Pardo, Edmé |
Llevo más de cuatro semanas en el pretexto de estas líneas. Me dijeron, presentarse a partir de cualquier hecho, lo que tú quieras. Pero a mí me sonó a decir la verdad sobre mí misma y eso imposibiltaba aterrizar cualquier palabra: los requisitos eran examen de conciencia, alguna certeza y sobre todo contar algo, "cualquier hecho", que fuera interesante si no importante a mis ojos. Lo primero, el examen, me hizo concluir que carezco de los dos siguientes: certezas y hechos interesantes.
No me pasa lo mismo cuando solicitan algún texto de ficción. Para reelaborar, recrear, reacomodar, finalmente mentir, tengo más facilidad. Además, creo que es en mi trabajo de ficción donde asoma quién soy, porque ahí aparecen historias que a fuerza de contarlas son mías: lo que quisiera hacer, lo que me hubiera gustado que sucediera, la que no he podido ser. Los personajes de esos relatos soy yo, y no lo digo a imitación vulgar de Flaubert. Ellos son mis posibilidades, mis libertades, mis frustraciones. Son autobiográficos en la medida en que son verdades a medias, algunas aún por existir, y supongo que por eso fluyen sin miedo por los dedos de mis manos. Pero este texto se trata decir algo cierto e interesante sobre mí misma, no sé por qué insisto en ello, y entonces...
Tomo un hecho del diario.
Quien me mira, lo veo en sus ojos, busca una puerta de salida para referirse a mí, un mote, un apodo, porque un nombre de cinco letras donde una se repite tres veces, le parece complicado.
-Así me llamo y así me dicen.
Y yo, sin esperanza y por costumbre, repito que hay un par de versiones pero según la que más me gusta significa bien amada; que viene de cuando Líbano estuvo bajo el dominio de Francia (suena árabe, dicen a veces, felices de haber relacionado mi nariz con el sonido de mi nombre), de aimé, amada, y que de ahí se transformó en Edmée, por eso la grafía es francesa.
Entonces crecen los ojos de mi interlocutor y sigue en espera de alguna historia fascinante.
-�Y por qué te llamas así?
Y es aquí donde empieza la caída. Me encantaría contarle, para no defraudarlo, una historia que se desarrolle en una isla no registrada por la geografía, a donde el mar escupe los sobrevivientes de naufragios. Los habitantes de la isla, un clan de mujeres guerreras y hombres iniciados. Pero la verdad es que me llamo así porque así se llama mi mamá, como nos pasa aproximadamente al 70 por ciento de los que habitamos el planeta. Siento, entonces, que no tengo ninguna historia verdadera e interesante qué contar porque cuando digo el hecho, aquellos ojos expectantes y crecidos empiezan aburrirse.
Si este fuera un texto de ficción, para presentarme seguiría con los rituales amorosos que sostienen las mujeres defensoras de su tierra y los hombres buscadores del verdadero mar que habitan la isla, mis antepasados, pero no hay más qué decir sabiendo que llevo el nombre de mi madre. No hay nada particular en la historia de mi nombre y esa era la única posibilidad de encontrar algo no tan común, con suerte y excepcional, para presentarme.
Llevo una vida ordinaria: vivo de mi sueldo, trabajo coordinando talleres de lectura comentada, de creatividad y de creación literaria; participo en un programa de radio; colaboro semanalmente en un suplemento cultural; tengo seis libros publicados. Prefiero el tianguis al supermercado, me parecen innecesariamente complicados los trámites bancarios, preparo mi comida, me gusta nadar, me atraen las posibles historias que guardan los objetos, cada vez que se puede salgo de viaje. O sea, nada que nadie sepa, nada que no hagamos muchos. No he padecido ninguna enfermedad que halla definido mi escritura; tampoco, gracias al cielo, he vivido bajo la noche de la guerra; no he padecido hambre. No soy miembro de ningún grupo político, cultural, social, de vanguardia. Mi única batalla en la vida es saber quién soy y qué hago aquí, y obvio, todavía falta mucho por pelear. Supongo, aunque nada lo garantiza, que no voy a morir de tuberculosis ni me suicidaré, tampoco ofrendaré mi oreja. No bebo lo suficiente para hacer del alcohol un vicio digno. Padezco el amor cuando lo tengo y cuando no, deseo y deseo el amor cuando tengo un hombre al lado y cuando no.
Es decir, otra vez, nada inédito. Nada que me impulsara de lleno a estas líneas porque mi vida se parece muchísimo a la de otros. Cabe aclarar que el impulso irresistible al que obedezco para escribir ficción no es signo de que mi escritura cuente historias interesantes, diga algo, o que el modo de contarlas sea sostenible. De hecho nunca leo lo ya publicado, hay tantas obras buenas por leer.
Lo más importante que me ha sucedido lo debo a la casualidad. La vida arregla las cosas para sorprenderme a cada rato, para hacerme creer que con estar vivo es suficiente, aunque a veces duela muchísimo. Creo que la vida es un milagro que crece cuando miro el modo cómo existen las especies animales, que crece más cuando hablo con mis hermanos, que me consuela cuando encuentro el asomo de una sonrisa, aunque no haya isla en mi historia. Y eso quisiera decir de mí, que me gusta mucho estar viva, que por ello me siento afortunada y agradecida. Es una de mis verdades, pero sé que como las otras, suena aburrida.
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Publica por primera vez en Ficticia el: 05/Dic/99