto de los denominados " fosos de lobos " los arqueros ingleses y los honderos lusitanos acribillaron a saetas y pedradas a nuestras tropas. No sé aún ni el porqué sigo con vida. Mis recuerdos se confunden. Solo memorizo a mi rey huyendo en unas andas camino de Santarem. Al caer la tarde acudieron los vencedores a saquear a los caídos, a profanar a los difuntos. Después aparecieron los perros salvajes, los lobos, y los zorros, y las aves que viven de la carroña. Quise rezar una oración mas húbeme desistir pues mi caballo marcó su propio destierro intuyendo que yo no era capaz de forzarlo a cualquier otra manda.

-¿Y que harás ahora?

-Pagar mi villanía, debería estar con los callados para siempre, allá donde aúllan las fieras, donde graznan los cuervos, donde aletean las aves de rapiña. Soy un hombre herido en el combate del honor. No anduve presto al desaconsejar a mi Señor y mi espada no estuvo firme en mis manos que parecieron ser de mujerzuela. No supe ni morir con ellos, acompañarlos a la gloria. ¿Qué puedo esperar?. Soy un desertor. Si vuelvo a mis posesiones, solo y sin mesnadas me enfrentaré a un Juicio de Honor, a un Tribunal de Caballeros.

Y entonces Rosaflorida lanzó un ponzoñoso mensaje:

-No debes afligirte, hermoso mancebo. Esta fortaleza está a salvo de maledicencias, y si lo deseas, tu existencia será la dicha por siempre. A mi lado, no conocerás el dolor, ni el sufrimiento, ni la muerte; has de saber que yo soy Rosaflorida, la hija del Genio Negro, y por lo tanto soy inmortal así como todos los que habitan este palacio.

Flores se dio cuenta que había caído preso de un terrible maleficio:

-Agradezco tu ofrecimiento, pero debo enfrentarme a mi destino.

-¿Es Irene por un casual la causa de tu negativa ?

-He dado mi palabra de casamiento a su padre, el Maestre de la Orden del Temple, Don Nuño de Arexada, y en Cuenca esperan mi regreso mi familia y mi prometida de la que estoy enamorado.

- !Frivolidades!. Las promesas se hacen para no cumplirlas jamás. Irene creerá que has muerto en Aljubarrota; te esperará unos años y después... se casará con otro. Por el contrario, tu vivirás eternamente y me amarás solo a mí, y al lado de la eternidad la vida de un mortal es tan corta como un suspiro. ¿Para que sirve el amor?. A mi lado tendrás placeres jamás soñados por ti. Tan solo tendrás que cumplir un pequeño requisito... habrás de entregarme... tu alma. Debo unirme en sexo con un ser humano: así podré vivir otros cinco mil años.

!Por San Rampín, señor de Ayala!, que tormentosas son las secuencias que os estoy relatando. Escuchadme bien, maese Ayala, porque jamás ojo alguno vislumbró semejantes ensalmos , ni Birlibirloque, ni la bruja Zumat han escatimado sortilegios y encantamientos con este humilde pastor, antes temeroso de Dios y ahora descreído por fuerza. ¿Qué fuerzas extrañas gobernaban en la fortaleza de Rocadrida?. !Ah, señor escribano!, semejantes enjundias no caben en mi mollera calabazate, que a fuerza de no haberle metido conocimientos nunca, mas bien se asemeja a un zurrón de virutas. Solo puedo afirmar que los hados vinieron a mi precisamente por ser un desventurado de la vida. Soy cristiano viejo, y por la gloria de mi madre os puedo jurar la veracidad de todo cuanto os cuento, que desde entonces ni como ni duermo, y mi natural indiferencia hacia las cosas del mundo, que no fueran mis ovejas y mi hacienda, ha sido superada por inquietantes visiones que se me suceden a duermevela y que tienen la misión de utilizarme como notario. ¿Pero qué cosa puede ser, señor de Ayala? ¿Quién soy yo para merecer tales méritos, si es que de prebendas alancea el problema?. ¿Qué acción puedo acometer, si yo soy romo, parco y renco? ¿Me comprendéis, señor escribano? Vos debéis recoger lo que yo sueño, vuestro destino y el mío son dos ríos que se unen. !Ea! ¿Así pues continuaréis con vuestras diligencias?, ¿seréis capaz de perder vuestro provechoso tiempo con este pobre loco del que todo el mundo se burla porque dicen que tengo vulanicos en la caeza?. Pues escuchad: Sabed señor que el Conde Flores no recibió de buen grado las proposiciones amorosas de la hechicera, pues eso era Rosaflorida. Pero el demonio andaba por el castillo, porque la duda colose entre las sublimes decisiones del caballero que ante todo era un hombre. ¿Y que queréis que os diga, señor de Ayala ?: Rosaflorida se presentaba a sus ojos como una real hembra, como una jaca en celo dispuesta a ser montada por jinete con espuelas. La carne es débil, y Flores un simple mortal sujeto a sus propias pasiones. Pero haciendo acopio de serenidad, que debo decir que le faltaba, pensó que para huir de semejante embrujo embriagador debía ganar tiempo. Y le habló de esta manera a la maga:

-!A fe mía que jamás escuché súplica tan generosa, ni de boca tan deseada!

Creyendo ganada la partida, Rosaflorida le contestó con voz meliflua y subyugante entre susurros y mohines :

-Así que te parezco hermosa ...

-Vuestra hermosura está construida con los espíritus de los fugitivos que se me adelantaron en esta aventura. ¿No es cierto ?

-Ninguno era como tu.

-¿Dónde están ?

-En el tiempo

-Cuando yo os satisfaga, ¿moraré con ellos?

-Si tu quieres, mi buen mozo, el torbellino de las estrellas girará incesantemente sobre ti: cinco mil años es una vida muy larga...

-¿A cambio de mi alma?

-Tu alma no vale nada , pero si tu energía. La fuerza que emana tu tiempo presente en la vida terrenal. La necesito. Gozarás conmigo como nunca hubieras imaginado haberlo hecho con mujer alguna.Viajarás a los cielos y a los infiernos. Serás el día y la noche. Eterno. Incombustible.

Flores se mostró turbado, enfebrecido, confundido, desasosegado, y apenas pudo pedirle un deseo al ama de la ciudadela :

-Dadme tres días para pensar

Y ella le dijo:

-Sea. Pero recuerda : soy el paraíso prohibido; mis labios son de fresa y mis besos saben a miel.

Y contoneando las caderas que se transparentaban a través de aquel tejido blanco, abandonó el salón del trono, no sin antes dedicarle una mirada evanescente al que ya consideraba su amante, y ordenó a las siervas y esclavas que acompañaran al invitado a sus aposentos y que le sirvieran hasta el último capricho.

Que tesitura!, ¿no os parece, señor de Ayala?. Pero Flores, lejos de la lascivia mareante de Rosaflorida, comprendió que todo aquello era un espejismo, un trampa del maligno, y que detrás de aquella exuberante forma femenina se ocultaba el desabrido rostro amargo de Satanás.

Luchó contra el instinto que le apremiaba, contra la comezón que le subía por la entrepierna, con la sangre que hervía arriba y abajo y que amenazaba asfixiarle el corazón. Apartó de su mente la visión de aquella melena rubia en cascada, los muslo sinuosos, los pechos turgentes como manzanas agridulces que pugnaban por romper el sayal, los ojos grises como el mar de los cántabros, y aquella voz sedosa que le invitaba a retozar ofreciéndole placeres sin fin. Comprendió que Rosaflorida le necesitaba, y que después de servirse de el.... ¿qué destino le aguardaría realmente?. Rosaflorida era una fuerza del mal, y por tanto la verdad y la mentira no tenían ningún valor esencial. Cualquier fin era válido para conseguir sus objetivos. Toda añagaza era útil para el botín.

Y entonces, el atribulado galán se dedicó a idear el medio de fugarse. Aprovechar los tres días de plazo para escapar de aquella cárcel de oro. Recorrió el castillo y llegó hasta las cuadras, y su caballo al verlo entrar relinchó de alegría. Pasó sus manos por las crines y las acarició nerviosamente, y no paraba de pensar de que medio se valdría para salir de aquel temible encierro.

A la tercera noche, minutos antes de que expirara el tiempo pactado, poco antes de las doce de la noche, Flores, que estaba sentado al pie de su ventana, vio avanzar por las almenas de la fortaleza la sombra graciosa de un gato pardo que se recostaba contra los tejados. Pronto estuvo a su lado el felino, que vino correteando por el alero de la torre del homenaje, y dando un salto prodigioso, silencioso y elástico propio de su condición, penetró en sus aposentos.

Esté atento, señor de Ayala, que lo que le voy a relatar no tiene precio!: el gato se despojó de su piel y apareció con su forma natural: !era un enano vestido de rojo y con una larga barba que le llegaba hasta a los pies diminutos!.

Y dirigiéndose al pasmado Conde, que ya se creía curado de asombros, le dijo:

-"Soy el duende que protege desde tiempo inmemorial el hogar de tus mayores. Vivo en la chimenea de tu casa, y como siempre tu linaje se ha mostrado generoso con los humildes, vengo en tu ayuda en este trance tan difícil en el que ahora te encuentras. Toma este frasco lleno de un líquido que da un sueño profundo a quien lo bebe, y esta cuerda, y estos trozos de piel para que envuelvas las patas de tu caballo, a fin de que no se oigan sus pezuñas al galopar por el patio de armas"

Y diciendo estas palabras, como que Dios es bueno, señor de Ayala, volvió a ponerse su piel de cimarrón y saltando de nuevo, de una manera silenciosa y elegante, por las rejas de la ventana del Conde, desapareció en la negrura.

El Conde Flores quedó perplejo ante la aparición del duendecillo familiar, y todavía aturdido pero lleno de gozo ocultó con sumo cuidado la cuerda que le había entregado el gnomo y guardó entre su pecho el licor de la adormidera. El resto de la noche la sostuvo contando una a una las estrellas del cielo, y cuando se perdía en su operación, volvía al principio sin ninguna prisa. Y cuando el cielo hilvanado de luceros reinababa bajo las escaleras del torreón donde se aposentaba, salió al encuentro de los guerreros que montaban la guardia. Eran cuatro abencerrajes de negra piel y dientes blancos, de fornida musculatura, pechos desnudos, estatura de gigante y fiereza fanática en las miradas de azabache. Portaban gumías tan afiladas que hubieran cortado el cabello de un hombre en el vacío. En un principio, los hombres de la patrulla recelaron. Mas al reconocer al Conde Flores, se confiaron. Sabían que era el favorito de Rosaflorida, y que próximamente sería el rey del castillo de la eternidad; es decir, su amo y señor, y ellos , sus soldados. ¿Cómo podrían sospechar de un hombre que estaba a punto de conseguir los utópicos deseos de cualquier mortal de carne y hueso y sangre caliente?.

El Conde Flores invitó a la soldadesca a compartir un vaso de vino con él. Alegó aburrimiento, insomnio, y sobre todo (buena jugada del castellano) nerviosismo producido por la idea de poseer en breve a la bellísima dama de sus sueños.

Buena proeza, pardiez!.Aquellos desalmados rieron la ocurrencia del varón y se mostraron cómplices, y aunque respetuosos, hicierónle ver que aquel tesoro era envidia de inmortales y semidioses.

Halagados los sicarios aceptaron la libación, y Flores, aprovechó un descuido de sus captores para vertir el contenido del frasquito en las jarras de barro que habían propiciado los mismos vigilantes para el convite.

El narcótico pronto hizo su efecto y cumplió con su cometido, y aquellos hombres entraron en un sueño profundo cayendo a tierra.

Flores atravesó presuroso el patio de armas, entró en las caballerizas y buscó a su fiel cabalgadura, aquel caballo blanco que tantas veces había acompañado su suerte. Rogó a Dios Todopoderoso que el bruto obedeciera sus órdenes de silencio y no reventara en relinchos de alegría. Tuvo que sujetar fuertemente con las riendas los belfos del animal, que no entendía las obligaciones de su amo.

Con tacto, prontitud, apremio y diligencia, envolvió los cascos del cuadrúpedo con los trozos de piel que le había dado para tal menester el duendecillo rojo, y montado en el brioso corcel se encaminó hacia el rastrillo del puente levadizo. Gracias al cielo y posiblemente a la buenaventura del genio protector, las cadenas no chirriaron, los goznes estaban pulcramente aceitados, y tarumba como una peonza cabriola, picó espuelas, relinchó la bestia, y escaparon ambos haciéndole competencia a los cometas fugaces.

Pronto se vio en pleno campo y respiró con alegría inusitada, dando gracias al dios de los cristianos que lo había liberado de aquella manera tan hermosa.Galopó adelantándose al viento de la madrugada, levantándole esquirlas a la brisa, arrostrando sobre el cutis de la cara ampollas surgidas de la velocidad, azotándose con las ramas de los árboles, jalonando veredas y caminos que desbrozaba en su frenético cabalgar.

¿Que había ocurrido mientras en el cubil de la fiera?. Ah, señor escribano, sepa vuesa merced que no hay peligro más mortal que una hembra celosa de macho que la cubra!. Rosaflorida se deshacía entre las sábanas del fino algodón de su cama. El deseo la desasosegaba, y aunque era hora muy avanzada, pensando que el tiempo ya se había cumplido, no pudiendo más con el ardor que consumía su cuerpo, decidió visitar al Conde Flores en sus aposentos. Os lo dije, señor cronista, los males del amor si es impuro producen la ceguera!. Que porqué os cuento tal cosa?

 Ah, sabed señor que no tuvo miramientos para sus fieles guardianes narcotizados por la única razón de que no se percató de ellos!. Era una loba. Una loba enfebrecida.Dios nos libre de una yegua así, señor poeta, que semejante huracán es capaz de dejar al más recio en unos zorros !

Vestía un brial de transparente seda azul, e iba tan galana que parecía una diosa. Y el cabello lo llevaba recogido con una redecilla de oro. Portaba en sus manos una antorcha para iluminarse, de tal forma iba que se me antojó Afrodita en la noche.

Por mucho que llamó y llamó a la puerta del hospedaje del caballero, nadie respondió.

Impaciente, despechada, dio la vuelta y bajando las escaleras de la torreta, no tardó, ahora si en descubrir a los guerreros dormidos, la puerta del castillo abierta de par en par, el puente levadizo extendido sobre el foso y el rastrillo izado hasta lo alto.

¿Recuerda voacé mis sentencias acerca de las mujeres?. Rosaflorida estaba hecha una furia y parcamente me expreso, señor poeta, porque el ataque de celos sufrido por la dueña era de órdago y de armas tomar.

Su cólera era una tormenta de locura; le dio un verdadero ataque de rabia. Y comenzó a gritar y vociferar y gritar y a mesarse la cabellera con tal frenesí que casi se arrancó todo el cuero cabelludo. Pronto todo el palacio estuvo en solfa y comenzó la bulla y el trajín: pajes y escuderos, guerreros y sirvientes corrían de un lado para otro sin saber donde acudir.

Vaya una potranca!, ¿no le parece señor trovador?. De aquestas ocurrencias seguro que de por vida podríais vos glosar ripios y versos para la posteridad. Y es que la yegua coceaba a diestro y siniestro sin recelar donde propinaba los golpes. !Por las ánimas de todos mis muertos, os puedo asegurar que jamás vi semejante dislate, ni descomunal desconcierto tan mayúsculo como aquel!. Y es que nadie sabía que ocurría; pensaban algunos que el fuego se había aposentado en la alcazaba, mas no vislumbraron fogaradas ni humos; otros, saltaron de sus jergones apretandose las trinchas y los correajes pensando que estaban siendo atacados, pero cuando al final se enteraron, hasta más de uno suspiró aliviado al reconocer que el Conde Flores había escapado del maleficio de Rosaflorida.

Escuche estimado cronista, ha de saber vuesa merced que cuando la princesa estaba en el cenit de su enfado se oyó un estruendo terrible, y apareció envuelto en una nube surgida de las entrañas de la tierra el Genio Negro, el mentor de Rosaflorida, el padre de la maldad: el mismísimo Lucifer, que dirigiéndose a su engendro le dijo entre borbotones de azufre fétido:

-¿Como pudiste dejarle escapar?. Desde ahora vagarás en pena por los mundos en busca de inocentes para ofrecerme.

Y acabando estas palabras dio unas palmadas que resonaron a martillazos y la ciudadela y el castillo con todo lo que contenían, hombres y mujeres, atalajes, armas y caballos, se hundieron bajo las pezuñas del macho cabrío.

Como lo oye, Señor de Ayala, toda una ciudad fortaleza incluida,se hundió en las proximidades de Aljubarrota.

¿Vuesa merced se preguntará que había ocurrido con el esforzado doncel?. El caballero se adentró en la espesura del bosque y pronto se perdió. Como vos comprenderéis, el galán no había tenido tiempo de planear su fuga, ni de elegir caminos que le llevaran a tierra de castellanos. Por esta razón dejó que su caballo caminase a la ventura, y cuando las estrellas aparecieron, se tendió al pie de un olivo de tres patas y durmió hasta la madrugada.

Al clarear la mañana oyó el tañir de una campana que llamaba a maitines. Guiado por su sonar y con el caballo cogido de la brida llegó nuestro hombre a las faldas de una verde colina, y observó que en lo alto de ella se levantaba la espadaña de una ermita.

Subió fatigosamente la empinada cuesta y penetró en el interior de aquel edificio sagrado, donde se encontró con un anciano de larga barba blanca como la nieve, que vestía un tosco hábito gris de fraile. Flores besó la mano del clérigo y con voz pausada y reverente le habló de esta manera:

-Venerable padre, ¿podeís decirme donde me encuentro?

El anacoreta le dijo:

-Conde Flores, cuando termines tus oraciones sigue la senda que serpentea la montaña, pues ella te conducirá al lugar que buscas, pues no conozco camino que no tenga llegada.

Y al instante desapareció ante la mirada atónita del fugitivo. Decidido a no asombrarse más, ni a maravillarse de cuanto aún pudiera acontecerle, convencido de la mágica naturaleza de su aventura, decidió seguir las indicaciones del santón. Cabalgó por aquella senda durante todo el día y toda la noche, y al cabo de esa agotadora jornada divisó a lo lejos los tejados y torres de una ciudad, y cuanto más se acercaba más hermosa le parecía. Pronto pudo admirar las labradas almenas y un portalón ojival que daba acceso a la población. Comenzó la amanecida, y de pronto, y en medio de un gran estruendo, la ciudad desapareció entre las nubes. Y en aquella escarpada no quedó rastro de ella.

El buen hombre pensó que había sufrido una alucinación, pero no convencido resolvió no abandonar

el lugar hasta descubrir el misterio. Durmió durante todo el día, y al llegar la anochecida, la ciudad se hizo de nuevo visible y real. Y decidido dirigió sus pasos hacia un arco de medio punto arquitrabado que abría sus puertas de roble frente él.

¿Queréis saber que ocurrió, señor de Ayala?; pues que las estilizadas calles trazadas en forma de damero a manera de cardos y decúmenos de más de quince metros de anchura, brillaban por la ausencia de ciudadanos que las hollasen. Jamás en mi vida pude oír sonido más lastimero que el solitario retumbe de los cascos del caballo de Flores golpeando secamente los guijarros empedrados de las calzadas.

Y llegó a una plaza octogonal, donde se hilvanaba una maravillosa iglesia toda de piedra y mármol. Nuestro hombre apeóse del bruto y penetró en el interior del templo, que gozaba de la penumbra más plácida que nunca ser humano imaginó. Por un rosetón de vivos colores : amarillo, verde, rojo, naranja y azul, penetraba la neblina y la luz de las estrellas, el suelo era de mármol blanco, y las paredes estaban revestidas de maderas preciosas trabajosamente policromadas que representaban escenas de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

En el centro del altar, que era próstilo, bajo una cúpula abovedada se levantaba un sepulcro de alabastro con la escultura yacente de un guerrero y una inscripción que decía:

-"Aquí yace el Conde Flores y su prometida Irene, que no quiso abandonarlo ni después de su muerte en la batalla de Aljubarrota, en el año de Cristo de mil trescientos ochenta y cinco"

Al leer su propio epitafio y el de su enamorada el caballero sudó sangre y su ojos se llenaron de pavor: las campanas del campanario llamaban a misa mayor, y pronto, extraños fieles con la mirada perdida y andar silencioso comenzaron a ocupar los bancos de las capillas. Y Flores reconoció en ellos a sus siervos, y a sus parientes, y a compañeros suyos muertos luchando contra los portugueses, hundidos en el interior de la tierra.

Jamás se realizó misa tan extraordinaria! Las naves de la iglesia cobraron animación ignorando la presencia de Flores, porque por muy a estrambote que os suene, señor de Ayala, aquellos muertos en vida se movían como impulsados por un resorte mecánico, pues no sino otra cosa que almas en pena eran.

Poco a poco la muchedumbre llenó por completo la Casa de Dios, y los soldados no sentían dolor ante sus heridas sangrantes y purulentas, y sus cabezas abiertas, o sus brazos destrozados o sus piernas renqueantes y rotas.

Y entonces, Irene, la que había sido la prometida de Flores, apareció bella inmaculadamente vestida de novia, y lloraba silenciosamente, sin un quejido, sin un lamento: solo las lágrimas que resbalaban por las mejillas, y al pasar por delante del Conde, este la llamó:

-!Irene!

Pero Irene no le oyó. Y aquella quietud tan extraña !. Los gritos del Conde Flores se perdían por los recovecos y las columnas del trasepto. Y sabéis que aunque Flores tocara a su gente , no conseguía hacerles ver su presencia?. Que podría ser aquello, la agonía del purgatorio?. El infierno maldito ?. No parecía tal, ser el señor del fuego el causante de aquel conjuro, o hechizo.

Quizás el Buen Dios, la fuerza del bien triunfante que perdona siempre y concede oportunidades a los mortales?. El porqué de esta disquisición?. Ya le he dicho, Señor de Ayala, que la Providencia ha puesto en mi cabeza, en mis ojos, y en mi boca, saberes, visiones y palabras que nunca aprendí en la escuela porque no tuve tiempo de ir a ella para cultivarme con los latines y la aritmética, pero si os puedo decir, que entonces hizo su aparición en altar, junto al sagrario donde se guarda la Sagrada forma, el fraile que le había indicado a Flores el camino a seguir, y que prestamente se dispuso a oficiar el Sagrado Sacramento de la Santa Misa y de la Eucaristía.

Asistió a la ceremonia nuestro Conde, presintiendo que sus terrores estaban a punto de finiquitar.

De rodillas, y rezando con todo el fervor que era capaz de sentir su noble corazón, no se perdió ni un momento del Sacrosanto Sacrificio. Y una vez terminada la liturgia, el ermitaño pronunció estas palabras:

-"Hijos mios: los que habéis muerto ya podéis dormir vuestro sueño eterno: el encanto que os tenía penando ha quedado roto, ya que la Santa Misa ha sido seguida por un ser humano; el Conde Flores...

Oído, señor de Ayala, aplíquese no se vaya a perder los pormenores:

"...Adolfo Flores y Quirós ha pagado su cobardía en el campo de batalla; ha demostrado que tan solo una acción valerosa pude contrarrestar al pecado de la debilidad. Ha vencido a la lujuria, ha desafiado a toda clase de peligros y ha superpuesto su valor al miedo. Los terribles infortunios que ha tenido que sortear han sido reflejo de sus remordimientos, pesadillas y vacilaciones. Pero el tiempo ha fructificado en flores blancas. En este lugar se encontraba la última prueba, se enfrentaba a su propia dualidad como hombre sin honor ante sus compañeros de guerra, y la lejanía del amor de Irene."

En aquel momento la quietud se rompió, el suelo de la iglesia retembló sacudiéndose en espasmos, un fuerte chasquido de origen tormentoso iluminó la penumbra, el sepulcro quedó rasgado y los muros del templo se agrietaron, las cúpulas se vinieron abajo con estrépito, las vidrieras estallaron en cientos de partículas de cristal y el altar elevose dos cuartas sobre si mismo.

Flores y el monje salieron al exterior, y cuando el rostro volvió no quedaba ni rastro de la ciudad, ni de la iglesia, ni de seres de otros mundos : estaban a campo abierto. Y el Santo le dijo dulcemente:

"Vuelve a tu casa, Irene te espera, aunque cree que has muerto y piensa ingresar en un convento. Cásate con ella, y que Dios te bendiga, pues has de saber que has vivido desde que perdiste la batalla de Aljubarrota, cerca de las garras de todas las fuerzas del mal, que deseaban tu perdición."

No os lo dije, Señor de Ayala?. Todo a su debido tiempo. !Ah, el amor!. Al amanecer del día siguiente divisó Flores la silueta de su castillo y las apretadas casas que se encaramaban por la ladera buscando la protección de las almenas. Y antes del mediodía penetraba en el patio de armas. La alegría fue indescriptible. Y ahora si que no tengo palabras, señor de Ayala, que es hora de besos y de arrumacos y de casamientos y fiestas. Y así es como acabó el singular viaje del Conde Flores, que pecó de indeciso en el combate pero que rectificó y se portó como un Caballero, haciendo honor a la Caballería.

Ya sabéis, señor de Ayala, si tenéis a bien inscribir mi nombre en vuestros lejajos y manuscritos, respondo por el nombre de Diego de Acevedo, un humilde pastor que desde entonces ya no es lo que era.

(A partir de estos párrafos, las palabras se emborronan y desaparecen. Mañana intentaré continuar la lectura. Puede que me depare nuevas sorpresas. Eliocroca. Febrero del año 2.001.)


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Abr/01