En el aire
Rogelio Ramos Signes
El perro de Albino Ambasz levitaba. No como la mujer desnuda de Gatti, ni como el equilibrista en el diario del tiempo de Gerardo Campos. Eso sucedería en terrenos de la imaginación y tiempo después: la mujer desnuda en un cuadro, y el equilibrista en la literatura.
El perro de Albino Ambasz levitaba de verdad, a un metro del suelo, al calor de la siesta en un claro de los cañaverales. Descansaba (o no) sin ínfulas, el animalito. Y no comía. Cuando flotaba, desesperantemente quieto en el aire, el perro no comía. Es posible que estuviese en contacto con alguna entidad divina y, en situaciones así, los alimentos ofenden. De vez en cuando gemía levemente, en tonos quedos, como en un cuadro de Munch visto a través de un vidrio empañado.
La primera vez que lo hizo fue debajo de unos álamos silbadores, en 1947; el arquitecto Sacriste había visitado Río Seco y el perrito se debutó en el aire. La segunda vez fue junto a un duraznero en medio del patio, en 1948; el arquitecto Vivanco había visitado Río Seco y el perro flotó nuevamente. Pero no apareció en el diario La Gaceta, ni LV7 lo incluyó en las noticias de las 20. Por ello es que la gente del lugar pensó que aquello era una injusticia, una jugarreta de la ciudad capital en desmedro de los valores locales, y pagó al perrito de Albino Ambasz un pasaje de ómnibus en la Gutiérrez, y hasta fue a despedirlo desde Monteros una nutrida comitiva, como suele decirse.
De allí en más, sin algo que lo contuviera, sin una palabra que lo orientara, sin una caricia que lo llevara por los caminos de la cordura, el perro levitó peligrosamente a metros de la campana histórica de la iglesia de La Merced, y sobre el tobogán de aguas del dique Escaba, y bajo la viga mayor de la Sala de la Independencia, y en la Facultad de Medicina (donde escapó milagrosamente de un bisturí arrojado al aire), y en la Escuela de Luthería (donde, por milagro también, esquivó una cuerda de violonchelo que dijo basta después de un Fa casi imposible).
Y así, al cabo de los años, convencido de que la vida en la ciudad era una aventura riesgosa para un viejo perro levitante, solo, sin nadie que lo asesorara, y por su propia cuenta, volvió pasito a paso al pago chico, al aire quieto que lo esperaba en un claro de los cañaverales, a gemir bajito (como en un cuadro de Munch visto a través de un vidrio empañado).
Fue en el 55, "año de levantamientos" según recuerdan los memoriosos. Allá lejos, en la ciudad de Tucumán (en la peligrosa ciudad de Tucumán) los camiones repletos de soldados atravesaban el parque, el diario La Gaceta reproducía los comunicados de la Marina, y LV7 daba nombres y más nombres de posibles funcionarios militares. Mientras en Río Seco, los aviones volaban a ras de los álamos silbadores buscando vaya a saber qué, y el perro levitante de Albino Ambasz, inmutable, dormía la siesta a un metro del suelo.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Ago/03