Cruce de Fuerzas
Ismael López Delgado
Despierto, en el reloj casi las siete y media. Me desperezo, me levanto. Elijo del closet, con mucho cuidado para que no se caiga todo lo demás, unas mallas y un jersey. Me visto. Tomo las llaves y algo de dinero, busco el casco que debe tener los guantes y los lentes dentro. Salgo al patio. Está lloviendo. Hace frío. Regreso a la recámara y busco un rompevientos, esta vez no tengo tanto cuidado y algunas prendas caen al suelo, recojo uno verde fluorescente para que los automovilistas me distingan en las calles. Me enfundo en él. Ajusto los guantes y el casco, monto en la bicicleta y salgo a la calle, enfilo rumbo al periférico. Hay muy pocos coches en las calles, aquí viene el primer charco, no disminuyo la velocidad, el agua sucia me moja las piernas la espalda y el trasero. El primer charco es igual al primer tequila: es el único que se siente. Veintitantos charcos después llegó al periférico, tomo por la lateral hasta la entrada a los carriles de alta velocidad, antes de incorporarme vigilo, en un parpadeo si viene algún coche. No. Me atravieso rápidamente y comienzo a circular por el carril imaginario que termina a 50 cm. del camellón que define la lateral. Pedaleo con fuerza hasta que el velocímetro marca 30 kilómetros por hora, me mantengo en ese ritmo por un buen rato mientras circulan a mi lado coches de todo tipo, uno pasa muy cerca tocando el claxon. Me asusto: Freno y casi brinco al camellón, el auto se aleja muy rápido, pero alcanzo a oír las risas de sus ocupantes. Me detengo unos momentos para tranquilizarme. ¿Por qué la gente hace eso? Se sienten todopoderosos en sus cómodos y elegantes coches, desprecian y hasta suelen agredir a los que montamos nuestras bicicletas con el único fin de hacer un poco de ejercicio y disfrutar de los charcos, ya que mami no nos dejó disfrutar de ellos cuando éramos chamacos.
Recupero mi ritmo cardiaco y reinicio el pedaleo, pujando, para subir la cuesta, antes de llegar a la cima hay una salida, atisbo por si algún coche pretende salir los carriles laterales, un poco atrás viene un vochito, en el tercer carril sin luz direccional encendida, así es que sigo pujando, voy a la mitad de la salida, el vochito, ya más cerca, está cruzando desde el tercer carril para accesar la lateral, pedaleo con más fuerza sin dejar de ver el coche que ya casi está encima de mí, hasta ese momento él me ve, frena y patina hacia la derecha rozando contra la guarnición de concreto, levanto el manubrio de mi bici y salto al camellón, caigo lateralmente sobre el pasto mojado soltando la bicicleta.
Una señora con un gigantesco tubo en el copete se apea del vochito y camina hacia mí. Hago un recuento de daños: no tengo más que otro susto y un poco más de lodo. La señora me pregunta: ¿Estás bien? Parece que sí. Discúlpame, ya se me estaba pasando la salida y tuve que maniobrar rápido. Dice ella mientras me ofrece ayuda para levantarme. No se preocupe, estoy bien, no me pasó nada. Supongo que el inmenso tubo le bloqueó la visión y el sentido común. Busco mi bicicleta, la levanto. No tiene ni un raspón la pongo en el asfalto otra vez y monto en ella. ¿No quieres que te lleve a alguna parte? No, gracias estoy bien, deveras. Me fijo muy bien que no venga ningún coche sobre la lateral. Atravieso y pedaleo con la banqueta de guía hasta llegar al siguiente paso a desnivel por debajo del periférico, para cambiar al carril de regreso. Hoy los automovilistas amanecieron de malas o simplemente debí haberme quedado en mi camita hasta tarde. Ahora voy de bajada, la velocidad se incrementa hasta 55 kilómetros por hora. Allá adelante va una combi y un microbus está detenido más frente a ella, mantengo mi derecha para rebasar, tal y como lo indica el reglamento de tránsito. La combi se detiene atravesada a la mitad de los dos carriles y comienza a bajar pasaje. Me cargo hacia la izquierda y justo cuando estoy por llegar a la altura de la combi, esta arranca para adelantar al microbús. No me ha visto, ya es muy tarde, no puedo frenar. Recuerdo de chavito, en los entrenamientos de futbol americano y oigo la voz del entrenador "Si el contrario es más pesado que tú, métele el casco". Bajo la cabeza cierro los ojos y alcanzo a gritar: ¡Cuidadooooo!
Estoy sentado en el piso. Todo se ve duplicado ¿O triplicado? De la frente me empieza a escurrir un líquido rojizo, mezcla de sangre-sudor-agua de lluvia. Oigo voces alrededor ¿Estás bien? ¡Qué madrazo! ¡Menso, no ve que viene el joven en bici! ¡Dónde te duele¡ ¡Párate rápido, tienes que caminar! ¡Hay que llamar una patrulla! No, mejor una ambulancia. Más bien las dos cosas. Vamos a subirlo a la banqueta. Déjenlo, yo lo reviso, soy Médico. Me examinan la cabeza y el dolor obliga a reaccionar. La serie de imágenes se enciman y puedo enfocar correctamente. En la frente tienes un chichón y la sangre es de un raspón superficial, abre un maletín y aplica merthiolate, cuando empieza a arder pienso: superficial su puta madre, pero sólo aprieto los dientes y trato de sonreír.
Siento que el doctorcito empieza a auscultar mi hombro, que también duele. Me doy cuenta que el rompevientos ahora luce una mancha color barro rojo en la parte del hombro que aún esta cubierta, también se rompió el jersey que llevaba debajo y creo que mi piel se empieza a poner morada y tiene otro raspón "superficial", así que antes de que el doctor aplique su remedio para estos casos busco con la vista mi bicicleta: El rin delantero parece un arpa veracruzana. La tijera tiene un ángulo obtuso. El manubrio es un bumerán. Mi casco está en el piso, hecho pedazos. Con este panorama olvido el dolor. Más allá esta la combi, no se volcó, algunas veces metiendo el casco puedes tirar a alguien más grande y pesado, pero esta vez no pude: sólo tiene la puerta sumida y el espejo roto. Estira tu pierna derecha, dice el doctor, mientras revisa la rodilla. Me cuesta un poco de trabajo estirarla, está hinchada y también duele. Te van a tener que sacar una radiografía de la rodilla y que la vea un traumatólogo. La gente que se juntó alrededor del choque comienza a hablar nuevamente. Hay que llamar a la patrulla. Estos choferes no respetan nada. Pobrecito, miren nada más como lo dejó. Agárrenlo, no se vaya a pelar. Sí, sí son bien cafres. Ve si puedes ponerte en pie e intenta caminar, me dice el doctor. Con mucho cuidado me levanto y puedo ver que se han juntado demasiada gente para ser un sábado tan temprano. Me dirijo hacia la bici y noto que algunas personas tienen rodeado a un tipo como de veintitantos años, al verme se acerca y me dice: Mejor te llevo a un hospital, como dice el doctor, para que te tomen la radiografía. Se agacha y recoge la bici. Un niño me entrega los lentes que encontró tirados, otra persona el ánfora y uno más me ofrece ayuda para subir a la combi. El chofer sube la bici y a mí me acomodan entre varios. El doctor se acerca y me ofrece una tarjeta: Toma por si necesitas algún testigo del accidente. Gracias. Sube tu pierna en algo, me aconseja. Gracias. Repito como idiota, creo que es lo único que me sale de la boca, además de un poco de sangre. El chofer arranca muy nervioso. Vamos al Hospital que está aquí atrás joven. Me asustó mucho yo lo había visto muy lejos, nunca pensé que viniera tan duro, cuando me di cuenta ya estaba encima de la combi. ¿Qué no vio cuando cambié de carril? Le digo al chofer después de haber limpiado la sangre de mi boca y constatar que mis dientes estén completos. No joven, pensé que había frenado y estaría atrás de mí. No, venía demasiado encarrerado y no alcancé a frenar, la única vía libre era a la izquierda y lo cerraste con la combi. Ya ni me diga, estoy muy nervioso, y luego la gente ya me quería llevar a la delegación, esté trabajo es pesado y no me está gustando, a veces uno maneja medio mal, y hasta andamos correteándonos entre nosotros mismos nos peleamos por sacar más lana, pero que le vamos a hacer joven, la chamba es la chamba. Ni modo. Mire ya llegamos al hospital.
El radiólogo dijo que la rodilla no estaba tan mal y me envío con el traumatólogo, quien a su vez me recetó un antinflamatorio y algunos ejercicios. ¿No me da nada para el dolor? "No, los hombres que salen a desafiar a los coches en bicicleta o no sienten dolor o no le tienen miedo, así que aguántese y ya se le pasará." Sí, el dolor se fue. Lo que no se ha ido es el miedo a andar en bici en esta ciudad.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Jul/02