La nave del olvido

Agustín Lozano Ruiz

Ahí estaba Olga, frente al tremendo espejo del lujoso baño de su recámara. Se miraba muy de cerca la cara con curiosidad, como si todas las arrugas le hubieran caído de un solo madrazo de tiempo y no se reconociera. Desde luego, sabía, en ese momento, que era ella, que ya tenía sus años, lo que había vivido y lo que no, pero, sobre todo, que algo malo le pasaba. Eso le habían dicho.

Cantaba bajito, afinada, moviendo apenas los labios, con el resto de la cara, párpados incluidos, completamente inmóvil. La mirada fija, muy fija.

-Espera, aún me quedan en mis manos primaveras... Espera un poco, un poquito más, para llevarte mi felicidad...

Pensó, el canto interrumpido por un momento, que era injusto que contara más la felicidad de hoy o la de mañana que la de ayer, aunque esta hubiera sido mucha, pero esa sensación no la podía evitar. Fue un destello de lucidez, pues ahora pocas veces sabía cuándo era feliz o más feliz o menos y cuándo no.

-No condenemos al naufragio lo vivido... Espera, aún me quedan alegrías para darte... Me moriría si te vas...

Pero no. Eso era lo peor, que se iría, hiciera lo que hiciera, y de muerte, nada. A menos que la precipitara o que la fortuna le diera un golpe por la nuca o que alguien, en un acto de máxima compasión, le echara una manita.

-Espera, no entendería mi mañana si te fueras... Espera un poco, un poquito más para llevarte mi felicidad...

Su falta de expresión parecía indicar que cantaba en automático, como para hacerse compañía, la enorme casa sola sola, de inútiles dimensiones cuando en otras partes de la ciudad se hacinaban siete cuerpos en un mismo cuarto. Ella no lo sabía. No sabía casi nada. La enfermera, tan pequeña e impersonal que ni contaba. Y Olga que no entendía ni su hoy ni su ayer ni su mañana.

-Espera un poco, un poquito más para llevarte mi felicidad...

Los coros, en los que hacía la voz ligeramente más aguda, entraban a destiempo, a cada rato, cuando no iban. Las estrofas estaban rotas, así como las conexiones de su cabeza. Seguía sin parpadear. De estar acostada y sin cantar, la llevarían directo a la fosa, así de leve respiraba.

-Espera, aún la nave del olvido no ha partido...

Cierto era. Aún no partía, pero calentaba motores como para competencia de arrancones. Acelerón tras acelerón. En cada uno, se alejaba un poco, pero seguía por momentos a la mano. Instantes de claridad. Por fin parpadeo. Se atacó de risa, no demencial, sino contagiosa, como de cosquillas, infantil, y alcanzó a decir, violando su habitual lenguaje:

-Pinche Alzheimer, hasta cursi me está volviendo.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Ago/03