El Colino
Francisco Serrano
El camino fue largo. La vereda que subía hasta las ollas se recorría, tan solo de un jalón y sin descanso, en seis horas y media. Las piernas le dolieron. Justo allí donde años antes se encontraban los hornos de maguey, junto a la cruz del Soyacohuite se sentó a descansar. El abrevadero estaba cerca y el Colino no aparecía. "La barranca del respaldo blanco se mira bien. Hasta se puede ver Filo de Caballo desde aquí". Luego recordó su misión. "Maldito animal" penso. "Quién fuera vaca en brama pa' que cayeras rápido, cabrón". Llevaba buscándolo 4 días. Desde que había bajado hacía una semana a beber agua, aprovechó para meterse a la huerta de aguacate recién sembrado y rasurarlo por completo, con un apetito digno de uno de los siete castigos que cayeron sobre Egipto cuando los judíos eran sus esclavos. Pero Cándido no sabía nada de esto. La palabra de dios solo la había escuchado dos o tres veces en sus esporádicas idas a Chichihualco. El calor arreció. El bule estaba casi seco y el borbollón más cercano estaba todavía como a dos horas de camino. Le fastidió la idea de tener que abandonar la búsqueda del toro por la nueva búsqueda de agua. Aunque la sierra sea húmeda en septiembre, el agua no corre mucho en el monte. Miró al cielo y se levantó. El cansancio lo venció de nuevo y se tumbó en el musgo de las piedras. Las escatas comenzaron a salir y se le subieron hasta los carrillos. El sueño que lo había vencido se convirtió en pesadilla al sentir las hormigas caminándole por el cuerpo. Agarró rápido el sombrero y comenzó a quitárselas de encima. Parecía como si nadie quisiera que se quedara sentadote y desde allí donde estaba, volvió a caminar. Cogió la vereda del mismo respaldo blanco hacia arriba y al detenerse de nuevo a recoger hojas de salvia y toronjil, escuchó un leve bramido a espaldas suyas que lo puso nervioso. No había árboles cerca y la vereda corría justo junto a la barranca. Lentamente se volteo y solo vio la maraña de chupandillas moverse. Cuando se dio cuenta, el corazón le latía demasiado rápido. Siguió subiendo. A eso de las cuatro de la tarde, ya que el sol no pega en esa parte de la montaña, se resignó a pasar la noche en el monte. Nada nuevo. Desde que era arriero en el camino de Amojileca a Venta Vieja había tenido que pasar varias semanas seguidas así, pero era diferente a estar solo. La venganza era con el Colino. "Méndigo toro rabón, ni pa' corrido sirves. Eres más que marica. No más pa' nada te sirven esos aguacatotes llenos de agua que te cuelgan.... ¿verdá cabrón? 'Onde chingados andas"
El prematuro anochecer le agarró justo en el camino del cruce de la barranca. La vegetación cambió. "Como se nota que aquí nunca pega el sol" pensó, y buscaba ramas para hacer su fogata. Las únicas que había eran las del cosaguate y no sirven para lumbre. La madera es bofa y siempre esta húmeda. El fuego no prendió jamás y tuvo que conformarse con lo poco que le tapaba su gaván. Entonces comenzó a llover. Dicen que en las noches de luna, cuando los coyotes gritan es porque algo les cae mal, pero con un chiflido se espantan y se van. Recién puso la cabeza en la piedra para acomodarse de lado y sintió frío detrás de él. Exactamente la mitad del cuerpo estaba caliente, la de adelante, y la de atrás se le congelaba.. Se volteó..."Es el chiflón de la sierra" llegó a pensar. Un rato después en la nueva posición la sensación era la misma. La nuca se le erizó. "A Cándido Segura nunca le pasa eso...ya tiene rato que me siento raro y no es la primera vez que duermo así". Se durmió un poco y empezó a llover. Le molestaba pensar que estas penurias eran producto de una venganza natural, y ni siquiera contra alguien más, sino contra un animal. De puro coraje agarró el garabato mocho que traía para estar mas tranquilo, pero la lluvia y el frío le calaron. No había ruido. Se bajó el sombrero hasta las orejas para no mojarse más y trató de dormir de nuevo. No lo consiguió. Cuando la lluvia cesó, se levantó la niebla más densa que Cándido hubiera visto en su vida, y ni los jumiles hacían ruido ya. Lo único que se movió fue una güilotita que estaba en el mismo calegual y que se asustó cuando él se movió. Lo miraban. Lo miraban todos los elementos de la tierra al fondo de la cañada con especial atención, y con especial atención también decidió echar a andar de nuevo entre la penumbra y el terror que le erizaba aún la nuca por la sensación de vigilancia. Cuando llegó al abrevadero, el agua aún escurría y una horqueta blanca se le apareció enfrente. No vio bien. La horqueta se movió. Retrocede. "Una horqueta no se mueve ni con una tromba". Retrocede de nuevo y la horqueta se vuelve a mover. Se atora el gaván en las púas del espino amargo y esto lo aprisiona. No se puede soltar. La horqueta se mueve de nuevo hacia adelante para abrir los ojos de repente. Brillaron con el agua que le escurría al reflejo de la luna sobre la niebla. Cándido no entendió y trató de zafarse de las espinas. Cada movimiento era un vello más erizado y la oleada de frío era ahora por la parte frontal del cuerpo. Se movió de nuevo y la horqueta con ojos dejo entrever la total proporción de un enorme cuerpo musculoso con un rabo corto que no correspondía a sus dimensiones. Estaba a cinco metros. La mano le sangraba ya de apretar el garabato y el gabán no cedía y se enredaba mas en la planta. La horqueta se detuvo a suficiente distancia. La forma despedía vaho de unos pozos profundamente negros que se mezclaban con la niebla, pero no hacía ruido. Se limpió la frente y se embarró la sangre. La horqueta inmóvil y sin ruido, como armadura bien aceitada lo miró a la cara por ultima vez. Lentamente comprendió la inmovilidad del cazador y dio la vuelta al espino que lo apresaba, hasta quedar a espaldas suyas. El cuello daba lo más que podía para voltear y a cada giro el gabán se enredaba más... Comenzaba a ahorcarlo. Así estuvo un buen rato, sintiendo la presencia del animal tras de sí sin poder verlo. Decidió mochar el trapo que lo apresaba con el garabato. Mientras lo hacía, sintió un ardor en la espalda media. La horqueta, las astas, los ojos y el vaho envolvieron, rodearon el palo opresor; cuando terminó de cortar el gabán, estaba suspendido diez centímetros en el aire....
La espalda le dolía; la sintió húmeda y caliente. Agradable.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Nov/99