Ruy Sánchez, Alberto

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               Me veo: alguien obsesivo, concentrado en algo hasta el cansancio. Cansancio físico. Las noches en vela se juntan con los días hasta que el cansancio me tira. Soy incapaz de pensar en nada más hasta que muevo la mirada, entro en otra obsesión, no necesariamente nueva, y olvido todo lo anterior, incluida la obsesión más reciente.

               Por lo tanto soy esencialmente distraído, con pésima memoria y cero disciplina. La obsesión suple a la disciplina y hace que se me olvide la importancia de recordar.

               Escribo todos los días a horas muy distintas. Voy a una oficina a diario pero duermo poco. Acarreo obsesiones textuales durante décadas: imágenes, poemas, relatos, escenas. Vuelven y se esconden, vuelven de nuevo, como serpientes ficticias en mi mar confuso de tiempos de trabajo (el otro trabajo, el de editor, el que hago para ganarme la vida), tiempos de familia, tiempos de escritura. Vivo rodeado de esas creaturas literarias multiformes a la deriva que flotan a mi alrededor y yo con ellas apareciendo y desapareciendo de mi propia vista.

               Escribo buscando que todo pueda conducir, tarde o temprano o nunca, a una idea de lo escrito como objeto artesanal. Una materia trabajada con esmero y pasión por las formas; una cosa en la que se pone todo lo que uno es: algo de lo que me pueda sentir orgulloso porque es sin duda lo mejor que en ese momento pude hacer.

               Escribo como quien extiende la mano y pone a la vista de los demás una piedra que encontré en el río, que no sé qué es, que me gusta y me asombra por su extrañeza. Desde niño comencé a escribir por el placer de contar historias. Ser escritor, ocupar la imagen social de un escritor, es algo que vino después sin quererlo y que nunca tuve la oportunidad de desear como el placer total de compartir una historia, un asombro, una sonrisa.

                El deseo natural de publicar el primer libro es también algo que no pude desear muy pronto ya que me dejé poseer por mi admiración hacia ciertos viejos artesanos mexicanos que vi trabajando la materia para hacer de cada obra algo en lo que estaba su alma. Me tardé muchísimo en tener listo el primer manuscrito que me pareciera digno de ser publicado. Luego tardé mucho más en conseguir que otros lo consideraran publicable. Como viví casi una década fuera del país, todo lo anterior me sucedió alejado de otros escritores de mi generación. Esa soledad me dio algunas cosas y me quitó otras. Diferencias que son buenas y son malas, útiles e inútiles, en todo caso extrañas.

               Leo también obsesivamente cosas extrañas, pocas veces las nuevas publicaciones. Por ejemplo, llevo tres años leyendo cuanto libro cae en mis manos sobre jardinería, especialmente la historia de hombres y mujeres extravagantes que viven con las plantas idilios excesivos. Me interesa buscar en estos libros, que nunca leería si no tuviera esta obsesión, la marca tenaz del deseo construyendo un paraíso. Visito también con obsesión cuanto jardín extravagante sé que hay en los países donde me invitan a dar conferencias. Y esta misma búsqueda nutre todos mis viajes de vacaciones familiares.

               Mis placeres son extraños y cultivo el placer de la extrañeza: me gusta ser extranjero y para eso viajar, mirar lo inesperado, comer lo sorpresivo, tocar lo nuevo. Desear de golpe, enamorarme todos los días. Ver en la misma persona a otra nueva. En la misma experiencia un descubrimiento. Saber que huelo el sexo sonámbulo desde lejos y que de cerca me embriaga. Disfruto el tremendo placer de bailar (si se puede toda la noche) y descubrir en ese ritual a otras personas, conocerlas más allá de las palabras, por el lenguaje sin palabras del cuerpo experimentándose en otro cuerpo. Gozo escuchando las historias, verbales o no, de otros y me embeleso en imágenes inesperadas de quien se cruza conmigo. Muchos de esos cruzamientos son arte: música, pintura, danza; o pueden ser simplemente instantes de vida que han tomado forma. Mis libros pueden ser también para otros, si tengo suerte, un hilo más entretejido en ese tapiz de cruzamientos que es la vida de cada quien.

               Escribo cargado de no sé qué. Me duelen a veces las manos o el reverso de los ojos. Se me altera la respiración. Me duelen las piernas y escucho el ritmo de las venas en mi cuello y en mi pene. Las palabras se vuelven la compuerta por la que eso extraño que me habita de pronto fluye con un ritmo que puedo pronunciar tocándome un labio con el otro, la lengua desenvuelta en secreto. Escucho esa alquimia y sonrío. Tal vez alguien más pueda algún día sonreír también con un placer extraño recorriéndole el cuerpo cuando me lea.

               

               Alberto Ruy-Sánchez nació en 1951. Ha publicado una docena de libros entre los cuales se consiguen más fácilmente: Los nombres del aire; En los labios del agua; Los demonios de la lengua; Con la literatura en el cuerpo, publicados por Alfaguara.

 

 Sus cuentos en Ficticia:
  Alces en Brama o mi Libro Favorito
Hotel/Vestíbulo
  Jardín de Fuego
Hotel/Templo del Amor Virtuoso
  Un Jardín de Voces
Zoológico/Insectos
  Un Jardín en Tus Ojos
Mar y Playa/Malecón
  Una Flor Solar en el Ryad de Mogador
Hotel/Templo del Amor Virtuoso

 


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Publica por primera vez en Ficticia el: 10/Jul/00