Vecinal
Roberto Gutiérrez Alcalá
Se llama Aurora, es delgada y menuda, y tiene la piel muy pálida. De seguro no pasa de los treinta y cinco. Vive en el 206 con su esposo y sus dos hijos pequeños. Cuando llegamos a vivir aquí, en marzo del año pasado, fue ella quien nos dio la bienvenida, porque en ese entonces era la encargada de administrar los cuatro edificios. Por cierto, a pesar de su frágil apariencia, poco tiempo después supo encarar a varios vecinos que se habían retrasado en el pago del mantenimiento. Les puso un ultimátum: o pagan lo que deben o se les corta el gas. Como era de esperarse, no le hicieron caso. El día que se venció el plazo, Aurora le ordenó al conserje que subiera a la azotea de cada edificio, cerrara las llaves del gas de los vecinos morosos y las bloqueara con candados que ella misma se encargó de comprar en una ferretería. Obviamente, los afectados gritaron, amenazaron, pero ella no se dejó intimidar. Entonces, aquéllos no tuvieron otra salida que pagarle lo que debían.
Norma me ha contado que a veces viene por las tardes y le pide permiso para hablar por teléfono. Mientras lo hace, sus niños se quedan parados junto a ella, muy quietecitos, sin decir ni hacer nada. Durante una de esas llamadas, Norma se enteró de que tiene problemas con el esposo. Luego, ella misma se lo confirmó. Parece que él conoció a otra mujer; además, no le da dinero suficiente para comida, ropa, colegiaturas... Por eso decidió vender suéteres y vajillas de plástico. Según Norma, le estaba yendo bastante bien. Pero de buenas a primeras comenzó a sentir unos fuertes dolores en el estómago y a vomitar todo lo que comía. Es un tumor, le dijeron. El conserje dice que se la llevaron el martes en la noche y que está grave. Ayer en la mañana me encontré a su esposo y sus hijos en las escaleras del edificio. Buenos días, dijo él. Buenos días, dije yo, y me hice a un lado para dejarlos pasar.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Feb/00