El tigre de san Baltazar

Reloj de furia el tigre
Se desgarra a sí mismo
Cuando está solo demasiado tiempo,
Y la materia de su vista
No es la luz
Sino la sangre.
Eduardo Lizalde.

Ricardo Cartas Figueroa

Aquí, a la mitad de la colina, me encuentro yo, el sardo de mi padre, mi ma´, y las chamagosas de mis hermanas. Me gusta el pueblo porque en realidad no lo es. Hay mercado, presidencia municipal, feria en enero y carnaval de Huehues en semana santa; pero también se encuentran palomitas de microondas, prostíbulos elegantes y tiendas de aparatos electrodomésticos. Enero es un mes de fiesta, los vendedores de plátanos fritos, la rueda de la fortuna, la casa de los taganeros, pulqueros y luchadores de quinto patio hacen de la avenida principal escenario perfecto para que las changuitas salgan a lucir sus mejores trapos; caminan galaneando, moviendo el cuerpecito de ajolote, salpicando miradas de ven, ven, ven. Era mes de fiesta.

A fuerza de litros de pintura( y que quede bien claro, no soy de los muchachos mojonudos que andan por las calles pintarrajeando la ciudad, ésos que se dicen llamar grafiteros) y mentadas de madres, hice que me apodaran el Tigre, así como el de Santa Julia, y como el que vive en el pecho de Eduardo Lizalde. Digo que gasté mucha pintura, porque más de un año me la pasé pintando cuanta pared hubiera disponible en el pueblo. Para lograr mi distinción y mi bautizo, hacía mis malindrinadas en plena luz del día, sin cuidarme en lo más mínimo de los demás. Hubo ocasiones que hasta llegaba a tocar los timbres de las casas agredidas y les decía:

-Buenos días vecino.

-Buenas güero, qué se le ofrece.

-Nada, sólo vengo a avisarles que un infeliz hijo de mala madre pintarrajeó su barda. ¡Mire nada más cómo la dejó!

Y el vecino o "ina" en el mejor de los casos, salía despavorido o "ida" al mirar el recado en su pared: "Aquí estuvo el Tigre de San Baltazar". En el momento del encabronamiento, yo mostraba las manos a mis vecinos: Mira güey o mira pendeja: yo soy ése hijo de pinche madre que pintó tu barda.

Mi pueblo siempre fue de albañiles, carpinteros y chachas arácnidas. Algo tendrían las tortillas que se consumen en el pueblo, porque por más claves y señales que les daba, nadie quería darse cuenta de quién era autor de aquellas pintas. Todo tiene un límite, y todos lo sabemos. Cuando descubrí que había gastado más de la cuenta en pintura y brochas vino a mi una idea excelente: mandarle un anónimo a Doña Linternina, en donde se desenmascaraba al hijo de sardo güero como el autor de las pintas que ya estaban causando murmullos en los pasillos del mercado. Doña Linternina despachaba latas de chile la Morena, jabón Zote, huevos, bolillos, acompañados de la nueva noticia: ¿Saben quién es el Tigre de San Baltazar? Pues el hijo de los güeros, y con lo decente que se veían. Yo lo había visto con las manos manchadas, pero nunca lo pensé...

El pueblo sabía de mi existencia, y sobre todo las changuitas. Bien valió la pena las mentadas de madre que recibí de los afectados. En el baile de enero, cuando la feria está en el pueblo, los del Campeche Show, Mario y sus Chaval´s y el mismísimo sonido la Changa mandaron saludos al Tigre de San Baltazar. Después del guipipipí y del tambó, tambó, tambó ( en voz de eco) se oía: Saludosudosudos, al tigretigretigre de San Baltazarzarzar.

Dedos me faltan para contar las changas que me llegaron esa noche. Aproveché mis instantes de fama y bailé con cuanta mujer me guiñaba el ojo. Los pies fueron los primeros en resentir las consecuencias del glamor, así que tuve que ir a sentarme a alguna banqueta libre. Saqué un cigarro y pensaba, mientras lo hacía llegó un puñado de hombres a decirme:

-Ah, conque usted es el Tigre de San Baltazar.

( Y yo con el cuerpo hinchado de orgullo les respondí) Ey, ese mero que anda y calza.

Pues bueno, aprovechando su buen momento, venimos a traerle una propuesta.

Va y que va, ustedes dirán para qué soy bueno.

Pues ya sabe que en semana santa celebramos nuestro carnaval, y queremos que usted sea nuestro bailador estrella.

Pero zaramba y camba la cosa. ¿Yo el bailador estrella del carnaval? Imaginen eso nada más. Yo, el hijo de don sardo güero, teniendo el mismo honor de Don Panchito( el primer poblador y abuelo de doña Linternina) El mismo honor del Padre Juanito (el evangelizador de la zona) El mismo honor tendría El Tigre de encabezar el baile de semana santa. Sin darle mucha vuelta al asunto, acepté. Ahora tenía que enfrentar la responsabilidad de la fama.

Llegué a mi casa y le comuniqué a la familia entera sobre mi compromiso próximo:

-¿Qué creen?

-¿Qué?

-Yo seré el próximo bailador estrella del carnaval.

Mis hermanas fruncieron la cara y soltaron un ahhhhhh, como de ¿eso es todo? Mi ma´ se acercó para abrazarme y decirme lo orgullosa que estaba de mí.

-Mañana mismo, voy a las Telas Parisina a comprarte los mejores retazos y peluches para hacer tu disfraz. Vas a ver mijito, ningún ojo de San Baltazar dejará de asombrarse cuando te vean bailando con el traje que desde mañana mismo te comenzaré a hacer. ¿Cuánto costará el metro de peluche amarrillo? Digo, porque seguro que vas a vestirte de tigre para ese día, verdad.

La emoción de mi padre se representó con una lágrima y una palmada en mi hombro. Todas las noches me soñaba bailando con mi traje de tigre, moviéndome, disparando salva al cielo. Mi madre dedicaba noches enteras en la confección de mi traje, yo la acompañaba en las veladas mirando documentales de felinos en el Discovery Channel. Aprovechaba, también, como era domingo, pasarle por instantes al canal 22, en donde salía Eduardo Lizalde comentando el programa de ópera. Observaba a los dos tigres desde mi televisión. Eduardo Lizalde es un tigre acorbatado.

El día llegó, y todo estaba listo: el traje de tigre, mi bastón y el mosquetón de salva que había adaptado mi padre. Los viejos Huehues pasaron por mí, como es la costumbre, cerca de las 11 de la mañana. Éstos hombres ya no son nada serios, las máscaras de españoles rabiosos, sedientos de conquista ya no se veían, las máscaras de negritos menos, y prietos seguían siendo, lo más negro que encontré fueron los ojos de Wini Pu, el antifaz de Robin, los guantes del Super Portero, los dientes del Capitán Cavernícola e hijo, por su puesto, pero bueno, uno debe de aceptar que las cosas cambian, la costumbre siempre cambia.

Salimos y comenzó el baile y las explosiones. La danza consistía en dar de brincos, espantar a la gente que andaba por ahí y esquivar los microbuses y combis que pasaban por la calle.

El tigre de San Baltazar iba al frente, haciendo gala del peluche amarillo, retocado con sombras negras en el lomo. Él encaminaba a toda la comitiva, disparando, bailando y, como no podía faltar, degustando líquidos dionisiacos al por mayor. Los autos pasaban, cooperaban con la fiesta roseando con su humo nuestros cuerpos, la gente que iba dentro nos miraba con ojos de sapo, pellizcándose los brazos, intentando creer lo que sus ojos registraban: la pequeña guerra, el gran baile de los nuevos demonios.

El hombre que iba vestido de Wini Pu se acercaba hacia mí, intentaba seguir los mismos pasos de baile y disparaba su escopetón muy cerca de mi cuerpo. Varias veces lo hizo, era claro que traía algo en contra de mí. Su último disparo hizo cimbrar toda mi humanidad de tigre.

-¿Qué traes pinche Wini?

Wini no me respondía, me ignoraba y se perdía entre la multitud. Ni bien estaba agarrando el ritmo, cuando otra vez estaba junto a mí el canijo oso, y volvía a disparar, y volvía a seguir mis pasos.

Todo tiene un límite, y eso bien lo saben, así que me arranqué a perseguir a Wini Pu, primero sigilosamente, pero después, cuando él se dio cuenta de que lo perseguía apuró el paso. La persecución se convirtió en una corretiza formal. Y por más que quería perderse entre los callejones anexos a la avenida principal, no pudo. Yo lo seguía con rabia, y los demás huehues también, como yo era el bailador estrella, ellos tenían la obligación de seguirme hasta la muerte.

La corretiza trascendió las frontera.. Wini Pu pensó que no iba a tener el valor de perseguirlo hasta las grandes avenidas de la cuidad que estaba tragando nuestro pueblo. Ahí nos veían a todos, corriendo en sentido contrario, toreando los coches del año y autobuses. Ya eran pocos los huehues que me seguían, casi todos aprovecharon el momento de locura del tigre para hacer un pic-nic en los camellones de las avenidas y descansar con los sobrantes de pulque, entre ellos se encontraban un integrante del ballet de sólo para mujeres, Robin, Dragon Bol "Z" y el Capitán Cavernícola.

-Ya párale pinche tigre.

Nada de eso, cómo parar cuando mi mirada está clavada en el culo gordo de Wini Pu. Soy un tigre y mis músculos se estiran, mis piernas estallan de velocidad y furia, tal y como lo había visto en el documental del Discovery Channel, cuando los tigres iban atrás de las cebras en medio de la selva pantanosa. Estoy corriendo dándole la cara a las parrillas de los autos, Wini Pu solamente está a unos metros, está ahí, intentando mover su gordura, sacando esa lengua enorme de cansancio. Los colectivos me esquivan, reconocen mi calidad de tigre. Unos metros más y Wini llegará al crucero, ahí tendrá que parar. Autos, autos, autos, luz roja, ámbar, verde. Lo puedo oler, mis colmillos, mis garras, mi piel. Luz verde, Wini Pu pasa, luz ámbar: un tigre nunca duda, hay tiempo: sólo el necesario para llegar a la muerte.

-¡Extra! ¡Extra!, Tragedia en el carnaval de San Baltasar.

Encabezado de La Voz de Puebla 15 de abril de 1989: "Después de tremenda corretiza, un huehue, apodado el tigre de San Baltazar es arrollado por la ruta colectiva "Santa María las Palmas" dejándolo occiso. Otro( Dragon Bol "Z") al querer ayudar a su amigo fue arrollado por un microbus, cortándole las dos piernas. Presentaron demanda ante el ministerio público un hombre disfrazado de capitán Cavernícola y Robin".


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 02/Feb/02