Mañana vendrá

Ramón Helena Campos

El escenario de esta conversación lo constituía una casa campestre: cuatro paredes y un techo de yagua que pesadamente se recostaba a una enramada de palos parados, cobijada de cana. Se hablaba allí de la visita que al día siguiente haría Don Luis, líder político en campaña proselitista y del agasajo de que sería objeto. La conversación iba tomando calor y en un gesto de rabia Pedro exclamó:

-Bueno, uitimamente. Aquí el hombre soy yo y si'hace lo que yo digo.

El tono de las últimas palabras hicieron callar a la mujer. Ella conocía muy bien el carácter de su marido y sabía que cuando se enfadaba era capaz de cualquier cosa.

-Que Pedrito se encaigue de amarrailo.Tu y Marianela lo matan y lo arreglan ante de que se haga de noche- agregó.

Cuando un campesino dice "últimamente" se acaba la discusión o las consecuencias son fatales.

Y efectivamente. Terminaba Pedro de hablar y ya Juliana, cabizbaja, se disponía a ocuparse de su trabajo. El se encargaría de acondicionar la casa y de invitar a los vecinos.

Tierra árida, endebles chozas y gentes con el hambre pintada en el rostro, he aquí los matices de aquel cuadro.

Las cosas se hicieron tal y como se ordenara la tarde anterior.

A las diez de la mañana del domingo, las palabras vibrantes de Don Luis hicieron cesar el bullicio de los hombres, mujeres y niños que habían asistido al caluroso recibimiento y aguardaban anhelantes el discurso central.

Como era de esperarse, prometió reparto de tierras, canales de riego, asistencia técnica, luz eléctrica, trabajo para todos y fundó la razón de su lucha en la clase campesina. Cuando terminó, los aplausos y "vivas" a Don Luis ahogaron de nuevo el silencio.

Al ritmo de tambora, güira y acordeón dio comienzo la fiesta. La bebida era ron y "puerco asao con casabe" la comida.

Mientras tanto, en la mesa principal de aquel destartalado rancho y rodeado de parejas que bailaban al compás cadencioso de un "pimentoso" merengue, Pedro hablaba con los visitantes de las actividades que había desplegado en favor de su partido y Don Luis, con signos visibles de satisfacción le dijo:

-Yo y mi partido le agradecemos todo esto y puede estar seguro de al triunfo de nosotros, usted y su familia y todos estos buenos vecinos que nos acompañan tendrán todo lo que necesiten.

Pedro no pudo evitar que una sonrisa -que podía ser de orgullo o de satisfacción- aflorara a sus labios dejando entrever su amarillenta dentadura.

-Lo único que lamento -agregó- es que tenga que dejarlos ahora. Las elecciones están muy cerca y debo visitar otros lugares.

Pedro mandó a callar los músicos y anunció con fuerte voz que Don Luis se marchaba y pidió un fuerte aplauso para el futuro presidente.

Cuando cesaron los vítores y aplausos, Don Luis, rodeado de su escolta, pasó entre aquellos humildes y entusiasmados campesinos, estrechando sus ásperas manos, hasta llegar a los automóviles y aún después, saludó desde la ventanilla.

Cuando los vehículos desaparecieron entre la nube de polvo de aquella carretera sin asfaltar, el grupo de campesinos prácticamente se volcó sobre Pedro, que en cuestión de horas se había convertido en el hombre más importante del lugar. Algunos lo felicitaron y alabaron. Y no faltaron otros que comentaron en voz baja:

La fiesta duró algunas horas más.

En cuanto al triunfo Pedro tuvo razón. Ganó el partido de Don Luis. Ahora su vieja casa se había convertido en centro de discusiones, peticiones y ante todo de inscripciones; pues aunque la mayoría de ellos había dado su voto por el candidato triunfador, aún no habían formalizado su decisión.

Pero ahora era diferente. Firmaban o estampaban sus huellas digitales en la solicitud de inscripción y a cambio recibían un Carnet que lo acreditaba como miembro del partido en el poder. Ese era un documento que en el futuro abriría muchas puertas.

El guardia lo miró con una cara que tenía algo de duda y algo de burla. Sin embargo Pedro no lo notó. Estaba empeñado en organizar los paquetes de inscripciones y las cartas de peticiones. Se había colocado desde las siete de la mañana en un pasillo de la tercera planta por el que debía pasar el Presidente y aún esperaba.

Al tiempo de dar las doce en punto, Pedro notó algún movimiento en todo el corredor. Y efectivamente, escoltado de varios militares y algunos civiles, salía Don Luis por una de las puertas laterales, para dirigirse a su despacho.

Pedro, que en ese momento trataba de incorporarse y que aún creía que se trataba de un error, iba a decirle algo a los dos guardias que se le acercaban. Mas no tuvo tiempo de abrir la boca. Otro golpe, ahora con una culata le hizo caer de nuevo. Otro golpe y otro más. Lo arrastraron escaleras abajo, hasta la puerta del Palacio y allí lo tiraron a los pies de cincuenta o sesenta obreros y campesinos que también reclamaban ver al Presidente, amenazando con protestas y huelga de hambre.

-Si no quieren que le pase como a este "campesino embullao", tense quieto utede y váyanse a su casa- dijo uno de los guardias.

Parte del grupo comenzó a retirarse. Otros clavaron sus ojos asustados en aquel cuerpo ensangrentado que apenas empezaba a moverse...


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 10/Jul/00