La sangre en vapor

Ricardo Cartas Figueroa

Aún faltaban unos minutos para que el falso atardecer cubriera el cielo. Priapito y Jususa Champotona después de haber visto el fenómeno más de cien veces, descubrirían las reacciones que provocaba la nube morada sobre los habitantes de Mogador*, faltaba un instante para darse cuenta de todo.

Priapito miraba el cuerpo de Jesusa, se despojaban de sus ropas mientras el agua se iba convirtiendo poco a poco en vapor. Él jugaba con el jabón, imaginaba que era un auto convertible recorriendo la ciudad: el cuerpo de Jesusa.

Antes de que su enorme sexo abriera los muros de carne, suponía un viaje por las piernas de su mujer que simulaban el puente colgante de San Francisco, derrapaba en el vientre, subía las colinas, miraba los domos que ensombrecen la ciudad. Priapito siempre se estacionaba en los lugares santos, los senos como grandes cúpulas de catedral.

El cuerpo de Jesusa era una ciudad con medidas; sin leyes. Priapito había intentado habitar otras, algunas demasiado grises, otras demasiado ruidosas. Jesusa, como Mogador, eran justas, perfectamente habitables.

Después de haberse disipado el vapor del baño comenzó el falso atardecer. Priapito y Jesusa habían dejado la ventana abierta y la nube púrpura entró. Todo lo tiñó de su bruma. Jesusa miró el caminar de la nube, sus ojos comenzaron a cambiar de ánimo, había nostalgia, como si algo se hubiera ido de su cuerpo.

Priapito intentó descubrir qué es lo que pasaba dentro de ella, pero él no es ciudad, él no es hembra.

-Ahí va la vida Priapito, mira cómo sale de los muros.

-¿Vida?

-Bueno, era vida, ahora sólo es vapor, y todo el mundo huye de ella.

Priapito y Jesusa hicieron el amor con tristeza, con sus cuerpos pintados de color púrpura, con la seguridad que después de que desaparezca el vapor todo seguirá igual.

Hay ciudades con 28 salas de cine, otras con dos millones de ratas, otras sin niños, muchas más intentan sobrevivir. Mogador tiene el falso atardecer, y aunque sólo llega una vez al mes por el medio día, resultan molestos los efectos que provoca, en especial, a las hembras.

Jesusa dice comprender a la ciudad, ambas se acompañan esos días. La ciudad con su falso atardecer y Jesusa con sus gotitas de sangre: Mujeres, ciudades, al cabo es lo mismo, siempre sacando de los muros blancos brumas púrpuras.

 

*Ciudad Imaginada por Alberto Ruy Sánchez.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 02/Feb/02