Lucozade
a Claudia y a Peggy
Joserra
Cuando es verdad, cuando fue coca fumada y aspirada, cuando fue tequila y fue vodka y fue cerveza y fueron los tres en el mismo vaso de unicel tibio, cuando fue mota, cuando fue sexo con un condón comprado con monedas de cinco y diez centavos en la tienda Oxxo a las 4:20 de la mañana, cuando es verdad y quiero que no importe, voy a la tortillería a oler y a ver las vueltas de la maquinita. Me hipnotiza.
Es mejor ir en patines porque así no retumban los pasos. En patines y con los lentes más oscuros para que el sol importe menos. La dejo en la cama con los ojos vendados y las uñas mordidas y los tatuajes que siempre trae a medio terminar. A veces me alcanza en la tortillería. ¿Tienes dinero para un lucozade? Nunca tengo dinero. Y además me desconcentra. No hables.
Es peor cuando no la dejo en la cama porque no llegó y aun peor cuando sí llegó pero se fue con otro cabrón. Ella sí baila. Y le gustan los cabrones que también bailan. Los cabrones con pistola, con bigote, con el pelo platinado, los cabrones con verga. O sea todos los cabrones. Y muchas viejas. Pero a veces prefiere conmigo y cogemos y nos rasguñamos y le chupo el culo y me deja venirme entre el hueco de los colmillos que le faltan. ¿Has probado un candyflip? No me alcanza. Te gustaría. Sí, a huevo. Y nos metemos lo que daban en la fiesta y se pudo robar.
Una vez la señora de la tortillería nos regaló un taco de sal a cada uno. ¿Tienes dinero para un lucozade? Cómete tu taco. En la tortillería tienen un sagrado corazón de jesús que palpita rodeado de focos intermitentes de árbol de navidad. Cuando me desconcentra veo un rato el corazón y luego vuelvo a aspirar el olor de las tortillas y a comunicarme con la banda sin fin.
El otro día tocaron la puerta. Una loca. Me dijo que Lancôme le había ofrecido un contrato de 500 mil dólares. Pero engordé. Le quité la ropa. Nomás me quieres coger. No mucho. Se encabronó. Le puse la ropa. La saqué de la casa. Le bajé doscientos varos. Y me los gasté todos en lucozade porque hacía mucho tiempo que no me prefería a mí.
Me puse la camisa verde, me puse los zapatos del taconazo popis, me puse el pantalón que ella me regaló. Los zapatos me apretaban pero igual bailo muy poco. Estoy en tacha. ¿Caliente? Me vio el cinturón. Tengo veinticinco lucozades. ¿Tienes dinero para un papel? No. ¿De verdad tienes lucozades? Sí. Te voy a enseñar un nuevo tatuaje que me estoy haciendo.
Era una aspirina en la parte de abajo de la espalda. Decía Bayer y le faltaba un poco de sombreado. Se la vi mucho porque le puse los patines y me la cogí por el culo empujándola y jalándola. No es que ayudara mucho pero se veía bien. ¿Cuándo te vas a quitar los brackets? Déjame jetear. Creo que me clavé porque la estuve viendo dormir toda la madrugada. Desnuda y con los patines puestos y la boca abierta tirando baba y los tatuajes sin terminar y los tatuajes terminados y las pecas y el pubis mal rasurado y los anillos en los pezones y el aceite evaporándose. Me clavé.
Oye y si te vuelves a quedar hasta que se acaben los lucozades. Estás pendejo. Me puse los patines, los lentes de sol, la ropa de la otra noche y me fui a la tortillería. Estaba igual que siempre. Había un perro que se parecía a mí. Al rato llegó. La señora nos regaló un taco de sal a cada uno y les raspamos aspirinas. Oye, gracias por el lucozade, ¿tienes dinero para comprar un toque? No. Y por una vez no me desconcentró. Las tortillas siguieron cayendo hermosamente mientras me comía su taco y ella se llenaba el cuerpo de glucosa.
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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 05/Feb/00