Zapato

Cecilia López

Otto tiene un closet que cuando se cierra muestra un espejo en el que Otto se saluda de cuerpo entero todas las mañanas. Frente a ese espejo, Otto se pone dos zapatos exactamente iguales, los dos negros, los dos izquierdos. Los pies de Otto, tan ignorantes de la derecha, lo hacen avanzar en círculos, siempre encerrado en lo mismo y Otto tuvo que aprender a ser cuidadoso para no andar en malos pasos.

Desde niño, en todas las zapaterías la misma historia: Señorita, ¿sería usted tan amable de mostrarme ese modelo de la derecha?, el izquierdo si me hace usted el favor. Ya que comprobaban que le quedaban bien empezaba su mamá con que Ay, señorita, ¿no podría usted nada más venderme los izquierdos?, ándele, no sea así, mire que es mucho gastar y luego para nada, no sea mala.

Jamás, sin embargo, lograron convencer a ninguna dependienta y salían de la zapatería con dos pares de zapatos del mismo modelo, y los zapatos derechos se acumulan nuevos en el closet.

Otto, asimismo, es obsesivamente ordenado: los sábados abre el closet, saca todos los zapatos y los acomoda en una fila. Luego extiende los periódicos del viernes en el piso, va por su cajón de bolero y saca latitas de grasa de colores, cepillos chicos y grandes, trapitos. Otto, silba El Bolero de Rabel mientras bolea uno a uno todos sus zapatos izquierdos. Al terminar, los acomoda en su caja con el derecho que les corresponde.

Pero un sábado, al guardar el primer zapato, Otto ve que el zapato derecho está gastado. Cómo va a ser. Abre otra caja y lo mismo, el zapato derecho tiene un raspón. Otro más tiene incluso una gota reseca de salsa roja. El silbido se le revuelve en la garganta. Desesperado, revisa todas las cajas: no hay duda, alguien está usando sus zapatos.

Una mujer, se dice. Así es Otto. Una mujer con dos pies derechos, sería maravilloso; se llamaría Ana, y juntos, tomados de las manos, irían a todas las zapaterías y compartirían gastos y gustos en lo que a calzado se refiere. Pero los zapatos están en su closet, dentro de su cuarto, recluidos en su casa, inaccesibles. Entonces no, Ana no.

Meditando la situación Otto circuncamina a la derecha en su cuarto, el mentón recargado en su mano, dándole vueltas a la izquierda al asunto. Piensa en ladrones que usufructúan en lugar de robar, en fantasmas cojos y en los efectos alucinógenos de la lámpara de su cuarto. Nada. Sus reflexiones no son más que círculos viciosos que vuelven al mismo punto: los zapatos derechos están usados. Cuando lo encuentre, murmura cerrando los puños, no quisiera estar en sus zapatos. En su paranoia, se pone cada vez más nervioso y hasta le parece escuchar pisadas siniestras. Son las suyas, desde luego.

Pensar lo marea, pero no se puede estar quieto. Para apaciguarse toma el yo-yo al que le delega la tarea de girar, que para eso está. Es peor, al rato ya anda con que Yo-yo, yo-yo mío, dime tú quién usa mis zapatos, órale yoyito, no te andes con rodeos y ya dime ¿sí?. ¿Yo-yo?

Como un ciclón corre al espejo; su imagen lo mira directamente a los ojos. Es Otto quién habla primero: ¿quién te crees que eres para usar sin permiso mis zapatos?.

- Soy ottO.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Oct/99