Crimen perfecto

José Candás

La bala perforó el cráneo, llenando el aire de muerte. El asesino estaba convencido de la eficacia de su plan: encarar a su víctima, liquidarla de un solo tiro y desaparecer. Un balazo y adiós.

Le conocía bien. Llevaba una existencia suficientemente rutinaria para ser estudiada, cual si fuera un insecto de hábitos irracionales. Le fue fácil seguirlo en cada uno de sus actos: la salida diaria al trabajo, la monotonía de la oficina; y el retorno cada noche al frío cuarto donde vivía.

Los días al pasar le permitieron al asesino planear sus movimientos y fundamentar su crimen. Una razón única y poderosa lo justificaba: ese tipo, esa patética criatura, debía morir. Su vulgaridad y su mediocridad exigían ser erradicadas, ya no sólo como una purgación, sino como un acto piadoso. Esa misma noche, la presa sería ejecutada.

Con sigilo entró en la habitación, y se refugió en la penumbra. En su mano sostuvo el arma, cargada con una sola bala. Tan seguro estaba de su éxito que no se molestó en desperdiciar municiones.

Esperó largo rato a que el aspirante a cadáver ocupara su lugar y pensó en la última imagen que aquél vería: el rostro largo y triste, la cabeza rasurada, la ropa gastada y limpia. Nada memorable, pues lo importante era la eficacia de la operación.

Tras la tensa espera, el sujeto entró a escena. El asesino disparó sin dudar y la bala penetró en el blanco. El trabajo quedó limpiamente terminado y el sol entró por la ventana, iluminando la tragedia.

Por la mañana, encontraron el cuerpo sin vida frente al espejo quebrado. Una sola bala hallaron alojada en la cabeza de ese joven desgraciado.

El informe policial señaló simplemente que había sido un suicidio perfecto.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/Jul/00