La miseria

a José Donoso

Santiago Giralt

CORO

Doña Ludovinia está sentada en una silla junto a la puerta del Bar Cazador. Sus arrugas son pliegues y repliegues del tiempo. Teje una interminable bufanda de colores que parece nunca avanzar. Viste completamente de negro. A su lado, una niña muy angelical barre descalza la vereda. La niña lleva un ajado vestido celeste que le queda muy chico. Doña Ludo canta para la niña (o para sí misma).

1

Alicia limpia con un trapo húmedo la mesada de la cocina del bar. El lugar está muy sucio y parece un chiquero. Alicia viste un delantal manchado con grasa, su pelo está muy desarreglado y la miseria que la rodea no ha matado por completo su belleza y esa luz en los ojos que comienza a apagarse definitivamente. Un hombre gordo con un sucio gorro de cocinero revuelve una enorme olla con un fondo de cocción. Alicia sale de la cocina y lleva un café a una mesa donde una pareja joven discute sobre cuestiones de dinero. Alicia camina arrastrando los pies y, ensimismada, se detiene, como si una fuerza invisible le impidiera avanzar.

2

El Chino vive del robo y la venta de sus frutos. Es muy respetado en el barrio, pero tiene enemigos que están siempre al borde de darle el zarpazo. El Chino tiene unos hermosos ojos azules y su cuerpo, marcas de peleas. Una profunda cicatriz recorre su mejilla derecha desde debajo del ojo hasta la comisura de la boca. La cicatriz no quita ni una pizca de su belleza, sino que le da un toque animal a sus perfectas facciones. El Chino camina muy firme por el barrio. La Celia se le acerca de sopetón, vestida con una minifalda muy corta. Su paso es seductor y va directo sobre el Chino.

El cuarto está lleno de cosas ya inutilizables: una escoba vieja, una carretilla oxidada, el mango de una pala, sillones de paja agujereados, muñecas sin ojos, cochecitos herrumbrosos. La Celia y el Chino entran al cuarto. La Celia, cuidadosamente, se acerca a un colchón apolillado y lo extiende sobre el piso de tierra. El Chino mira a la Celia ardiente de deseo. Le arranca de un tirón la minifalda. La Celia busca con su boca la del Chino y el Chino juega con ella, se separa, la obliga a desearle. Pero él también quiere llegar al mismo lugar y avanza. El Chino y la Celia se tumban sobre el colchón y hacen el amor desenfrenadamente, como animales. Transpirados y cansados luego del sexo, la Celia abraza al Chino con fuerza, cubriéndolo con su cuerpo desnudo. El Chino parece ido, con su mente en otra parte.

CORO

Doña Ludovinia continúa tejiendo su inacabable bufanda. La niña barre con su triste escoba de pajas secas.

El Chino entra al Bar, pero antes mira de reojo a Doña Ludo y la saluda con un gesto de su cabeza. Ludo no responde al saludo.

3

El Chino entra al bar. La pareja que discutía sale y el Chino ocupa su mesa. Sobre la misma, la pareja ha dejado cinco pesos y una grulla de papel. El Chino se mete los cinco pesos en el bolsillo y toma la grulla. Comienza a jugar con ella entre sus dedos. Alicia sale de la cocina y se acerca a la mesa del Chino. Lo mira fijo. Lo reconoce al instante. El Chino no tolera la insistencia de su mirada y baja la vista.

Alicia lo mira, muy triste, y se da vuelta. El Chino la toma con fuerza del brazo y la hace girar. Lo mira a los ojos. Alicia acaricia su mano y va sacando los dedos con suavidad uno por uno.

CORO

Doña Ludo teje sin parar y recita.

La Niña barre sin detenerse y no escucha a la vieja.

4

El Chino juega con la grulla entre sus dedos. Fuma un cigarrillo armado.

Alicia, en la cocina, abre la botella de cerveza. Se ve reflejada en un vidrio roto y se acomoda el pelo tras la oreja. El calor la hace transpirar. Es pleno verano y la olla larga un vapor asfixiante. Se seca el sudor con un repasador de toalla.

Entra al salón con la botella de cerveza y el sandwich. Los deja sobre la mesa del Chino.

CORO

Doña Ludo teje su tela interminable. Una nube tapa completamente el sol y se oscurece como en un eclipse diurno. La niña barre y comienza a recitar:

5

La oscuridad invade el interior del Bar. El Chino mastica el jamón con pausa. Alicia afila un cuchillo en la cocina. La oscuridad es casi absoluta. El cocinero sale por la puerta trasera. Alicia se queda sola, en silencio, y sólo escucha el sonido del cuchillo afilándose y un viento de malos augurios que suena en el exterior.

El Chino observa el plato vacío. Alicia sale de la cocina y se para junto a él. El Chino la mira.

El Chino la mira fijo. Toma la plata de la mesa, se pone de pie y la abraza. Un relámpago ilumina con fuerza el salón. Un viento huracanado hace volar la cortina de hule de la entrada del bar. El Chino abraza a Alicia. Ella se queda entre sus brazos un instante.

Alicia cierra las puertas del bar con fuerza. Desde dentro, lo mira por última vez y sella su destino. La lluvia comienza a caer furiosamente en un instante. El cuerpo del Chino se arrastra y comienza a llenarse de barro. Sus vísceras abiertas como cerdo en el matadero. La niña se acerca a Doña Ludo, la toma del brazo, y salen caminando. Queda la silla vacía. La sangre del Chino se mezcla con el barro. La calle está desierta, no hay un alma alrededor. Un fuego intenso surge desde dentro del bar. Los gritos de una mujer quemándose viva. La furia de la tormenta, con vientos y rayos, cae sobre el bar, el cuerpo del Chino, la silla de la vieja, la escoba, la tierra... Y los dioses que rigen el destino de los hombres ríen de gozo, mientras sus marionetas se revuelcan en el fango.

CORO

 

Agosto, 1999, Buenos Aires, Argentina. Re-escrito en Septiembre de 2000, Banff, Canadá. Este trabajo nació como proyecto de guión durante el taller de licenciatura de Aída Bortnik y fue terminado como cuento gracias a una beca de la Fundación Antorchas.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 01/Oct/00