Un trago de tiempo

Carlos Vadillo

A partir del último verano adquirió la insólita manía de medir el tiempo con relación a los torrentes de su vicio: «... el viernes, a mediodía, en "La Oficina", citaba»; «... hombre, hace veinte cervezas que no nos vemos, saludaba»; «... mi primer trago fue a los trece, confesaba»; «... qué alivio, hace dos horas que expiró la "ley seca", suspiraba»; «... mi hora de almorzar con dos rubias espumosas, precisaba»; «... uuff, con este calor se antoja un vodquita con mucho hielo, recomendaba». Por eso, él, que siempre fue luciérnaga de mostrador, ya de madera o de cemento, ya de mármol o de aluminio, y que, audaz y sapiente se había batido a duelo con las más insólitas bebidas del planeta, entendió con clarividencia que su envejecimiento le había sobrevenido un martes a primera tarde, repentino e irreversible, no por la aparición de la primera cana en la sien, no por las molestias en la rodilla derecha en los días nublados y húmedos, más bien porque a los treinta y cinco de edad, después de la séptima cerveza, comenzó a quedarse dormido y a emitir estrepitosos ronquidos en cualquier bar del puerto.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 23/Dic/04