Undo

Juan Manuel González

"...ira güey," comenzó en un tono mas bien alterado, tratando de formular en su mente el argumento de manera que fuera convincente, "deja te echo el rollo como Dios manda, sin las fregaderas que cuentan tus libritos de historia. Cuando la bronca del dos mil yo ya estaba chambeándole, o sea que me sé la versión en primera persona. ¿No?" Aunque no esperaba una respuesta, hizo una pausa y en su mente divagó por un par de segundos tratando de encontrar las palabras para explicar como el Undo pudo haberse originado desde aquellos años.

"O sea, que aunque al principio no hubo pedo, era más bien porque nadie se había dado cuenta de los jales." Y a medida que avanzaba en su recuento, su tono alterado se convertía en una especie de grito excitado.

"¡Uta! Hasta me acuerdo d’este güey que estaba chingue y chingue todas las noches en el Banco con que ahora si ya sabía cómo retirarse, que pa’qué tantas friegas, que si nada más nos traían como chachas, que si la oligarquía, que si algo bueno tenía que salir d’estarse fusilando tanto código, que si qué se yo," recuperando el aliento con una media carcajada al final de cada sentencia. Del otro lado de la línea no se escuchaba ningún comentario pero él bien sabía que el Mamis ahí estaba, esa era su mas clara firma, su capacidad para pasar desapercibido.

Mientras seguía construyendo su argumento débilmente a partir de hechos aislados, en su mente la idea estaba bien clara: con la participación de absolutamente cada persona disponible para verificar que las computadoras de las grandes instituciones financieras pudieran recibir al nuevo milenio sin mayores problemas, era absurdo suponer que de entre tal cantidad de gente nadie buscaría la forma de sacar provecho de la situación.

Aquellos sistemas obsoletos que habían estado manejando cada pieza de información por más de cuarenta años se ponía en las manos de algún programador anónimo para verificar que no tuvieran problemas relacionados con el manejo de fechas, y en verdad los errores que se encontraban eran contados, pero como nadie revisaba las rutinas montadas sobre el código original las correcciones pasaban desapercibidas hasta que ya era demasiado tarde.

Tras intentar por un par de minutos, el Rasta cayó en la cuenta que por más que trataba de explicar no encontraba la manera de formular un argumento coherente, así que interrumpió abruptamente, "... nche Mamis, ¡ni me estás pelando!"

"No mames güey. Síguele." Contestó con un cierto acento metálico, con el sonido que caracterizaba a toda una generación y su obsesión casi fetichista por hacerse de dispositivos que les permitiera permanecer digitalmente aislados.

"Chance y no a todos nos tocó," resumió su conversación, tratando de establecer los hechos que lo involucraron con La Cofradía, "pero la neta es que yo no fui el único que cayó con aquello del contrato aquel. También, estaba chavo. ¿No? Cuando el abogado me mostró la dichosa autorización, ¿cómo iba a saber yo que onda? Ni madres, no fue mi culpa." Y se perdió en el pasado recordando el día en que lo habían involucrado en un nuevo proyecto que le requería implementar algunas rutinas de extracción de información vital sobre consumidores.

Bastaba una visión limitada de la realidad para darse cuenta que el dinero se estaba convirtiendo en un concepto más bien abstracto, y que la divisa de uso corriente más bien era la información. La Era de la Información solían llamarle algunos, cuando los mercados mundiales se disparaban jubilosos cada vez que alguien reinventaba una parte de la economía existente en términos de información.

Fue un proceso de traducción masiva en el que monedas y billetes fueron sustituidos por números de tarjetas de crédito y dígitos verificadores; centros comerciales y tiendas por portales y nodos de comercio electrónico; carteras y monederos por espacios virtuales encriptados, estafadores y defraudadores por hackers y sniffers; oro y plata por listados de gente y preferencias personales.

"No, güey. Si vieras el Centro de Respaldo Masivo te quedabas loco. Ya decía yo que pa’qué querían tamaño edificio si no éramos tantos." Y una cierta nostalgia le invadió cuando revivió la primera vez que tuvo que presentarse a las oficinas de La Cofradía, aunque lo que realmente extrañaba era la maldita inocencia que le había negado la posibilidad de entender el propósito del proyecto. Un cierto vértigo ocasionado por la sola memoria de los eventos que se desencadenaron a partir de entonces le regresó a su monólogo en la línea.

Con el advenimiento de nano-tecnologías para almacenamiento masivo de información, nuevas estrategias establecieron la conveniencia de no eliminar información sino seguirla guardando por años. La aparición de nuevos negocios dedicados exclusivamente a almacenar indefinidamente información no llamó la atención durante el primer año de operación, pero las condiciones habían sido establecidas para dar inicio a la revuelta.

Los historiadores citan a Minsky y su grupo como autores intelectuales de lo que más tarde sería bautizado por los medios masivos como el Gran Undo. Irónicamente eran ellos mismos quienes habrían puesto las cartas sobre la mesa, al proponer las ideas para desarrollar la tecnología necesaria para recopilar los millones de registros existentes sobre cada consumidor de manera que un agente virtual nos representara en el ciberespacio.

El riesgo de perder la individualidad al ser clonados digitalmente en un ser que portara nuestros hábitos, nuestro conocimiento, nuestra identidad y hasta nuestro crédito, presentó un increíble reto para los defensores de los derechos humanos. ¿Había alguna forma de bloquear la posibilidad de que en un futuro incierto alguien pudiera tener a la mano todos los elementos necesarios para completar tan temido experimento? Lo cierto es que la preocupación creció a tal ritmo que muy pronto el pánico de proporcionar información personal que fuese a ser utilizada por algún sistema llevó a la caída de la mayoría de los indicadores bursátiles.

En una economía basada en su mayoría en la información, la divisa principal empezó a escasear a medida que la gente empezó a huir sistemáticamente de cualquier intento de captura digital. Los más fanáticos llegaron hasta el punto de esconderse despavoridos ante la presencia de una cámara digital, convirtiéndose en una especie de fantasmas refugiados en su realidad analógica.

Activistas izaron una nueva bandera: el derecho a la no-digitalización. A medida que el grito de batalla se extendió a través de los diferentes estratos sociales, políticos encontraron su nueva plataforma de lanzamiento y no tomó sino un par de años lograr su legalización.

"No te dejes, mi buen Mamis. No vale la pena. Después de aceptar la membresía todo vale gorro." Y mientras buscaba la manera de animar a su viejo amigo, un cierto tipo de envidia le hacia perder el hilo de la conversación y lo transportaba a manera de turista a través de infinitos futuros alternos en los que el mismo habría abandonado cualquier intento por involucrarse con la gente de La Cofradía. No importaba cuantas condiciones extrañas imaginaba para cada uno de esos futuros, el resultado siempre era el mismo, siempre deseable, siempre inalcanzable; e inevitablemente regresaba a la realidad con una extraña imagen desvaneciéndose en su memoria. "Órale. Me mandas un biper cuando vayas a transmitir."

Ni siquiera escuchó la respuesta del Mamis. En la línea sólo quedó el ruido blanco generado análogamente para no dejar huella en el sistema telefónico.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/May/00