Entrega a Domicilio

Ismael López Delgado

Brinco para salvar un charco grande, esquivo algunos otros, no quiero manchar mi uniforme. Camino rápido bajo la llovizna. Al final del verano se sueltan estas lluvias que duran el día entero. Aún siento la menuda mano de Blanca sobre mi pecho. Blanca es mi novia hace apenas unas semanas. Todos los días al salir de clases la acompaño a su casa. Antes de llegar a la calle donde vive hay un parquecito. Nos detenemos a buscar un par de besos y una que otra caricia tímida y huidiza. Entre semana mientras tiene puesto el suéter de la secundaria sus ojos son verdes; el sábado la fui a ver y vestía de azul, sus ojos eran del mismo color. A veces son el pasto, a veces el cielo. El año siguiente voy a estar en la prepa, va a ser difícil pasar por ella a la salida.

Llego a mi casa, un rápido cambio de ropa y a comer. Mi padre necesita ayuda en la carnicería. Monto en mi fabulosa Vagabundo, la bici más chingona de cuantas se han visto: la llanta delantera más pequeña que la trasera, el manubrio alto y el asiento alargado con respaldo imitan al de una motocicleta Chopper. Mi padre dice que hay que entregar un pedido. No me gusta ir a dejar la carne a domicilio. Me da pena. La novia que tenía antes se burlaba de mí. Por eso terminamos. Preparo lo que pidieron y reviso la dirección. Es en casa de la Norteña. Por qué se le ocurrió a mi papá la onda esta de: "Entregamos en su domicilio a la hora que lo necesite". La llovizna no cesa. No importa, son sólo unas calles. En mi bici soy el dueño del mundo. Nada ni nadie me detiene, ninguno puede alcanzarme. Doy un rodeo para evitar la casa de Blanca. No creo que se burle pero mejor otro día lo averiguo. Mi papá dice que la Norteña es la querida de un funcionario de Hacienda. ¿La querida qué? Así nada más la querida, niño babas. Vive en una calle cerrada con casas muy bonitas, todas con jardín pero sin rejas. Recargo la bici en la pared de entrada. Se oye música ranchera. Llamo a la puerta. ¿Quién? - Pregunta una voz melodiosa desde dentro. Traigo la carne que pidió - casi grito. ¡Pásale, chamaco! Abro la puerta. La silueta de la norteña se dibuja cerca de una consola. Esta cambiando el disco. Espérame, niño. Entro y cierro la puerta. Es una mujer muy alta. Más alta que yo, y eso que ya alcancé a mi papá. La silueta se hace más nítida. Trae puesta una bata muy corta. Sus interminables piernas se apoderan de mis pupilas y no puedo ver nada más, ni siquiera puedo cerrar la boca. Se acerca a mí. Sólo trae ropa interior. Su piel es trigueña y se ve tan acariciable como las mejillas de Blanca. Sonríe. ¿Cuantos años tienes, güerco? Casi 16. Pos ya estás crecidito, tú. La línea que separa sus senos se marca más cuando cruza los brazos. Ven, tómate una copita conmigo. No... gracias, no tomo. Órale échate uno conmigo. Tira de mí, arrastrándome hasta un sillón. La invitación a beber no intimida, su cercanía me paraliza. Se sienta casi encima de mí. Percibo su aliento alcohólico. ¡Qué mojado vienes, chaparrito! Quítate la chamarra. Permanezco impávido. Ella baja el cierre del rompevientos y me lo quita. Se levanta, camina y quedo alelado viéndola alejarse. La redondez espléndida de sus nalgas amenaza con desbordar la pantaleta. Con el rompevientos intento disimular el bulto entre mis piernas. Ella regresa con una toalla. Comienza a secarme el cabello y el rostro. Sus senos quedan a centímetros de mis ojos. Son hermosos, parecen no caber en mi mano. Mi curiosidad es más fuerte. Acerco mi mano, la ahueco y acuno el más cercano. No, no cabe. Ella deja de frotarme la cabellera. Atrae suavemente mi cabeza hacia su pecho. ¿Te gustan? Tómalos. Se sienta en mis piernas. Comienzo a besar su piel, por pura intuición, creo, o sólo por que es lo único que se me ocurre. Mis manos se establecen en sus piernas, su boca en la mía. Comienzo a hundirme entre la sutileza de sus caricias y la generosidad de sus caderas.

Se quedó dormida. Busco mi rompevientos. Salgo a la calle sin hacer ruido. Escampa. Subo a mi bici. ¡Pinche bici más jodida que tengo! Debería tener una moto. Doy vuelta en la calle donde vive Blanca. Ella por una ventana me manda un beso en la punta de sus dedos. ¡Qué niña más boba!


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Jul/02