El sueño de Gamal
Federico Jiménez
En la negrura inmensa de las noches rifeñas, arrullado por el crepitar de los troncos de encina en la hoguera, el niño pastor Gamal había soñado. No había sido aquella una quimera de chiquillo, sino el resultado de la ebullición, en su mente, de todas las discusiones, comentarios y chismorreos que, desde la llegada de su primo Ahmed, se habían generado en la cabila.
El mercedes había aparecido de repente, cargado hasta los topes, tosiendo su viejo escape y con el motor jadeante a causa de las empinadas cuestas que lo subieron hasta la aldea. Un revuelo de niños sucios y semidesnudos se habían arremolinado, curiosos, alrededor del extraño vehículo.
-Se fue solo -había dicho, orgulloso, el padre de Ahmed a todos sus vecinos- y ahora vuelve con una mujer, dos hijos, y regalos para toda la familia. Venid, ved a mi hijo, Ahmed... Ahmed "el triunfador". Alá es grande.
El viejo Hassán, aquel día, mandó matar un cordero para celebrar el regreso de su vástago. Sentado en el suelo, a unos metros de la puerta de la que en un pasado no muy lejano fue su casa, entre puñado y puñado de cus-cus de la olla común, Ahmed "el triunfador" fue relatando las aventuras y desventuras de sus últimos cinco años a todos los presentes.
Esta reunión no se disolvió hasta bien entrada la madrugada, cuando el nuevo héroe terminó de narrar sus peripecias europeas, y todos fueron partiendo hasta sus casas ebrios de kif y de sueño.
El tiempo pasa rápido, y pronto el viejo mercedes y todos sus ocupantes desaparecieron tras una nube de polvo rojo por la misma carretera por la que habían llegado un mes atrás. Una semana después, Gamal, el niño pastor, se despidió de su rebaño y su familia, y partió hacia la prosperidad. No se fue solo; otros, como él, habían tenido el mismo sueño... Una señal de Alá, sin duda. Así pues, en el camino se le unieron Mohamed, Assiz, y Mustafa. Marcharon con el nombre del contacto de la costa que le oyeron decir a Ahmed en su relato, y con los bolsillos tan vacíos como llenos de ilusión tenían los corazones. Sabían que el viaje a Europa tendrían que pagarlo, con creces, trabajando gratuitamente durante una temporada para las mafias que organizaban los viajes, pero esto no les importaba, eran jóvenes, y si precisamente algo les sobraba, era tiempo.
La oscuridad del mar nocturno ciega los ojos y atenúa el miedo. Están acuclillados, unos junto a otros, hacinados en un pequeño bote con un motor fuera borda de escasa potencia y la línea de flotación muy próxima al borde. Suspendido en el ambiente, un murmullo de rezos pretende captar la atención de Alá para que los proteja en su peligroso periplo; pero Alá está dormido. Hay bebés en la barca, Gamal no puede verlos en la oscuridad, los oye. Cuando llevan más de una hora de travesía, el silencio es absoluto; Gamal, Mohamed, Assiz, y Mustafa, están muy cerca del motor, y el olor del gasoil se les mezcla en la nariz con el aroma salino de la calima. Los tres días de caminata a través de las montañas y el embriagador run-run de la embarcación, hacen que uno tras otro vayan quedando dormidos, ajenos a que a escasa distancia el destino les aguarda severo, dispuesto a quebrar sus sueños contra el afilado roquedo de una cala malagueña; ignorantes de que pronto dejarán de ser Mohamed, Assiz, Mustafa, y Gamal, el niño pastor, para convertirse en meros cuerpos hinchados que arrastrará la corriente... Cadáveres sin nombre, identidad, ni patria.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Nov/01