El sentenciado

Sergio Verduzco

Despertó sudando de aquella horrible pesadilla y se negó a recordarla. Algo interior profundo rechazó el contenido de aquel maligno sueno, olvidándolo. Y Arturo se levantó rápido del camastro, como escapando de la muerte.

Miró la celda en que estaba, solo. En toda la noche no había querido apagar la luz por miedo a lo que llegaría mañana. Le obsesionaba una idea fija. No podía borrarla del cerebro.

En la pared de enfrente se veían todas las fotografías que le quedaba de lo que algún día fuera su familia. Don Aurelio, su abuelo estaba sentado en el caballo con que llevaba la leche todo los días a las colonias periféricas de la ciudad. A la derecha estaba la foto de bodas de sus papás. Él con su sonrisa de triunfo y dominio, ella sin que las arrugas del sufrimiento se comieran aún sus ojos y marchitaran su cara.

Estaba él a los quince años. Cuando probó la mota por primera vez. Luego había una foto de Rodrigo, quien le llevara a las fiestas para hacerlo gastar hasta que tuvo que meterse de trafique para pagar la cocaína que tanto le gustaba.

Recordó cómo se le echo encima el monstruo de guardia aquel, que lo obligo a encajarle el puñal en el estómago para librarse de él cuando se le vino como un animal.

Un guardia de cara sudorosa llegó al frente de su celda y clavó su mirada en lo que Arturo hacía. Él dejó de mirar sus retratos para recordar la terrible verdad: venía a llevárselo. Esa mañana debían de ejecutarlo en la horca.

El guardia lo aherrojó con finas y fuertes cadenas en los tobillos y las muñecas, para llevárselo caminando por aquel pasillo de tragaluces, iluminado por el amanecer y los focos de luz de neón juntamente.

Llegaron al recinto funesto. La gente que estaba ahí lo veían, todos y uno a uno. Y él sintió el peso de todas sus miradas en el corazón, con pesadumbre por si mismo. Aunque a su corazón propiamente lo poseía ya el sobresalto.

Arrastrando los pies subió los peldaños de su sentencia, hasta llegar a la plataforma, al centro de la cual, debía pararse. El guardia, que lo encadenara y condujese a aquel lugar fúnebre, acomodó sus pies en el lugar exacto en que él deseaba que el reo los colocara.

Y sintió el jalón de la muerte en su cogote, exprimiendo su existir.

Entonces despertó sudando de aquella horrible pesadilla y se negó a recordarla. Algo interior profundo rechazó el contenido de aquel maligno sueño, olvidándolo. Y Arturo se levantó rápido del camastro, como escapando de la muerte.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 23/Dic/04